viernes, 9 de mayo de 2008

DESENGAÑO

_Queridos hombres, si alguna vez una mujer les dijo aquello de que el tamaño no importa, mentían; mentían pero bien porque importa y mucho. Yo lo descubrí esta misma primavera de días calurosos y frescas noches, en la que a mediados de abril, conocí a uno de los tantos hombres de mi vida. No diré que era rubio, alto y de ojos azules como los príncipes de los cuentos, porque no sería cierto, pero sí era de un atractivo extremo, al menos para el 80% de las féminas que tenían la suerte de conocerlo. Este atractivo se debía en gran medida a su forma de vestir, por qué negarlo. Un desaliñado con gusto, con ingrata zalamería, y alguna que otra salida fuera de tono hacia sus superiores. Un chico malo, malo, malo, ante los que las mujeres dejamos pasar defectos sólo por hacernos con la medalla de oro entre el círculo de amigas que nos rodean. En realidad, no le buscaba, más bien fue él quien dio el primer paso.

Le conocíamos de vista porque frecuentaba el mismo bar de las primeras tardes solariegas, siempre acompañado de mujeres guapas. Tenía la costumbre de hablar a gritos y reírse con escandalosas carcajadas, tan criticadas por nosotras y al mismo tiempo tan ansiadas. Y una tarde, llegó solo. El eterno corrido nos quedamos mirando esos pantalones rotos, con zapatillas pesqueras y culo apetecible, mientras se acercaba. Con airosos modales me invitó a una copa que acepté sin remilgos y aquí comenzó el calvario de mi personal rollete primaveral.

Porque como os contaba no es lo mismo un autobús que un biplaza o un majestuoso rascacielos que una caseta de perro. Mi príncipe enamorado no era ni la mitad de hombre que lo que aparentaba ser, y no piensen mal mis queridos amigos, que no les hablo del sexo. Simplemente, detrás de su lujoso auto, su ático en la playa, y su cartera desbordada de dinero con la que se permitía cuidar con esmero su cuerpo y ropa interior mi hombre tenía un cerebro tan diminuto como el de un renacuajo húmedo y escurridizo. En estos casos señores, el tamaño importa tanto como el papel de regalo, se lo aseguro.
Ana Isabel Llopis