lunes, 29 de noviembre de 2010

EL TIPO APARECIÓ DE IMPROVISO

El tipo apareció de improviso, ante la indiferencia general, por detrás de la columna. Se inclinó sobre el hombre del Sordo, lo tocó en un brazo y le dijo “Quiero hablar contigo”. El Sordo levantó la vista, lo miró con el ceño fruncido como si no lo conociera, miró a los otros compañeros de la mesa e intentó una evasiva.

Vamos allá dijo el otro, señalando las mesas del fondo. El Sordo se puso de pie, serio. Casi ninguno, ni Pochi, ni Roger, ni Gustavo se habían percatado de la situación.

Págale al hombre dijo en voz alta Ricardo, el único que había caído en la cuenta.

Esto no me gusta manifestó el Sordo mirando a Ricardo.

Pochi, Roger y Gustavo seguían sentados, ajenos a lo que se les venía encima.

El Sordo sacó un fajo de billetes de su bolsillo y los tiró por encima de la mesa. Era evidente que sentía desprecio por ese dinero sucio y manchado de sangre.

Pochi fue el único que alargó el brazo para recoger los billetes, pero una bala atravesó su cerebro.

Inmediatamente todos se resguardaron debajo de la mesa, excepto el Sordo que miraba divertido la escena.

¿Estás loco? ¡Agáchate! le inquirió Ricardo.

Hay un franco tirador en el edificio de enfrente —dijo Roger al teléfono.

En ese momento el Sordo sacó una pistola y disparó sobre Roger que quedó tendido en el suelo, ahogándose en su propia sangre.

—Está bien, está bien —se levantó Gustavo alzando los brazos.

El Sordo, haciendo honor a su apodo, hizo oídos sordos y disparó a bocajarro, dejando a Gustavo herido de muerte.

Ricardo giró la cabeza en dirección a la columna pero el tipo ya había desaparecido. Miró al Sordo a los ojos y visiblemente emocionado dijo —Por fin ha acabado todo.

—Así es,.todo ha terminado —contestó un sonriente Sordo disparando directamente en el pecho a Ricardo.

—¡Corten! —exclamó el director de cine —Perfecto, esta toma es la buena.

Diego Sanchís Villaescusa

SOLO TENGO UNA PALABRA

El tipo apareció de improviso, ante la indiferencia general, por detrás de la columna. Se inclinó por sobre el hombro del Sordo, lo tocó en un brazo y le dijo: “Quiero hablar contigo”.

El Sordo lo miró con mala cara y lo siguió lentamente hacia el fondo de la sala, apoyándose en la mesa donde se había sentado el recién llegado.

— ¿A qué has venido, Cacho? Dije que te pagaría el jueves. Sólo tengo una palabra y esa es mi ley.

— Ya, he venido a recordártelo. Te esperaré el jueves. A las ocho en los robles.

— De acuerdo, allí estaré.

Mientras Cacho desaparecía por la puerta lateral, el Sordo salió por la principal, corriendo para alcanzarlo. Al verlo a lo lejos, sacó una pistola poniéndole un silenciador y le disparó dos tiros por la espalda cuando iba a abrir su coche.

Con mucha sangre fría se puso guantes. Subió el cuerpo al coche y como pudo, condujo acelerando hasta un bosquecillo de robles cercano, tirándose al suelo antes del inminente choque, originando un incendio.

Después, el Sordo desapareció rápidamente, volviendo al bar junto a sus amigos, arrojando la pistola, ya limpia, a un riachuelo fangoso que pasaba al lado de la puerta lateral.

Con sonrisa despreciativa, musitaba — ¡Qué imbécil! Hoy también es jueves, no debió recordármelo. Nunca falto a mi palabra.

Pilar Viñao

COINCIDENCIA FATIDICA

Alicia preparaba su termo con caldo caliente. Le gustaba tomarlo mientras esperaba la cola del paro, hacía bastante frío a esas horas, la espera se hacía larga y hacía que entrase un poco en calor. Solía ir a las seis de la mañana para ser de las primeras, después tenía que volver a casa para arreglar a los niños y llevarlos al colegio.

Juana iba más tarde. Había dejado de trabajar hacía poco tiempo y se permitía no madrugar ahora que podía. Esa noche no pudo dormir se levantó, cansada de dar vueltas en la cama, y se arregló para ir a hacer la renovación del trimestre.

Las dos habían sido amigas, por una discusión llevaban sin verse ni hablarse un tiempo. Coincidieron en la cola que daba la vuelta a la manzana. Al verse una detrás de otra se sintieron incómodas sin saber qué hacer ni qué decir.

Fue Alicia quién rompió el hielo. — ¡Juana! ¿Qué tal estás? —exclamó en un tono hipócrita que no podía disimular.

—De cine —contestó Juana en tono irónico.

—Mírala, siempre tan estirada ella, es que no cambias ¿Eh?

—Oye Alicia, es muy temprano para empezar el día aguantando tus tonterías.

— ¿Que tonterías digo? Es la verdad, ¿te apetece un caldito? —continuó Alicia.

—No quiero tu caldo, me puede envenenar.

— ¡Que orgullo el tuyo! Envenenada estás tú siempre.

— ¡Que me dejes en paz! Tómate tu caldo, hay que ser hortera para venir aquí con eso.

Alicia cansada de hacerse la amable y simpática la miró un momento con los ojos desorbitados por la rabia y, sin pensarlo dos veces, le tiró el caldo encima.

Nunca estuvo mejor servido un caldo, pensó.

Mª José Almeida

domingo, 28 de noviembre de 2010

PASIÓN EN EL GERIÁTRICO

Eran las 8 de la tarde de un martes cuando Angélica regresaba de trabajar y el teléfono sonaba insistentemente. Era una llamada del geriátrico “7º cielo” donde estaba internado su tío.
– ¿Cómo, cómo dice?
–Que su tío Ernesto ha fallecido.
–Pero cómo puede ser eso, si el domingo estaba pletórico, nos estuvo contando sus ilusiones y su nuevo enamoramiento. Decía que se había enamorado de Paquita la que canta las bolas del bingo. Ahora mismo voy para allá.
Angélica colgó el auricular y los nervios se apoderaron de ella. No podía comprender cómo habría sucedido, además detectó cierta zozobra en las explicaciones de la directora del centro. Se acordó de su amiga Mimi, ayudante del famoso detective Arturo Paniagua y pensó que la llamaría para que la acompañara.
–Mimi, mi tío ha fallecido, te necesito.
Mimi con su jefe Arturo estaban dando los últimos toques a una investigación y se sorprendió de la llamada de su amiga. Así que, decidió que irían a buscarla.
Se dirigieron al 7º Cielo. Durante el trayecto Angélica les fue relatando la conversación con la directora del centro y sus dudas.
Al entrar en el geriátrico, en uno de los rincones del recibidor, Baldomero, otro de los internados, les observaba. Esto, no pasó inadvertido para Mimí.
Después de las presentaciones, Arturo, Angélica y la directora se fueron hacia la habitación del difunto. Mientras, Mimi que se había quedado intencionadamente atrás, se acercó al abuelo de la entrada y le preguntó:
– ¿Conocía Vd. a Ernesto?
Baldomero cabizbajo le contestó:
–Sí, era mi compañero de habitación.
– ¿Notó algo raro anoche?
–Vi. como entraba Tomás, que duerme en una habitación del piso de arriba, y me extrañó que nos llenara el vaso de agua, cuando eso lo suele hacer la enfermera. Yo no tenía sed y me di la vuelta para dormirme y no he bebido agua en toda la noche.
– ¿Cómo dice?
Mimí salió corriendo hacia el dormitorio de Ernesto, donde ya estaban los demás. Fue directa a los vasos y efectivamente el de Baldomero estaba intacto y el otro vacío. Se lo acercó a la nariz y el fuerte olor a lejía casi la marea. Estaba claro ¡había sido un envenenamiento por cloruro!
Nadie se explicaba la razón del comportamiento de Tomás, hasta que éste lo confesó todo. ¡También se había enamorado de Paquita! Pero ella se inclinaba por Ernesto.
Llegando a la conclusión que era un crimen pasional.
¡Por amor no se muere pero los celos matan!

Lola Judez, Pilar Otero, F. Escrivá Costa. Rosario Berga. Mª Luisa Picornell, Mª Luisa Munuera