viernes, 24 de diciembre de 2010

TEMPS DE NADAL




TEMPS DE NADAL
Villancico de Pilar Viñao, Paco Escrivà y Araceli Banyuls

En aquest temps de Nadal
ha nascut un xicotet,
si em preguntes com li diuen,
et diré que el Jesuset.
És nat en un portal,
està nevat i fa fred.
Els alumnes del Taller
li oferim aquests versets.
Ja cantem, ja bevem,
ja estem calentets,
mengem polvorons
i bevem vi moscatell.
Ja ha arribat el Nadal
al Taller de Creació
i Adriana ens ha fet crear
aquesta nadala amb humor.
I després tots junts
la cantem amb il·lusió
per a desitjar-vos a tots
Bon Nadal i millor Any Nou.

*******

LOS CINCO PASTORCITOS DEL TALLER

Villancico de Julia Vidal, Mª José Frasquet, Pepe Climent, Alicia Moeller y Lola Júdez.

Venimos aquí a las cinco,
fum, fum, fum.
Y escribimos entre cinco,
fum, fum, fum.
Llegamos con ilusión
De ser famosos un montón
Seguimos normas de Adriana
Porque a ella le da la gana,
fum, fum, fum.
Ya viene la Navidad,
fum, fum, fum.
Con turrón y mazapán,
fum, fum, fum.
Ya las panderetas suenan
Si te acercas al Portal
Y los cinco pastorcillos
Cantan juntos a corrillo,
fum, fum, fum.
Si lotería no toca,
fum, fum, fum.
A ninguno nos importa,
fum, fum, fum.
Porque alegría nos sobra
Tanto en verso como en prosa
Y desear felicidad
Esta bella Navidad, fum, fum, fum.



*******

LOS CINCO ESCRITORCILLOS
Villancico escrito por María José Almeida, María Luisa Munuera, Rosario Berga, María Luisa Picornell y Pepe Tejada

Pero mira como vamos
todos al taller,
pero mira como vamos
con ganas de aprender.
Escribo,
corrijo
y vuelvo a corregir,
entre puntos y comas
volvemos a escribir.
Adriana nos insiste,
que pongamos los acentos
y los puntos suspensivos
olvidemos de momento .
Pero mira como vamos
todos al taller,
pero mira como vamos
con ganas de aprender.
Escribo
corrijo
y vuelvo a corregir
entre puntos y comas
volvemos a escribir.
En el certamen de Enero
pensamos participar,
con los textos que escribimos,
vamos seguro
a ganar.
Pero mira como vamos
todos al taller,
pero mira como vamos
con ganas de aprender.
Escribo corrijo,
y vuelvo a corregir,
entre puntos y comas
volvemos a escribir.
Los alumnos del taller,
esperan con ilusión,
que el 2011 que entra
escribiremos mejor.

lunes, 20 de diciembre de 2010

CURIOSIDAD INFANTIL

(Fotografía Human Watching)


Luisito suele ir con sus papás al final de la playa donde hay menos gente. A él le gusta mucho el mar y sobre todo, jugar con la fina arena.

Hoy ha bajado a las once. Mientras sus padres nadan o leen en sus hamacas, él, con su gorrito, excava un gran hoyo para sentarse dentro.

¡Ha tenido suerte! Enseguida le ha salido un poco de agua en el fondo y así puede erigir una gran muralla con almenas alrededor de su refugio. Cuidadosamente, va sacando arena mojada y haciendo hermosos conos que parecen rocas.

¡Ya ha acabado!. Contento y satisfecho se sienta en su interior y con brillantes ojos, observa a su alrededor: una pareja pasea a la orilla del mar; más allá unos niños hacen castillos pero son más feos que el suyo, un bebé quiere comerse la arena y su hermana no le deja.

Lentamente, para no estropear su obra, sale, recoge una cañita, coloca un pañuelo en su extremo y la pone sobre el cono más alto.

Ve a sus padres que le miran sonriendo, él les llama para que contemplen su obra de arte. Se levantan dejando sus libros, pero, al mismo tiempo, pasan dos niños corriendo que rompen su castillo.

Él comienza a llorar pero sus padres le abrazan y los tres juntos vuelven a rehacer el refugio.

Pilar Viñao

Juan y Pedro

El incendio se extendía, cundía el pánico, las sirenas de los bomberos parecían acercarse ¡Qué miedo! ¡Qué horror! Los vecinos tenían el corazón encogido.

Sacaron a una persona, parecía inconsciente, a otra con una tos inquebrantable. Se dirigieron hacia el hospital.

Me llamaron para declarar lo que había visto y tuve que decir la verdad. Desde mi balcón se divisaba el maravilloso jardín de dicha casa, que más bien era una casona del siglo XVIII, muy bien restaurada.

La gente se miraba estupefacta, hasta que descubrió que las víctimas del accidente eran Juan y Pedro, unos actores de primera magnitud. La acción era la base de sus películas, su trabajo era extremadamente perfeccionista, entonces, el simulacro pareció más real que ficticio.

Julia Vidal Martínez

VICTORIA

El movimiento rítmico de sus piernas denotaba la tensión, sentado en el banco del vestuario, con los brazos cruzados, esperaba su turno. Se colocó las muñequeras y respiró profundamente mientras el levantador que le precedía saltaba al parquet.

La megafonía bramó su nombre; la barra con los pesos a los lados ya estaba preparada en el centro del escenario. Se situó delante de ella, no sin antes lanzar una mirada fugaz al público y a ese asiento, vacío por primera vez en mucho tiempo.

Puso sus enormes manos en la barra, flexionó las rodillas, y respiró aprovechando esos escasos segundos de concentración máxima, descargó con un grito ahogado toda su fuerza, la barra se elevó por encima de su cabeza durante los 3 segundos reglamentarios, los 3 segundo más importantes de su carrera deportiva..

Los aplausos atronaron en el pabellón mientras la megafonía anunciaba el nuevo record “210 kilos en arrancada”.

Veinte minutos después, tomaba un taxi en la puerta del polideportivo para dirigirse al hospital, el nerviosismo y la tensión crecían dentro de él y el cansancio empezaba a florecer. Afortunadamente el tráfico respetó su prisa y enseguida llegaron a su destino.

Subió a la tercera planta y preguntó por su mujer. Después de un rato, que se le hizo eterno, una enfermera de blanco inmaculado salió del paritorio con un bebé en sus brazos: una niña de 3 kilos 450 gramos.

La cogió con toda su delicadeza y la elevó por encima de su cabeza durante tres segundos. Esta vez no hubo aplausos pero fueron los tres segundos más bonitos de su vida. Os presentamos a Victoria.

José Tejada

TIERRA TRÁGAME

¡Tierra trágame! —exclamó Alicia, enfundada en su abrigo beige, los dedos agarrotados por el frío buscaban protección dentro de los bolsillos. Del brazo colgaba una bolsa de Mercadona y en ella un termo de caldito bien caliente para pasar esas primeras horas de la mañana.

No puede ser —pensó, la silueta de su amiga Juana se perfilaba cada vez más nítida en la distancia, diluida en las brumas del amanecer. Juana la triunfadora, la personificación del éxito se acercaba hacia donde ella se encontraba.

Huir fue lo primero que pensó Alicia, pero no podía perder la prestación por desempleo, ocultarse era inútil, era la segunda en la cola del INEM que a esas horas, 5:30 de la mañana sólo la componían dos personas más.

Alicia, observaba impertérrita como aquella figura, otrora cómplice y hoy siniestra, se iba aproximando a la misma rapidez que el castillo de naipes, que era su vida, se derrumbaba ante el primer atisbo de verdad.

No, no era empresaria de éxito, no llevaba a sus hijos al colegio alemán, no tenía un Ferrari ni disfrutaba todos los años de unas merecidas vacaciones en su apartamento de París.

Toda esa farsa para encajar en el grupo de Juana, para sentirse una más en aquel círculo exclusivo, para ser la envidia de todas. Todo iba a acabar en cuanto Juana alzara la cara y la viera, cinco metros, cuatro, tres.

Pero Juana no paró. Por increíble e imposible que parezca no levantó la cabeza. Con un quiebro que seguramente le produjera una pequeña distensión ligamentosa pasó por el lado de Alicia sin pararse, porque en la cabeza de Juana, la triunfadora, atronaba una frase agónica: yo pierdo la prestación pero no me paro ni loca.

EL RECREO

La hora del recreo era mi preferida y del abanico amplio de posibilidades que me ofrecía, el primer puesto se lo llevaba: el columpio escolar. El problema era que siempre había una larga cola de compañeras, más rápidas, que me impedían disfrutar de aquel vaivén volador, porque cuando tocaba el timbre para incorporarse a las clases, yo todavía estaba haciendo fila; pero qué alegría cuando conseguía encaramarme en su silla. Era como hablar de tú a tú con pájaros y nubes.

Desde el patio se veía la ventana de la galería de mi casa. Aquella mañana me había dejado en casa, iba a decir los donuts, pero no se habían inventado. Me faltaba mi bocadillo de pan con chocolate Orbea, que me encantaba por su sabor y porque contenía en su interior un cuentecito pequeño con sabor a cacao y fantasía.

Mi madre, providencial, se asomó a la ventana mientras decía —¡Te has dejado el bocadillo! Para después, mandármelo con fuerza desde el tercer piso.

En ese momento yo me encontraba colgada de una barra metálica, sostenida entre dos postes, que era de las que utilizábamos para hacer gimnasia. Al soltarme para coger el bocadillo, tuve la mala fortuna de caer sobre un ladrillo que estaba bajo mis pies. El impacto lo paré con una de mis manos, que, al levantarme, ví que estaba cubierta de sangre.

Tenía un corte profundo en un dedo, por donde parecía asomarse el hueso. Estuve a punto de desmayarme, pero la ayuda de mis compañeras lo evitó. No recibí ningún punto de sutura, pero conservo la cicatriz, que me lo recuerda y el cuento del chocolate, que se titulaba “En alas de la imaginación”.

Lola Júdez López

MIEDO A LA PÉRDIDA

Recuerdo con nostalgia aquellos meses que pasamos todos juntos en la playa. ¡Cómo nos divertíamos! En aquel entonces aun no éramos conscientes del paso del tiempo. ¡Qué de cosas se podían hacer en un solo día!
Ese verano transcurría como todos los vividos en mis ocho años, feliz. En mi inocencia no era consciente de lo afortunada que era. Simplemente, la vida era así, sin más. Probablemente, el que un incidente sin importancia, dejara una profunda huella en mí, se debiera a esa ignorancia de todo aquello ajeno a mi mundo tranquilo y previsible.
El día en que nuestros padres decidieron salir, lo hicimos más tarde de la hora prevista. Como casi siempre. Era toda una odisea ponerse en marcha con diez niños pequeños, si se quería guardar un mínimo de orden y no armar demasiado jaleo. Ya empezaba a oscurecer cuando, por fin, y en fila india, nos pusimos en camino. Nos habían asegurado, que tras un agradable paseo, visitaríamos a Carmen y Vicente, que estaban deseando vernos. Pronto, el agradable paseo se convirtió para mí, en una larga y tediosa caminata. Tenía que idear algo para hacer el camino más llevadero. No me fue difícil adentrarme en una de esas historias que tanto me gustaba leer, donde la protagonista era una heroína intrépida y valiente. Como iba contando los barrotes de una verja de hierro, decidí que sería una espía presa, luchando por escapar de mi prisión. No fue hasta el último barrote, cuando me di cuenta de la realidad.
Era de noche y estaba sola. Ni rastro de mi familia. Mi primera sensación fue de perplejidad. ¿Cómo no se habían dado cuenta de mi ausencia? En ningún momento me sentí culpable por mi despiste. La obligación de mis padres era cuidar de mí. No estaba asustada, mas bien, enfadada.
Caminaba sin rumbo cuando tropecé con una escalera. Subí corriendo, con la confianza de que al fin los había encontrado. Cuando llegue al último peldaño, sólo vi la playa. Seguí subiendo y bajando aquellos escalones, una y otra vez. No me cansaba, ya no estaba enfadada. Mientras seguía como una posesa, escalera arriba, escalera abajo, algo me iba oprimiendo el pecho y empecé a llorar desconsoladamente; era un dolor inmenso, desconocido. Mi cabeza iba a la misma velocidad que mis pies; no entendía nada. Era imposible que mis padres no estuvieran allí. No podía imaginar que ninguno de mis hermanos viniera en mi ayuda. Sin saberlo, esa impenetrable coraza que con tanto amor y empeño habían construido mis padres en el mismo instante en que nací, acababa de romperse.
Fue más tarde, con cada decepción, con cada desengaño, con cada desamor vivido, cuando le pude poner nombre a aquel extraño sentimiento que tanto dolor me causó: miedo a la pérdida.

Mª José Frasquet Todolí

LA PEONZA


Tardé más de un año en conseguir una peonza de las que silbaba. Convencí a mi abuela para que me la comprara en la Feria. Ella quería regalarme unos guantes para el invierno pero dos lágrimas oportunas y unos morritos enfadados la hicieron cambiar de parecer.

Sembré la peonza con mil besos cuando la tuve en mis manos, la pinté en la parte alta con círculos negros y rojos que parecía una diana y le clavé en los laterales unas chinchetas brillantes que, cuando giraba, semejaba una franja de cálido sol.

Pronto aprendí a manejarla con habilidad y, siento decirlo, era la envidia de algunos niños del barrio. La llevaba en el bolsillo o en la cartera del colegio casi todo el tiempo y cualquier ocasión era buena para hacerla bailar en aquellas calles de tierra.

Llegó un buen día mi padre con una bicicleta destartalada que le había dado un amigo suyo, muy mayor, que ya no podía usarla. Y era para mí, me dijo.

Comencé a montar con entusiasmo y la velocidad entró en mi sangre y me poseyó. Formábamos un trío formidable: la peonza, la bici y yo. ¿Carreras con los demás? Bicicleta. ¿Desafíos de peonza? Yo el primero.

El domingo fuimos de excursión por caminos entre bancales, cerca del río. No pude esquivar una piedra grande, me caí de la bicicleta, me rompí la pernera del pantalón por la rodilla y cuando volví a casa me di cuenta de que la peonza había desaparecido. Seguramente cayó por la ladera del río llena de matorrales. Nunca la encontré.

Desde ese día, los domingos no monto en bicicleta.

José Climent

lunes, 29 de noviembre de 2010

EL TIPO APARECIÓ DE IMPROVISO

El tipo apareció de improviso, ante la indiferencia general, por detrás de la columna. Se inclinó sobre el hombre del Sordo, lo tocó en un brazo y le dijo “Quiero hablar contigo”. El Sordo levantó la vista, lo miró con el ceño fruncido como si no lo conociera, miró a los otros compañeros de la mesa e intentó una evasiva.

Vamos allá dijo el otro, señalando las mesas del fondo. El Sordo se puso de pie, serio. Casi ninguno, ni Pochi, ni Roger, ni Gustavo se habían percatado de la situación.

Págale al hombre dijo en voz alta Ricardo, el único que había caído en la cuenta.

Esto no me gusta manifestó el Sordo mirando a Ricardo.

Pochi, Roger y Gustavo seguían sentados, ajenos a lo que se les venía encima.

El Sordo sacó un fajo de billetes de su bolsillo y los tiró por encima de la mesa. Era evidente que sentía desprecio por ese dinero sucio y manchado de sangre.

Pochi fue el único que alargó el brazo para recoger los billetes, pero una bala atravesó su cerebro.

Inmediatamente todos se resguardaron debajo de la mesa, excepto el Sordo que miraba divertido la escena.

¿Estás loco? ¡Agáchate! le inquirió Ricardo.

Hay un franco tirador en el edificio de enfrente —dijo Roger al teléfono.

En ese momento el Sordo sacó una pistola y disparó sobre Roger que quedó tendido en el suelo, ahogándose en su propia sangre.

—Está bien, está bien —se levantó Gustavo alzando los brazos.

El Sordo, haciendo honor a su apodo, hizo oídos sordos y disparó a bocajarro, dejando a Gustavo herido de muerte.

Ricardo giró la cabeza en dirección a la columna pero el tipo ya había desaparecido. Miró al Sordo a los ojos y visiblemente emocionado dijo —Por fin ha acabado todo.

—Así es,.todo ha terminado —contestó un sonriente Sordo disparando directamente en el pecho a Ricardo.

—¡Corten! —exclamó el director de cine —Perfecto, esta toma es la buena.

Diego Sanchís Villaescusa

SOLO TENGO UNA PALABRA

El tipo apareció de improviso, ante la indiferencia general, por detrás de la columna. Se inclinó por sobre el hombro del Sordo, lo tocó en un brazo y le dijo: “Quiero hablar contigo”.

El Sordo lo miró con mala cara y lo siguió lentamente hacia el fondo de la sala, apoyándose en la mesa donde se había sentado el recién llegado.

— ¿A qué has venido, Cacho? Dije que te pagaría el jueves. Sólo tengo una palabra y esa es mi ley.

— Ya, he venido a recordártelo. Te esperaré el jueves. A las ocho en los robles.

— De acuerdo, allí estaré.

Mientras Cacho desaparecía por la puerta lateral, el Sordo salió por la principal, corriendo para alcanzarlo. Al verlo a lo lejos, sacó una pistola poniéndole un silenciador y le disparó dos tiros por la espalda cuando iba a abrir su coche.

Con mucha sangre fría se puso guantes. Subió el cuerpo al coche y como pudo, condujo acelerando hasta un bosquecillo de robles cercano, tirándose al suelo antes del inminente choque, originando un incendio.

Después, el Sordo desapareció rápidamente, volviendo al bar junto a sus amigos, arrojando la pistola, ya limpia, a un riachuelo fangoso que pasaba al lado de la puerta lateral.

Con sonrisa despreciativa, musitaba — ¡Qué imbécil! Hoy también es jueves, no debió recordármelo. Nunca falto a mi palabra.

Pilar Viñao

COINCIDENCIA FATIDICA

Alicia preparaba su termo con caldo caliente. Le gustaba tomarlo mientras esperaba la cola del paro, hacía bastante frío a esas horas, la espera se hacía larga y hacía que entrase un poco en calor. Solía ir a las seis de la mañana para ser de las primeras, después tenía que volver a casa para arreglar a los niños y llevarlos al colegio.

Juana iba más tarde. Había dejado de trabajar hacía poco tiempo y se permitía no madrugar ahora que podía. Esa noche no pudo dormir se levantó, cansada de dar vueltas en la cama, y se arregló para ir a hacer la renovación del trimestre.

Las dos habían sido amigas, por una discusión llevaban sin verse ni hablarse un tiempo. Coincidieron en la cola que daba la vuelta a la manzana. Al verse una detrás de otra se sintieron incómodas sin saber qué hacer ni qué decir.

Fue Alicia quién rompió el hielo. — ¡Juana! ¿Qué tal estás? —exclamó en un tono hipócrita que no podía disimular.

—De cine —contestó Juana en tono irónico.

—Mírala, siempre tan estirada ella, es que no cambias ¿Eh?

—Oye Alicia, es muy temprano para empezar el día aguantando tus tonterías.

— ¿Que tonterías digo? Es la verdad, ¿te apetece un caldito? —continuó Alicia.

—No quiero tu caldo, me puede envenenar.

— ¡Que orgullo el tuyo! Envenenada estás tú siempre.

— ¡Que me dejes en paz! Tómate tu caldo, hay que ser hortera para venir aquí con eso.

Alicia cansada de hacerse la amable y simpática la miró un momento con los ojos desorbitados por la rabia y, sin pensarlo dos veces, le tiró el caldo encima.

Nunca estuvo mejor servido un caldo, pensó.

Mª José Almeida

domingo, 28 de noviembre de 2010

PASIÓN EN EL GERIÁTRICO

Eran las 8 de la tarde de un martes cuando Angélica regresaba de trabajar y el teléfono sonaba insistentemente. Era una llamada del geriátrico “7º cielo” donde estaba internado su tío.
– ¿Cómo, cómo dice?
–Que su tío Ernesto ha fallecido.
–Pero cómo puede ser eso, si el domingo estaba pletórico, nos estuvo contando sus ilusiones y su nuevo enamoramiento. Decía que se había enamorado de Paquita la que canta las bolas del bingo. Ahora mismo voy para allá.
Angélica colgó el auricular y los nervios se apoderaron de ella. No podía comprender cómo habría sucedido, además detectó cierta zozobra en las explicaciones de la directora del centro. Se acordó de su amiga Mimi, ayudante del famoso detective Arturo Paniagua y pensó que la llamaría para que la acompañara.
–Mimi, mi tío ha fallecido, te necesito.
Mimi con su jefe Arturo estaban dando los últimos toques a una investigación y se sorprendió de la llamada de su amiga. Así que, decidió que irían a buscarla.
Se dirigieron al 7º Cielo. Durante el trayecto Angélica les fue relatando la conversación con la directora del centro y sus dudas.
Al entrar en el geriátrico, en uno de los rincones del recibidor, Baldomero, otro de los internados, les observaba. Esto, no pasó inadvertido para Mimí.
Después de las presentaciones, Arturo, Angélica y la directora se fueron hacia la habitación del difunto. Mientras, Mimi que se había quedado intencionadamente atrás, se acercó al abuelo de la entrada y le preguntó:
– ¿Conocía Vd. a Ernesto?
Baldomero cabizbajo le contestó:
–Sí, era mi compañero de habitación.
– ¿Notó algo raro anoche?
–Vi. como entraba Tomás, que duerme en una habitación del piso de arriba, y me extrañó que nos llenara el vaso de agua, cuando eso lo suele hacer la enfermera. Yo no tenía sed y me di la vuelta para dormirme y no he bebido agua en toda la noche.
– ¿Cómo dice?
Mimí salió corriendo hacia el dormitorio de Ernesto, donde ya estaban los demás. Fue directa a los vasos y efectivamente el de Baldomero estaba intacto y el otro vacío. Se lo acercó a la nariz y el fuerte olor a lejía casi la marea. Estaba claro ¡había sido un envenenamiento por cloruro!
Nadie se explicaba la razón del comportamiento de Tomás, hasta que éste lo confesó todo. ¡También se había enamorado de Paquita! Pero ella se inclinaba por Ernesto.
Llegando a la conclusión que era un crimen pasional.
¡Por amor no se muere pero los celos matan!

Lola Judez, Pilar Otero, F. Escrivá Costa. Rosario Berga. Mª Luisa Picornell, Mª Luisa Munuera

jueves, 25 de noviembre de 2010

APRENDIZ DE DETECTIVE

Llevaban varios días trabajando en un nuevo caso que le habían entregado, en la agencia donde Arturo trabajaba como detective. Esta vez, tenía a Mimí como ayudante, lo que le agradaba bastante, ya que se conocían hacía ya varios años. Se trataba de la investigación de varios robos en un restaurante japonés llamado “Flor de Loto” situado en pleno centro de la ciudad y del que era copropietaria la ex-mujer de Arturo.

Para realizar esas investigaciones, decidieron frecuentarlo para ir a comer o cenar. Solían reservar una mesa desde dónde podían observar con discreción las idas y venidas de los empleados y los clientes.

Ese día, por recomendación del maitre, Arturo optó por tomar pez globo, una especie que mezclada con ciertos condimentos resultaría letal.

Mimí comentaba a Arturo que era extraño que coincidieran tantas veces allí con su exmujer y, mientras éste le explicaba que era copropietaria, su cara comenzó a ponerse de un color morado y a asfixiarse. Se levantó, intentó aflojarse el nudo de la corbata y volvió a caer sentado en la silla, hasta quedar muerto con la nariz sobre el plato.

La ayudante del detective decidió investigar hasta descubrir la verdad. Arturo murió envenenado. Su exmujer pensaba que Mimí y él eran amantes y estaba convencida de que la causa de sus problemas con su marido y su divorcio era la relación que ambos mantenían a sus espaldas.

En realidad a quién iba destinado el plato era a Mimí, segura de que quitándola de en medio recuperaría a su marido, pero un error, en las anotaciones del maitre, hizo que el plato fuese para Arturo.

Pilar Otero, Francisco Escrivà Moratal, Miguel Miñana López,

Milagros Mateu Giménez, Encarna Garrigós Avaria y Mª José Almeida Durao

martes, 23 de noviembre de 2010

UN REGALO PARA ADELA

Pedro se decidió por el calzado deportivo, era el 50 cumpleaños de la esposa de Juan y de buen seguro iban a pasarse horas recorriendo los comercios del centro de la ciudad, buscando el regalo perfecto.

Tras ver mil escaparates decidieron entrar en una joyería, el dependiente atendía a una mujer embarazada, los dos amigos observaban el enorme barrigón cuando el tendero abrió la puerta a un señor tapado hasta las cejas. Al entrar , pensaron que su atuendo era a causa del frío perodescubrieron que llevaba una media apretando su cara y de su gabardina sacó un enorme cuchillo de cocina, sin tiempo a ninguna reacción cogió a la mujer bruscamente y con una bolsa de deporte obligó al sorprendido dependiente a llenarla con las joyas.

Los segundos pasaban lentos, la llenó tan rápido como pudo y al tener el botín soltó a la muchacha que lloraba desconsolada y con rapidez corrió hacia la puerta.

Sin pensar, Juan alargó su pierna e hizo la zancadilla al caco, éste dio tres pasos de gigante sin tocar el suelo y estrelló su cara de lycra contra el cristal blindado de la joyería.

Los dos amigos se abalanzaron, Pedro con dos dedos agarró por un extremo el lazo del cordón de su deportiva y con un rápido estirón lo sacó de los agujeros y ató las manos del aturdido ladrón. Con el otro cordón, hizo lo mismo con los pies.

Después de los elogios, la declaración en comisaría y una entrevista para España directo, el joyero les regaló un broche de plata con forma de salamandra con una perla incrustada en su boca que a ellos les parecía una mona de pascua pero que Adela, la mujer de Juan, lucía orgullosa en su abrigo todos los domingos.

Al cabo de unos meses recibieron la noticia: la parturienta había dado a luz y quería verlos. En la habitación estaba la orgullosa madre tendida en la cama con dos angelitos pequeñitos y rosados descansando entre sus brazos ¡había tenido gemelos!.

—Les hemos puesto Juan y Pedro —dijo la orgullosa madre.

—Esperemos que sean tan valientes como vosotros —recalcó el padre, erguido custodiando sus tres preciados tesoros.

Al salir del hospital y sin salir aun de su asombro Juan dijo en voz alta

—A veces tengo la impresión que una pandilla de escritores principiantes se están inventando nuestra vida.

A lo que Pedro respondió —creo que la realidad supera la ficción, amigo mío.

F. Escrivá Costa

NUNCA ES TARDE

Una vez más, Juan llegaba tarde. Pedro no toleraba a los impuntuales, pero su amigo era punto y aparte. Era imposible estar enfadado con él más de diez minutos seguidos. Juan era un hombre feliz, capaz de contagiar su alegría a todo aquel que se encontrara cerca.

Inmerso en sus pensamientos, Pedro no reparó en la figura de su amigo que con paso ágil y su cautivadora sonrisa se acercaba. Cómo le envidiaba, todo él era vitalidad, fuerza, alegría Pero, ¿cómo lo conseguía? Vivía en una pobre cabaña, en un pueblo insignificante, con un mísero sueldo y, sin embargo, allí estaba, como si fuera el dueño del mundo.

Pedro abrazó a su amigo. Era un abrazo sincero, lleno de cariño, fruto de una profunda amistad que tuvo su inicio el día que ambos descubrieron su pasión por la naturaleza, y decidieron un futuro juntos. Sin embargo, sin saber exactamente cómo ni cuándo, sus caminos tomaron rumbos distintos. El, Pedro, dueño de una importante cadena de viveros, Juan, guarda forestal. Siempre había pensado que fue él quien tomó la decisión acertada, pues al fin y al cabo, todo el mundo le consideraba un hombre de éxito, conocido en los círculos más elitistas. En contra, Juan, pocos eran los que sabían de su existencia. Entonces, ¿por qué se sentía tan pequeño cuando estaba en su presencia? ¿Por qué se veía como un perdedor? Juan, levantó la mirada de su plato y encontró que Pedro le estaba observando con esa sonrisa suya, feliz, inocente. Y lo vio claro, en realidad siempre lo había sabido aunque, hasta ese instante, se negaba a admitirlo: nunca había hecho lo que realmente le gustaba, siempre había silenciado su corazón. Por primera vez en mucho tiempo, se sintió tranquilo, contento. Sonrió feliz a su amigo y pensó, ¡Aun hay tiempo!.

Maria José Frasquet Todolí

EL DESTINO SE LLAMA PEDRO

Hacia unos minutos que Juan había entrado en el bar “El SaleroSO”, se sentó en una mesa y espero a que viniera Pedro, aquel amigo de la infancia.

Estaba nervioso, deseando que el tiempo pasara y llegara el momento de encontrarse, ¿le reconocería?; la verdad es que había pensado muchas veces en él pero no coincidieron, y de pronto recibe una llamada, Pedro quiere verle, a Juan le da un vuelco el corazón, también quiere verle.

La cita era ese día a las 5. Se llevó la taza de café a los labios cuando notó que algo rozaba su espalda, dejó la taza en el plato y se volvió, por unos minutos se miraron sin saber qué hacer hasta que Juan se levantó y se abrazaron efusivamente.

Al separarse pronunciaron las mismas palabras: balón- planta y acción. Se sentaron, Pedro pidió un cortado y comenzó a hablar.

—No estuvo mal el castigo, gracias a él hice la carrera de biología y jardinería.

Juan sonrió asombrado —Yo también estudié lo mismo.¿Podríamos montar algo juntos, parece que el destino nos vuelve a unir?

—Desde el primer día que te vi. en aquel colegio, sentí algo dentro de mí.. Con los años he sabido que te quería, te he buscado y aquí estoy.

Se hizo un largo silencio, lo rompió Juan diciendo palabras entrecortadas.

—Me has dejado algo perplejo, veo en tus ojos el amor y me gusta, no sé si sabré corresponderte, pero algo me dice que quiero intentarlo.

Las horas se escaparon

sin que se dieran cuenta,

las luces del bar a medio gas.

Le dieron a la cita un encanto otoñal.

Las manos de Juan y Pedro

se acercaban temblorosas,

al rozarse, una energía los envolvió.

La sonrisa se enamoró de sus labios,

el corazón advirtió,

—estos amores son dolorosos.

Nos atrevemos dijeron al unísono.

Y ya lo creo que se atrevieron.

Araceli Banyuls

ERA UN E.R.E.

Le gustaba la informática. Cuando era niño, Juan se había fabricado un teclado con un pedazo de cartón de la caja de embalaje de la lavadora, que su madre acababa de comprar. Con un rotulador negro y cuidadosamente había dibujado cifras y letras dentro de cuadrículas, que simulaban el mosaico de las teclas. A partir de ahí las posibilidades eran infinitas, todas las que le permitían su imaginación infantil. Sus padres cuando lo vieron se intercambiaron las miradas; pero los tiempos no estaban para gastos extras.

Juan y su mejor amigo Pedro habían compartido bastantes horas de juego en su infancia y alguna que otra juerga en su adolescencia. Después, en su etapa universitaria sus vidas se habían alejado. Realmente hacía mucho tiempo que nada sabían el uno del otro.

El primero, había acabado su carrera de ingeniero informático y su pericia en el manejo del ordenador le había llevado a trabajar en una importante empresa del sector. El segundo, con su flamante título en A.D.E.(Administración de Empresas) había obtenido trabajo en la Compañía A.I.V.(Asesoramiento Integral Verdadero).

Aquella mañana, Juan, después de acompañar a sus hijos al colegio “poco” más tenía que hacer: comprar el pan, ir al supermercado, poner la lavadora, preparar la comida para cuando su mujer saliera del trabajo…Estas eran sus funciones desde que su empresa hubiera sufrido un E.R.E. (Expediente de Regulación de Empresas) por el que él y doce de sus compañeros habían sido despedidos.

Por la tarde tenía concertada una entrevista de trabajo. La había conseguido después de leer un anuncio en el periódico, donde se buscaba: “informático con amplia experiencia”. Y ese era justamente, su caso.

Le hicieron pasar a una salita, la secretaria le rogó que esperara. En la puerta situada frente a su silla un cartel indicaba:

PEDRO MARQUEZ

Director de personal.

Lola Júdez López

miércoles, 17 de noviembre de 2010

CAMINANDO POR LA VIDA

Siguieron caminando dejando atrás aquel lugar, en el que sintieron que era el principio del fin.
Sin atreverse a hablar en los veinte minutos que tardaron en cruzar el campo, que les llevaría hasta el puente.
Una lluvia fina empezó a mojar sus rostros cuando salieron de la residencia, y a cada paso que daban, parecía ir cayendo con más fuerza.
Se sintieron aliviados y cobijados por aquel puente que solían ver desde la ventana de sus habitaciones.
Juan y Pedro rieron divertidos. Sus ojos brillaban, con aquella mezcla de complicidad y travesura que tuvieron hace años. Sus manos se entrelazaron, casi sin darse cuenta, y fue Juan quién comenzó a hablar, pues siempre había sido el más lanzado, mientras Pedro temblaba y casi no se atrevía a respirar. Era una persona tímida y frágil.
—Hemos esperado tanto, demasiado.
—Los dos lo sabíamos pero las circunstancias, el qué dirán y tantas cosas.
Juan volvió a ser valiente, le besó en los labios. Los dos se abrazaron. ¡Había sido ese abrazo contenido en tantas ocasiones!
Atrás quedaron los miedos, el que dirán y tantos impedimentos. ¿A quién podía perjudicar que dos personas se amasen como ellos?
Dejó de llover. No era el principio del fin sino el principio de la vida que siempre habían deseado.


María José Almeida

jueves, 16 de septiembre de 2010

El Taller en Radio Gandía Ser

Relato "Homenaje" de alumnos del Taller, en la voz de Adriana Serlik

miércoles, 18 de agosto de 2010

El Taller en Radio Gandía Ser

Relato "La amante impaciente" de Irene Verdú, en la voz de Irene Verdú

El Taller en Radio Gandía Ser

Relato "Matusalem" de José Climent en la voz de Adriana Serlik

El Taller en Radio Gandía Ser

Relato "Autorretrato de Domingo Barreres" de Irene Verdú en la voz de Irene Verdú

miércoles, 28 de julio de 2010

El Taller en Radio Gandía Ser

Relato "Espejo del agua" de Ana María Orta, en la voz de Adriana Serlik

lunes, 26 de julio de 2010

El Taller en Radio Gandía Ser

Relato "Mano escondida" de Marga Iglesias, en la voz de Irene Verdú.

martes, 13 de julio de 2010

El Taller en Radio Gandía Ser

Relato "El secreto Borja" de Iván Fornes Chova, en la voz de Adriana Serlik

domingo, 11 de julio de 2010

El Taller en Radio Gandía Ser

Relato "Su ausencia" de Alfonso Garrigós Palmer, leído por Irene Verdú.

lunes, 28 de junio de 2010

El Taller en Radio Gandía Ser

Relato "Juicios del tercer milenio" de Lala Escrivà, leído por Adriana Serlik.

miércoles, 16 de junio de 2010

El Taller en Radio Gandía Ser

Podéis escuchar los trabajos de los alumnos del Taller todos los lunes, a partir de las 12.35 en
Taller de Palabras
Hoy por hoy Gandía
Radio Gandía Ser

Records de Infantesa, relato de Piñar Viñao, leído por Irene Verdú

Fiesta fin de curso Taller de Creación Literaria

2º Certamen de Relatos Breves UPG

Entrega premios

Premio Relato en Valenciano
L´ANY NOU
Alfonso Garrigós Palmer


Premio Relato en castellano
ENCUENTROS
Ana María Orta Lorenzo



Accésits Relato en valenciano
VAIG A CONTAR-TE UN CONTE
de Margarita Pérez Gómez



Accésits Relato en castellano
MEMORIAS
José Climent Prats


Accésits Relato en castellano
HEIL
Blas Cabanilles Folgado