martes, 6 de septiembre de 2011

TALLER DE PALABRAS 2011

JOSEFA GARCÍA MIÑANA- 5 DE SEPTIEMBRE




domingo, 28 de agosto de 2011

FRANCISCO ESCRIVÁ COSTA- 22 DE AGOSTO





ANA MARÍA ORTA- 29 DE AGOSTO



RICARDO ROCA - 8 DE AGOSTO







VICENTE LUCIO FERNÁNDEZ DE LA PARRA- 15 DE AGOSTO






jueves, 28 de julio de 2011

GEMA HERNÁNDEZ ORQUÍN - 25 DE JULIO





MARÍA JOSÉ FRASQUET TODOLÍ - 1 DE AGOSTO



martes, 12 de julio de 2011

PEPE TEJADA - 11 DE JULIO





JOSÉ CLIMENT - 18 DE JULIO


sábado, 4 de junio de 2011

PREMIO ALUMNOS CASTELLANO

HUÍDA A ÁFRICA

Gema Hernández Orquín

Nada conseguía traspasar la burbuja de espacio y tiempo en la que estaban inmersos los dos hermanos: ni el tráfico, ni el griterío de una fila de escolares que cruzaban la calle, ni la alarma de un coche aparcado frente a aquel bar.

Sentados frente a dos cafés, ambos tenían la mirada perdida, mientras uno asimilaba la noticia y el otro corroboraba su decisión en silencio.

Fernando rompió el momento — Entonces, ¿estás seguro? ¿lo has pensado bien? Sabes que si quieres puedes venir a casa un tiempo, María y los niños estarían encantados de que vivieras con nosotros, hay sitio de sobra y —Carlos interrumpió.

— Me voy Fernando, lo tengo muy pensado, necesito cambiar de aires, de trabajo, de casa, de vida. Se que parece una huída y lo es pero no puedo seguir viviendo en esa casa, dormir en nuestra cama, pasar por delante del colegio de Sara, no puedo.

Carlos, era el pequeño pero el más alto y había sido un hombre de complexión fuerte. Muy deportista, después de la tragedia había perdido mucho peso, había empequeñecido.

“Perder a tu mujer y a tu hija en un accidente de tráfico y salir completamente ileso es demasiado insoportable y más para un médico de profesión” pensó Fernando. Le entristeció pero no le sorprendió la decisión.

— ¿Has pensado dónde vas a ir?

— África.

— ¿Pero dónde exactamente? —Insistió Fernando

— A Lesotho. Mi compañera de planta Ana ha colaborado con Médicos sin Fronteras durante años. Me ha contado que el país, pese a ser fronterizo con Sudáfrica, es de los más pobres, está azotado por el VIH y la tuberculosis y los pocos médicos locales que hay se están yendo. Ya tengo el billete, me voy el lunes por la mañana.

Apuraron el café, salieron del bar y de pie, ante la puerta, se fundieron en un abrazo tan fuerte como si éste les ayudara a compartir el dolor.

— Cuida de mamá y papá, ellos ya saben lo de mi marcha y no me han puesto ninguna objeción aunque sé que están angustiados. En Lesotho no hay guerras tribales pero hay malaria, tuberculosis y sida. Os prometo que tendré mucho cuidado. Esto no es un suicidio lento, de verdad hermano, si quisiera hacerlo lo habría hecho ya.

Llámame, Carlos, no importa la diferencia horaria, quiero saber de ti.

Había oscurecido. Los hermanos tomaron rumbos opuestos.

Fernando volvió a casa, con su familia, a buscar en Internet todo lo referente al país donde volaba Carlos en unas horas. “Lesotho, espero que todo esto valga la pena, quiero recuperar aunque sea un pedazo de lo que fue mi hermano, quiero volver a jugar un partido de volley con él” rumió mientras buscaba las llaves de su coche.

Carlos, que desde el accidente no conducía, prefirió volver a casa caminando. Caminar le relajaba, observar la vida a su alrededor, una vida en la que el había formado parte hasta hacía muy poco y con la que ya no se identificaba. “Los inquilinos entran mañana, tengo que acabar de bajar las cajas al trastero”. De repente le invadió una sensación amarga, un profundo sentimiento de culpa.

Desde que preparaba su viaje a África no había pensado tanto en su mujer y su hija, ni en el accidente, ni en los desesperados minutos en los que intentó reanimarlas aquella fatídica mañana. Se sintió mal, muy mal, quizás era eso a lo que se refería su psiquiatra cuando le hablaba del proceso que debía atravesar. “Duelo y cambio de vida, de rutina”. La voz de una mujer joven que empujaba un carrito de bebé le devolvió a la tierra.

Me deja pasar, por favor.

Disculpe, pase, pase. —Contestó Carlos un poco aturdido.

La observó alejarse.

Cuando llegó a casa no pudo dejar de sentir esa desolación, estaba vacía, inhóspita, toda su vida anterior en cajas de mudanza: unas para beneficencia, otras al trastero y dos maletas junto a la puerta, las que llevaría consigo en su huída a África. “Hoy tomaré sólo un tranquimazín, mañana será un día duro y quiero estar despejado”.

La despedida, que le habían preparado los compañeros la noche anterior, había sido larga. Suponía que iba a ser un café y unos dulces en la sala de descanso pero al final acabaron en el bar de Miguelón, tomando unas copas y recordando historias de planta. Todos querían asegurarse de que Carlos estaba bien y de que sabía lo que hacía.

Medina, el médico adjunto, le había mostrado su preocupación. Iba a tener que viajar solo pero le recibirían en el aeropuerto de Moshoshoe y le llevarían a la capital, Maseru, a tan sólo veinte kilómetros. Todos se había pasado la noche dándole consejos: cómo llegar al centro de la ONG en Maseru, por quién preguntar, costumbres, protocolos de seguridad para evitar contagios.

En cuánto tomó asiento en aquel gigantesco jumbo de la South African Airlines cerró los ojos, “Me quedan doce horas de vuelo, ocho mil doscientos kilómetros, necesito descansar un poco”.

Cuando parecía que aún no llevaban ni una hora de vuelo, aunque habían pasado tres, una belleza africana de grandes ojos y piel muy negra le despertó:

— Señor, señor, disculpe ¿desea leer algo? tenemos The Guardian, The Daily Telegraph, Lesotho News.

Lesotho había sido una colonia británica y se notaba incluso los olores que había percibido nada más entrar en el avión, eran evocadoramente british, mantequilla, fish and chips, lavanda …

— ¿Toda la prensa es en inglés?

— Si, señor. ¿Desea prensa en castellano? —Contestó la joven.

—No, deme algún periódico local, me pondré al día, gracias.

Carlos no daba crédito. Noticias como “Un diamante blanco de 185 quilates ha sido encontrado en la mina Letseng“ o “El 70 % del agua potable que se consume en Sudáfrica procede de los recursos naturales de su país cofronterizo Lesotho”, compartían las páginas de los periódicos con otras como “ Se prevén grandes inversiones en el sector agrícola de Lesotho, fuertemente afectado por la sequía ” o “Thaba Tseka es uno de los distritos más afectados por el VIH/SIDA de Lesotho. Los niveles de orfandad se disparan.”. Incomprensible. Aquellas noticias tan contradictorias le infringían más dudas sobre lo que iba a encontrar. Entre pensamientos, dudas, nostalgia y miedo a lo desconocido se quedó profundamente dormido.

Un fuerte dolor de oídos le despertó, “Parece que estamos descendiendo”. El enorme Jumbo de SAA empezaba su inmersión entre una espesa masa de nubes.

Había leído mucho sobre la tierra a la que volaba y, sin poder evitarlo, había evocado unas imágenes un tanto cinematográficas sobre su primera visión de las tierras africanas pero lo que empezaba a divisar no se parecía en nada a aquello.

Ni inmensas estepas, ni animales en libertad, ni enormes baobabs, veía un paisaje rocoso de tierras oscuras, modestos edificios diseminados y algunas estribaciones de cadenas montañosas, ¿las Dragensberg de las que tanto había leído, quizás? Realmente no era su visión preconcebida de África.

Una vez en tierra y mientras esperaba sus maletas junto a la cinta transportadora, le pareció divisar entre el gentío de la recepción a un joven con una cartulina en la que parecía poner su nombre Doctor Carlos Carriedo, recogió las maletas y se dirigió hacia él.

—Hi, I´m Dr. Carriedo.

Un joven bantú, extremadamente alto y delgado cuya única vestimenta era un manta y unas sandalias, se presentó a Carlos en un perfecto inglés:

— Soy Ntsu, voy a ser su chofer /guía durante su estancia.

Subieron las maletas a un 4x4 y emprendieron camino a Maseru mientras Ntsu le contaba a Carlos sobre el orgullo de su ascendencia bosquimana, de la labor tan valiosa que estaba haciendo la ONG en su país y lo orgulloso que estaba de trabajar para MSF. Carlos le observaba al tiempo que intentaba distinguir algo entre la polvareda que levantaba aquel viejo Land Rover.

— Ntsu ¿es que no hay ninguna carretera asfaltada desde el aeropuerto hasta la capital?

— Es una hora problemática para la entrada a la capital y este camino de ganado, aunque deteriorado, es más rápido.

Ntsu dejó de hablar, paró el coche en medio de la nube de polvo y se volvió a Carlos con una mirada vidriosa y suplicante. Un pánico atroz invadió a Carlos, ¿y si la acreditación era falsa?, ¿y si aquel joven pertenecía a una mafia y lo acababan de secuestrar?,¿y si…?

— ¿Por qué paras? —preguntó.

—Doctor, discúlpeme, sé que le esperan en la Organización y que esto que voy a hacer es totalmente anormal pero debo pedirle un favor. Quiero pedirle que vea a mi niña; hace días que tiene fiebre y mucha tos, no come, no la puedo llevar a la ciudad porque pondrán a toda la familia en cuarentena y yo me quedaré sin trabajo. Por favor, Doctor, haré todo lo que me pida.

De inmediato Carlos recordó la noche anterior a su partida, Medina le había puesto sobre aviso “No te involucres en los casos, sé todo lo objetivo que puedas, no recibas obsequios a cambio o estarás vendido “. Esa, justamente, era la situación a la que Medina se refería y estaba sucediendo ya, mucho antes de lo que él esperaba.

—¿Qué hacer? Soy un médico, intento salvar vidas, cómo no involucrarme en el caso de Ntsu. Es un desconocido pero va a ser mi sombra durante estos meses —pensó.

— Está bien, tranquilízate, la veré pero no te prometo nada, si es necesario habrá que llevarla a un hospital ¿Dónde está la niña?

— En Tsuang, Doctor, la aldea donde vivo con mi familia.

Tsuang era un pueblo de pequeñas chozas a medio camino entre el aeropuerto y Maseru. Cuando llegaron, un griterío de niños los recibió, pedían algo que a Carlos le era familiar .

— Si, Doctor, piden chupa-chups, los niños de la aldea saben que trabajo con médicos españoles y ellos siempre traen esos caramelos con palo, a los niños les encanta.

Ntsu detuvo el coche delante de su choza, una de las más grandes. Llamaba la atención entre tanta pobreza una enorme antena parabólica en el techo. Se notaba que aquel joven bantú era un hombre con suerte al trabajar para la organización.

Carlos empezó a entender las súplicas de Ntsu, era realmente un privilegiado. Se dirigió al maletero del 4x4 y cogió su maletín.

Al entrar a la casa de Ntsu, percibió un olor muy peculiar, penetrante, especiado, eran unas hierbas que hervían en el fuego, probablemente para la pequeña. No le gustó lo que vio: la piel de la niña estaba llena de placas rojizas y parecía que llevaba tiempo en ese estado.

— Hola pequeña ¿Cómo te llamas?

— Nandi, me llamo Nandi

— Ayer cumplió ocho años — dijo Ntsu

— Sí, ocho —dijo la niña mostrando ocho dedos de sus pequeñas manos.

“Es justo la edad que cumpliría Sara si no...” pensó. Se incorporó y dijo a Ntsu:

— La curaremos Ntsu, te doy mi palabra.

Y mirando una pequeña pulsera de hilo de colores, que lucía en su muñeca y que tiempo atrás le había regalado su pequeña Sara, repitió:

—Te doy mi palabra Sara, hija, la curaremos.

ACCÉSIT ALUMNOS CASTELLANO

ÁFRICA EN UN ABRAZO

María José Frasquet Todolí


Lucía entró en el centro de salud. Nerviosa, con el pequeño en brazos, se dirigió a la ventanilla de urgencias. Las palabras le salían atropelladamente, mi hijo esta mañana ha despertado devolviendo y con fiebre.

— Nombre por favor, —le cortó la auxiliar con impaciencia.

Intentó serenarse, estaba asustada, su pequeño nunca había estado enfermo. La enfermera no tardó más que un par de minutos en completar el formulario, sin embargo a ella le pareció una eternidad. Sintió ganas de llorar. Ni una palabra de aliento, ni un gesto amable, tan sólo un escueto, “ya le llamarán”. Se sentó en la sala de espera, y con sumo cuidado acomodó al niño en sus brazos mientras le susurraba tiernas palabras.

A medida que pasaba el tiempo, la angustia de la joven iba creciendo. Miró el reloj, llevaba tres cuartos de hora sentada con el cuerpo dolorido y los nervios a flor de piel. Una vez más, dirigió su mirada al mostrador. En ese momento, la enfermera hablaba animosamente con una extraña mujer vestida con una túnica multicolor y un llamativo tocado por el que asomaba el cabello recogido en trencitas. Cogida de su mano, una niña de corta edad seguía la conversación muy seria.

Con paso seguro y la cabeza bien alta, entró en la consulta sin esperar su turno. Una mezcla de curiosidad e indignación se apoderó de ella. Había llegado antes, se suponía que aquello era Urgencias y, por lo que parecía, aquella arrogante no tenía prisa alguna. “De fuera vendrán que de casa te echarán”, musitó con sarcasmo.

Al oír el nombre de su hijo salió disparada. La rabia que había ido acumulando le impidió ver a la mujer que salía en ese momento. No llegaron a tropezar. Unas manos la sujetaron con delicadeza. ¿Se encuentra bien?, oyó que le preguntaban. Abrumada levantó la cabeza. Unos enormes ojos negros la miraban. Por un momento no la reconoció. Aquel bello rostro de mirada serena, aquella dulce sonrisa, nada tenían que ver con la mujer soberbia que se había colado minutos antes. Lucía, incapaz de articular palabra, asintió con la cabeza y entró en la consulta. Ya no estaba enfadada, no acababa de comprender lo ocurrido pero algo, en su interior, le decía que ese encuentro tenía mucho que ver con su repentino cambio de humor. Por primera vez en toda la mañana, sintió que nada grave le ocurría a su pequeño.

Al salir del hospital la vio. Sentada en un banco, con los ojos cerrados, parecía disfrutar del sol. y no resistió el impulso de sentarse a su lado. Como si le hubiera estado esperando, lentamente abrió los ojos y le sonrió “me alegro de que los dos estéis bien, tú y tu hijo”. Acto seguido, como lo más natural del mundo y en un español bastante correcto, se presentó: —yo soy Salamatu y ella — señaló a la niña que jugaba con una muñeca— es Naima.

Hechas las presentaciones, se pusieron a hablar con la familiaridad de dos buenas amigas. Salamatu reía ante la insaciable curiosidad de Lucía que no paraba de hacerle preguntas sobre su vida, su país. Ella misma reconoció que necesitaba hablar con alguien sobre los suyos, de su existencia en aquella remota tierra. Sin darse cuenta, las palabras iban saliendo por sí mismas, sin esfuerzo alguno.

Al igual que los chamanes de su tribu, Salamatu empezó a relatar su historia como si de una hermosa melodía se tratara. Pertenecía a una tribu llamada peul cuyo campamento se encontraba al sur de Níger, en un lugar llamado Kougga Zhadyilinam. Su marido tenía otras dos mujeres, aunque, sonrió con timidez, hubiera preferido ser la única.

Sus hermosos ojos se iluminaron al mencionar a sus otros cuatro hijos, tres varones y una niña. ¡Cuánto los echaba de menos! Ella era feliz en su tierra, con su pobreza. Nunca le importó el duro trabajo ni las precarias condiciones en que vivían. Era dichosa, sin más, en plena armonía con la naturaleza. Salamatu guardó silencio.

Toc, toc, toc, el golpear del palo sobre el mortero de mijo, resonaba en su corazón. Sintió que estaba en su hogar, en una de aquellas noches de África, bajo una increíble bóveda de millones, brillantes y cercanas estrellas. Se vio, de pronto, sacando agua del pozo, arremangada su túnica, mientras las niñas reían y bailaban, un suave carraspeo le devolvió a la realidad. Con una triste sonrisa tranquilizó a Lucía que le miraba con preocupación, no te preocupes, estoy bien. Es que fue muy duro dejar mi país, despedirme de mi familia sin la certeza de volver a verles pero lo peor fue no poderme traer a los otros niños.

Ambas guardaron silencio. Seguían sentadas, sin mirarse.

El tintineo de sus trencitas, alborotadas por una suave brisa, devolvió a Salamatu su natural alegría y llena de optimismo reanudó su historia: habían transcurrido dos años desde aquel día en que su vida cambió por completo con la llegada al campamento de una expedición. Eran tres hombres y dos mujeres dispuestos a estudiar los efectos de la globalización entre algunos de los pueblos “menos contaminados”.

Desde un principio, se quedaron cautivados por la amabilidad de aquella gente que con tanta generosidad les permitían entrar en sus hogares y en sus corazones. Lamentablemente, pronto descubrieron las numerosas enfermedades infecciosas que asolaban sin piedad a los habitantes de aquel árido lugar. Sintiéndose en deuda, trataron de aliviar el dolor de aquel pueblo que con tanto cariño les había acogido, sin poder evitar un amargo sentimiento de impotencia ante esa cruel realidad. A pesar de sus esfuerzos, muchos acabarían muriendo. Sin embargo, aquella gente admirable aceptaba la muerte con naturalidad. Sólo era un paso para poder disfrutar de una nueva vida en la que renacían con más fuerza y vigor.

Salamatu creía en ese paraíso del que tantas veces había oído hablar a sus mayores, pero su pequeña aún tenía mucho que ofrecer en esta vida. Se negaba a quedarse de brazos cruzados mientras su pequeña se apagaba poco a poco.

Fue en uno de aquellos encuentros con la psicóloga española, mientras conversaban sobre el papel de la mujer en la tribu, su sexualidad, los hijos, cuando Salamatu se armó de valor y le pidió ayuda. Estaba dispuesta a todo por salvar a su hija.

Unas semanas más tarde, Salamatu y Naima viajaban, junto a la expedición, rumbo a España. La esperanza de ver a su hija curada aliviaba la congoja que sentía por todo lo que acababa dejar atrás.

Lucía sobrecogida, no osaba abrir la boca. Ahora empezaba a comprender el aire de superioridad. Su aparente altivez era algo innato en aquella mujer luchadora y valiente.

Orgullosa por la herencia que había recibido de sus antepasados, por aquellos valores que se habían transmitidos intactos desde tiempos inmemoriales, sólo pretendía honrar a su raza. Allí, sola, en un país desconocido, había descubierto las nuevas enfermedades de la civilización: depresión, estrés, prisa, insomnio.

Sin darse cuenta, el tiempo había pasado volando. Lucía hubiera querido seguir recorriendo aquel hermoso continente de la mano de su amiga. Sí, su amiga.

Se sentía avergonzada por juzgarla tan injustamente. Salamatu, de pie, le sonreía:

—Hay tantas cosas que nos dejamos por el camino, — le dijo acariciando la cabecita de Carlos que dormía plácidamente —No dejes que las prisas, los problemas, te impidan disfrutar de un bello atardecer.

Llamó a su hija dispuesta a irse, pero Lucía le cogió la mano, ¿nos vemos mañana?, casi le imploró. Por primera vez empezaba a cuestionarse su vida.

Salamatu le había abierto una puerta invitándole a entrar, insegura, intuía que una vez la franqueara ya nada sería igual. Mientras le oía hablar de sus costumbres, sus ritos, las continuas luchas ante las adversidades, cómo engañaban al hambre con bailes y fiestas, sentía que había pasado por la vida de puntillas, apenas sin vivirla.

En aquel apasionante viaje por África había disfrutado de la libertad, sentido emociones y sensaciones hasta ahora desconocidas. La dulce voz de Salamatu interrumpió sus pensamientos, si quieres nos vemos mañana. Todos los días vengo a la misma hora. Naíma lleva un control muy estricto.

Lucía se levantó pero no se decidía a marcharse, ¿cómo lo haces?, ¿nunca dejas de sonreír? Salamatu, riendo abiertamente, le contestó, —mi abuela siempre decía que muchas personas se pasan la vida buscando la felicidad, como si de un tesoro se tratara, y en su afán por encontrarla, mueren sin haber vivido, sin comprender que ésta se encuentra en nosotros mismos. Sólo dando, dándonos a nosotros mismos, conseguimos ser felices.

Un hombre que paseaba con su perro se quedó extrañado contemplando aquellas dos mujeres tan distintas. Lucía, riendo, gritó, ¡llevaba tanto tiempo sin poder abrazar a mi hermana!

PREMIO ALUMNOS VALENCIÀ

L'AMOR VIATJA AMB AVIÓ

Francisco Escrivá Costa

Va girar el cap clavant els seus ulls de pantera sobre mi. Em veia vindre tal reacció des que vaig veure passar volant, des del pupitre de darrere, una gran bola de paper que va impactar en la seua esquena. Joan es va arraulir per amagar-se, deixant-me tot sol davant la seua mirada d'enfurida felina. Supose que la meua cara de panoli no m'ajudava a demostrar la meua innocència. Vaig amenaçar de mort a Joan, lliscant el dit sobre la meua gola; ell silenciosament reia. Era el primer dia de classe i he de reconèixer que em vaig quedar atordit en veure entrar aquella xiqueta. Tenia la pell de color xocolate, un cabell rogenc i pompós i un nom que em tenia intrigat. Segurament, ara m'odiaria per culpa del graciós de la classe, però d'altra banda, tenia l'excusa perfecta per parlar amb ella en el pati, si les estranyes pessigolles que tenia en el meu interior no m'ho impedien. Amb les cames tremoloses, vaig donar les pertinents explicacions i vaig delatar, sense cap remordiment, al verdader llançador del meteorit. A partir d'aquell matí de setembre, l'Àfrica i jo vam ser inseparables. Anàvem junts al col•legi, fèiem els deures, anàvem al parc, als recreatius; però el que més m'agradava era anar a sa casa. Era com un museu de caretes ancestrals, llances i milions d'estatuetes en què, segons contava sa mare, habitaven esperits.

L'Àfrica havia nascut a París, però prompte se'n va anar a viure a Barcelona i després d'onze anys en la Ciutat Comtal, a son pare, pilot d'avions de passatgers, li van proposar anar a València a treballar. Tenia un enorme despatx ple de mapes i avions penjats del sostre per fils fins, donava la sensació que volaven per l'habitació buscant on aterrar. Sa mare, de la qual havia heretat el seu cabell, sempre anava amb túniques de colors vius; ens preparava galetes de sèsam, bevíem te i ens relatava llegendes d'Àfrica, sobretot ens parlava de la seua enyorada Kenya. Jo em submergia en un món de fantasia, d'encara hui sense escapatòria. El curs em va passar volant, les vacances d'estiu estaven ja prop, i com cada any la iaia ens esperava en el seu apartament de la platja de Gandia, per passar amb ella uns mesos. Aquell any no em venia de gust anar-hi, volia quedar-me amb la meua amiga, poder baixar de nit al carrer, escoltar increïbles històries mentre berenàvem asseguts a l'estora de pell sintètica de tigre.

Que res canviarà, que tot seguirà igual... però va ser impossible convèncer els meus pares de quedar-nos a la ciutat i a principis de juliol ens n'anàrem, no sense abans dedicar-nos alguna plorera. Vaig descobrir que m'havia enamorat.

Els dies em passaven lents sense la companyia d'Àfrica, m'avorria en la platja, feia passejos melancòlics amb bici, sense cap direcció. Els amics de tots els estius només pensaven a pintar grafits i jo em quedava en casa llegint tot el que queia a les meues mans que parlara del continent que em tenia fascinat. A mitjan d'agost, vaig decidir actuar i vaig convèncer els meus pares de convidar-la a passar uns dies amb nosaltres.

La cride per telèfon i li entusiasme la idea Així, van arribar els millors dies de tot l'estiu. Ens banyàvem fins a arrugar-nos, amb la barca inflable ens imaginàvem recorrent el Nil rodejats de cocodrils, ens afartàvem de gelats i rèiem recordant les estranyes supersticions del Congo que ens contava sa mare. Però l'última nit, em va donar una notícia terrible de la que vaig tardar anys a recuperar-me. ¡El pròxim curs tornava a França! Son pare havia demanat el trasllat, els seus iaios estaven molt majors, necessitaven de la seua cura.

Han passat vint anys, treballe per a una ONG recorrent Àfrica en ajuda humanitària. Fa unes setmanes em trobava al Caire amb tres companys, a la Plaça de la Llibertat. Hi havia milers de persones però jo només em fixava en una: en la reportera de la BFM TV que explicava en viu per a tots els francesos, el que estava succeint en aquella plaça on la gent no deixava d'acudir en senyal de protesta. Aquella xica de llargues cames, cabell rogenc i pompós, em resultava familiar i en acabar la transmissió, vaig cridar fortament el seu nom. Ella, amb els seus ulls de pantera, em va tornar a mirar!

Escric estes línies mentre sobrevole l'oceà Atlàntic, me'n vaig a París, me'n vaig de cap a Àfrica.

viernes, 3 de junio de 2011

ACCÉSIT ALUMNOS VALENCIÀ


LA LLUNA A MIG-DEURE

Araceli Banyuls Martínez


Avui la lluna és a mig-deure.

Em mostra la seua faç platejada i envoltada d'una petita boira que l´acompanya.

És de nit, i passege pels carrers del barri on fa uns mesos que visc. El fred es fa sentir. De sobte una mirada que se'n fuig, de dintre meu, enfoca aquell solar tronat i vell.

S´aturen els peus. No em puc moure. Ací hi havia una casa, no fa molt la vaig veure.

Què m´està passant? Em sent atrapada.

Sorolls de veus emergeixen del fons d'aquell descampat ple d'herbes i fem.

Un clam esclata en plors, “Ha sigut xiqueta”, diu algú. Plora amb força, és valenta.

Tot em ve com en una pel•lícula sense cinta.

Rebobine el cervell i s´obrin davant de mi, un munt d'imatges llunyanes.

Al costat d'esta casa, avui enderroc del temps, estava la vaqueria. Rasant la vivenda passava la sequiola. Era com la frontera entre Beniopa i Gandia.

Tindre la sequieta prop era un plaer, mentre les mares llavaven la roba amb una fusta que era la post de llavar i sabó de sosa. Les xiquetes i els xiquets ens divertíem jugant amb l'aigua. Jo cantava, sempre cantava. Quan em preguntaven què volia ser de major, deia, cantant i artista. Ho tenia clar.

¡Uns passos s´apropen!

Sent una tremolor al cor i torne a la realitat.

Veig un home i em demana foc. Cerque l'encenedor en la bossa de mà, l´agafe, encenc el llum i li veig la cara. És negre i jove. “Gràcies”, diu el xic. “De res”, li responc.

El fum del cigarret m´encisa de bell nou en els meus records.

Prop del sequió s´alçava l'escorxador. Quasi enfront estava el molí de farina.

Uns carrers més enllà teníem el forn de Ramiro. Era el lloc on es portava tot a coure.

Eixe caliu de la cuina, la gent. Una sensació del que és autentic, senzillament com era.

M´arriba una fragància de les aromes perdudes.

Alce el cap ensumant l´aire, fa olor de mullader. Avui soparem a gust, la tomaca, el pebre

l'albergínia, tot del bancal ¡Clar! Vinga, anem a la taula, els veïns sopant al carrer. El primer mos a la boca i…

La nit s´ha engolit amb permís, la taula, els queviures i el vi.

Els llums d'un auto em tornen on sóc.

Ja puc menejar-me i camine un poc, faig una llarga ullada.

Ara veig com el formigó ha tapat els bancals, han construint cases altes, la sèquia no canta, està tapada. L´ambulatori està ficat on hi havia l'escorxador.

Són així les coses, la vida va evolucionat. Molt ràpidament.

Sempre m´han agradat els elefants, són savis, humans, familiars, caminen sense pressa, i saben quan han de tornar al seu lloc per a finalitzar la vida.

Per alguna raó el destí m´ha arrelat a uns metres de la casa on vaig escoltar aquell crit

l´altra nit, que va esclatar amb una cançó.

Perquè jo sóc la nineta que nasqué fa molts anys en aquesta parcel•la!

Aquella xiqueta volia ser artista.

I avui, la dona-xiqueta vol dir-te que les nostres il•lusions s´han complit. Cantem i toquem la guitarra. Altres coses han quedat pel camí. La música m´ha donat el millor so per a expressar-me. I encara tinc deures per finalitzar.

He d'aprendre de la lluna que sempre ompli la seua tasca.

Per fi la redona esfera reina de l'univers brilla. Implacablement perfecta.

Un llum encegador m´encén els ulls. Tot em dóna voltes, forts i pianos.

Alce la mirada i em quede esbalaïda. No ho entenc.

S´ha produït una transformació. Fa uns minuts, on hi havia el solar ha aparegut una casa. I en la planta baixa els neons d'un bar parpellegen. Estic desconcertada.

Una veu coneguda em demana foc,

El mire de reüll. És el mateix xic de l´altre dia

—Bona nit, Argila. Fa temps que no ens veiem,

—Bona nit, és veritat i hem coincidit en el mateix lloc. Com saps el meu nom?

—Ens hem vist unes quantes vegades pel barri, et coneix molta gent, però tu sempre vas absent pensant en les teues músiques. Jo em dic Abdulà.

—Perdona, Abdulà, però estan succeint coses estranyes, i estic un poc atabalada.

Tu em vares demanar foc quan la lluna estava a mig-deure —M´agrada di-ho així—. És a dir, creixent, en el cel. Avui és plena. Sols ha passat un cicle de lluna. I aquesta casa era un solar tronat i vell. I de sobte apareix en uns minuts. No estaré somniant?

—Tens raó, Argila, però tot canvia ràpidament i l´han feta. Ja ho veus.

A més, avui celebrem l´entrada de la primavera i li fem un petit homenatge a la cantant del barri. Argila, vols vindre a la festa amb mi?

Vaig dubtar un poc, em semblava com un flirteig, amb el del meu naixement. Abdulà va afegir.

—Em complau que entres a la inauguració del local del meu braç.

—Doncs anem, xicon!

Aplaudiments i música s´escolten dins quan entren els protagonistes de la festa

Abdulà i jo ens mirem als ulls. Un somriure naix. Sóc feliç i done gracies.

Em diu Abdulà:

—Coneixes el meu país?

—No, mai he estat.

—Doncs és molt prop d'ací.

Somriu.

—El nom del bar i l'Estat d'on vinc són el mateix més o menys.

— ÀFRICA CAFÉ

Sembla que tot és arrodonit aquesta nit.


PREMIO EXALUMNOS

CARLES Y LA RANA DE MADERA

Blas Cabanilles Folgado

La oscuridad le estaba lamiendo el entendimiento desde hacía varias horas.

Despierto en la nada, Carles daba vueltas y más vueltas en la cama. Tapado con una única manta hasta el cuello, mantenía los ojos abiertos e inexpresivos. Hoy tampoco había ido a clase. Decidió encender la luz, y ésta se le metió en los ojos como agujas incandescentes, repletas de vida. No había dormido en toda la noche, ni había cenado tampoco. Desde hacía un tiempo carecía de la capacidad de sentir sueño o hambre, y no le preocupaba.

Se incorporó con un largo suspiro y encendió el portátil. Su mente estuvo ausente, absorbida por esa pequeña pantalla, durante un tiempo que nunca llegaría a calcular por falta de interés, hasta que un diminuto ruido le sacó de su estupor. Intentó volver a concentrarse en su inactividad pero el ruido volvió a sonar con más fuerza y decidió pasear por el piso de estudiantes donde vivía con sus amigos. En estos momentos se encontraba solo, así que entró sin problemas en la habitación más grande y se tumbó en la cama, pensativo, analizando sus carencias, quizá, por la comparación con el otro. Echó un vistazo y se fijó en una rana de madera. Carles se levantó, la cogió y volvió a tumbarse. Era una de esas extrañas ranas que si les frotabas la espalda con un palo, imitaban el ruido del animal. Éste comenzó a frotarla suavemente, y deseó no estar ahí, deseó huir y explotar. Al instante, reconoció el mismo ruido que le había llevado hasta allí y notó como su cuerpo empezaba a aligerarse, dejando atrás la nitidez de la realidad y noqueándolo con fuerza en una gravedad inexistente que le arrastró a desaparecer.

Cuando volvió a tener consciencia de sí mismo, estaba en medio de una multitud enorme de gente que pasaba por su lado sin chocarse. El tumulto ascendía a los cielos y gran cantidad de carteles ininteligibles se alzaban sobre él amenazantes.

Estaba en Japón. Carles amaba todo lo relacionado con los videojuegos, los cómics y la cultura japonesa, así que cuando se recuperó del shock inicial, fue corriendo a donde sus sueños le permitían. Sus manos estaban llenas, sus ojos palpitantes y la piel se le estremecía a cada nueva visión de lo imposible, no tenía tiempo de pararse a pensar, necesitaba alcanzar todo lo que hasta ahora era inalcanzable para él. Finalmente se perdió en las telarañas que su propia mente le había preparado. Y no fue hasta que la noche cayó sobre sus hombros, cuando se dio cuenta de que desconocía las horas que llevaba en ese lejano país. Cabizbajo caminó sin rumbo por unos verdes paisajes a las afueras, pensando que realmente no podía saber si había aprovechado el tiempo o no. Encontró un pequeño templo y subió hasta él. Se dirigió a un rincón y se sentó en el suelo, jadeando por el cansancio. ¿Había estado aprovechando su tiempo? Se miró la mano, y segundos después sacó la rana de madera de un bolsillo. Desearía ir a un lugar donde el tiempo no existiera. Inmediatamente sus dedos empezaron a explotar juguetones como burbujas, y pronto todo su cuerpo corrió la misma suerte en un haz de luz azulada.

El sol le cegó por completo cuando vislumbró a lo lejos un nuevo horizonte. El cielo gobernaba en el lugar con suprema maestría y los pocos árboles que tenían la osadía de vivir allí no tenían más remedio que mostrarse arrinconados en su afán por sobrevivir. Tierra y viento se mezclaban para cruzar atrevidos entre la ropa de Carles. Sin duda estaba en la sabana africana. Estaba en África, pensó. En ese momento se maravilló tanto de la vista que el mundo le ofrecía, que no reparó en la pequeña sombra que había aparecido a su espalda. Quizá allí estuviera mejor. Empezó a caminar hacia delante con paso lento, disfrutando de las sensaciones que le impregnaban al unirse en esencia con aquel lugar. Cuando de pronto algo le tocó la espalda y se giró asustado, procurando pensar que podría aparecérsele en un sitio como aquél. Unos ojos como platos le admiraban sin apartarse ni un milímetro de los suyos. Carles quedó paralizado y no reaccionó hasta que la niña no estiró su brazo, ofreciéndole una pequeña muñeca hecha de alguna especie de sucio tejido. En aquel momento oyó un ruido que le asustó todavía más y se giró para comprobar que estaban a salvo, pero cuando volvió la cabeza para buscar a la niña, esta ya no estaba. Solo la muñeca descansaba en el suelo como dormida. Carles la cogió y después de estar un rato acariciándola, pensando en la paz africana, volvió a escuchar aquel ruido amenazante. Horrorizado vio como en esta ocasión, sus temores cobraban vida en forma de león, majestuoso a pocos metros de él. Gritó y corrió en dirección contraria a la de su perseguidor, pero sabía que poco iba a conseguir con eso. El león por su parte, abrió las fauces y se dispuso a saltar encima de su exótica presa, con las garras por delante. Carles pudo esquivar el primer salto escondiéndose detrás de un arbusto, pero tropezó segundos después y empezó a tambalearse mientras avanzaba hacia delante. En esos pocos instantes, Carles pudo darse cuenta de muchas cosas, iba a morir y nunca había hecho nada importante por nadie en particular. ¿Quién lo recordaría? El león saltó de nuevo, y en el último tropiezo Carles se percató del bulto que le asomaba en el bolsillo. Cogió la rana y al sentir una de las uñas del león en su espalda, logró tocarla, dejando que su subconsciente decidiera el próximo lugar. Una explosión de luz hizo retroceder al rey cuando desapareció, y las próximas imágenes que estallaron en su cabeza le desconcertaron tanto que se mareó. En su mente resonaban carcajadas distorsionadas, infantiles.

El calor no había desaparecido pero sentía vida a su alrededor. Cuando pudo enfocar su alma al exterior se dio cuenta de que estaba rodeado de niños jugando al fútbol, arrinconados por calles estrechas llenas de historias talladas en las grietas. Nadie se sorprendió al verlo y Carles se quedó observando aquel juego infantil un rato.

¿Dónde se encontraba? Por la conversación de las gentes pudo adivinar que en Brasil. Vaya, ¿Por qué justamente Brasil? Ni siquiera se había planteado viajar allí nunca. Decidió pasear por la ciudad y no pudo más que sonreír al ver tanto niño feliz jugando en la calle. Recordó los momentos de su infancia y no le asombró descubrir que habían sido los mejores de su vida, nada que ver con los de ahora, tan desbordantes e incomprensibles. Depresivos. Se sentó en la acera a tomar el sol, pensando en el camino que había tomado su vida, y pensó que quizá ella no era el problema, sino él. Poco después oyó un llanto que le resquebrajó por dentro. Buscó con la mirada el lugar de donde podía venir aquel sonido y enseguida lo encontró, acurrucado en una esquina cerca de él. Era una niña que escondía la cara entre sus brazos para que nadie la viera triste. Se miraron un segundo y apartaron la mirada inmediatamente. Carles empezó a deslizarse poco a poco para llegar a su lado sin sobresaltarla, deteniéndose en cuanto sospechaba que la niña lo estaba vigilando, y cuando por fin llegó a su lado, se acordó de que la rana no era lo único que tenía en el bolsillo, y entonces, sacó la muñeca que se le había caído a aquella misteriosa niña africana y se la dio, provocando en aquella pequeña una gran sonrisa. Al dejar de llorar, Carles pudo ver en sus ojos la inocencia, y en ella encontró algo hermoso y digno de proteger. Sin previo aviso, y pese a que él no quería dejar ese lugar tan pronto, la rana empezó a cantar por sí sola y Carles sintió que le arrancaban el aliento, en una caída infinita por los límites de la realidad.

Aterrizó ligero como una pluma, y los pulmones se le llenaron de aire tan deprisa que no pudo evitar un suspiro al caer sobre la cama. Se incorporó rápidamente, mareándose por la enorme cantidad de información acumulada, y cuando por fin recuperó el sentido se dio cuenta de que tenía la rana de madera al lado. La cogió y se dirigió a la ventana. Allí enfrente pudo contemplar un patio de colegio enorme y rebosante de niños. Apretó los puños y no pudo evitar que se le escapara una lágrima al comprender lo estúpido que había sido, intentando evitar lo inevitable, intentando detener el tiempo. Debía aceptar que estaba creciendo, y que ahora el ya no era el niño, sino el que debía protegerlo y guiarlo en el futuro, y para eso, debía existir tal futuro. Sonrió y fue a su habitación, cogió la mochila olvidada, desconectó el portátil, y paseo feliz por las calles de Valencia hasta llegar triunfante a su destino.

Un destino que siempre había estado allí.

ACCÉSIT EXALUMNOS


ADÉS I ARA

Lola Júdez López

Era un home intel·ligent, despert, manyós i molt popular al seu poble. Exercia com a practicant, però la llista del seus treballs era infinita: barber, dentista, llevador, organista, sagristà, electricista... A sa casa reparava rellotges, planxes i tota classe d’aparells. S’atrevia amb la reproducció dels nous invents. Diuen els seus fills que va fer una mena de ràdio amb la finalitat de poder escoltar els esdeveniments de la guerra civil.

Conten que una vegada el cotxe de línia, que unia el poble amb la capital, va tindre una avaria i no hi havia forma humana d’engegar-lo. Passava en aquell moment un veí que, en veure’ls tan sufocats, va exclamar: “Què feu perdent el temps? Crideu a Miquel!”.

Així ho van fer. Quan ell va arribar, va alçar el capot, va maniobrar al seu interior durant una estona i a l’instant el rum-rum, del motor es va tornar a sentir i l’autobús es va posar de nou en moviment.

Sembla que tenia una habilitat i un gust especial per explorar i esbrinar els mecanismes interns de qualsevol objecte. Muntava i desmuntava tot el que queia a les seues mans i sempre aconseguia arreglar-ho. Es per això que el seus veïns confiaven en la seua destresa.

Ell, que pel seu ofici assistia a les parteres, va contribuir a l’increment de la natalitat al seu poble, perquè va tindre set fills, alguns del quals van eixir d’aquell món menut de relacions properes i durables, per incorporar-se a un altre món que començava a despuntar. Era la etapa preindustrial, que expulsava gent dels pobles a les ciutats, buscant millores i benestar.

. . .

Era un jove intel·ligent, despert i manyós. Aquell matí es va despertar amb un gust amarg a la boca. De què li servia el flamant títol d’enginyer industrial? Anys d’estudi i vocació dedicats a preparar-se en allò que més li agradava. A sa casa li deien que era un “manitas”, que no sabien a qui es podia semblar. Va ser per això que va elegir aquella carrera, perquè li agradaven els intestins dels mecanismes, les vàlvules, els motors d’injecció, les connexions i engranatges de totes les peces. Va ser becari en una important empresa automobilística i com van quedar contents de les seues aptituds, li van fer un contracte per nou mesos amb possibilitats de quedar-s'hi com a fix. Van ser els nou mesos més feliços de la seua vida. Estava en el seu element, igual que el fill que esperava amb la seua dona Rosa, que ja anava pel huité mes d’embaràs.

Quan les coses pintaven millor que mai, o això semblava, els va arribar la notícia: l’empresa anava a realitzar un expedient de regulació de treball, perquè hi havia un excés de producció que no trobava eixida en el mercat. Consegüentment s’hi havia de reduir la plantilla i ell era un dels que sobraven.

S’havia de buscar la vida, i més amb un fill en camí. A partir d’eixe moment els diaris es van convertir en els seus amics. Va ser a les pàgines d’economia on va trobar entre d’altres, una oferta de treball per a una companyia petroliera situada al nord d’Àfrica, que buscava professionals amb la seua titulació. Les proves de selecció es feien a Madrid. Ell hi va acudir junt a molts altres i al cap d’unes setmanes, l’amargor va desaparèixer. El van cridar per a dir-li que estava admès, però que la feina no corresponia a la seua titulació, sinó que era de rang inferior. A ell no li va importar, perquè el que volia era treballar. Va buscar al mapa i a Google dades sobre el país a on havia de anar. El seu fill ja havia nascut i marxarien els tres.

Han passat sis mesos i afortunadament han pogut eixir de Líbia. El que han deixat darrere és la lluita d’un poble que no vol governants que es facen rics a càrrec de la misèria dels seus ciutadans. Està totalment d’acord i ha deixat allí grans amics que espera que aconseguisquen els seus propòsits.

Ell també és un lluitador. Continuarà com sempre buscant feina. A sa casa continuen dient-li: ets un “manitas”! No sabem a qui et sembles, Miquel!

No diu res, perquè coneix la resposta i sap molt bé a qui estan referint-se. Son pare assenteix amb el cap i ell pensa en com aquell món xicotet del seu pare, amb feines properes i durables, s’ha transformat en un altre món global amb feines curtes i allunyades.




miércoles, 1 de junio de 2011

FIN DE CURSO TALLER CREACIÓN LITERARIA

Fiesta de fin de curso, 3 de junio a las 19.30.

PROGRAMA DEL TALLER

RELATOS DRAMATIZADOS

*L´ESPURNA QUE VA SACSEJAR EL MUNDO
Relato dramatizado de Francisco Escrivá Costa, con la interpretación del autor, Mercè Payá, Josefa García Miñana y Pilar Viñao Frago

*AFRICA EN UN ABRAZO.
Relato dramatizado de María José Frasquet Todolí, con la interpretación de Vicente Lucio Fernández de la Parra, Pilar Otero Martí, Noelia Alves Castaño y Encarnación Koninckx Molina

POEMAS

*L'ESCOLA DELS OCELLS por Mercè Payá
*TE DIGO A TI por Josefa García Miñana

ACTUACIÓN MUSICAL
René Caballero

Selección musical: Ricardo Roca.


Durante el acto se entregarán los premios del 3º Certamen de Relato Breve de la UPG y se regalará al público el último número de LLe3.

CURSO FEBRERO-JUNIO 2011