miércoles, 10 de diciembre de 2008

Haykus del alma

Manos de amor
ternura entregada
madre al fin.

Siembra diaria
riego amoroso
sin esperar nada.

Ojos de angustia
aliento de anhelo
ruego sordo.

Todo lo entregué
nada recogí
nada esperaba.

En mi equipaje
espero llevarme
quizás, tu candor.

Mujer que amas
enséñame el camino
que va a tu alma.

Allí te espero
no tardes amor
hay poco tiempo.

Y si te olvidas
ama por el camino
flores marchitas.

Miguel Vázquez Mesa

¡Cómo te amo!

Hay dentro de mí tanta dulzura
tengo tanto amor guardado
tantos besos para esculpir tus labios
caricias sin estrenar en mis manos.
Poemas que pugnan por florecer
pasión que derramar en ti
sosiego que gozar a tu lado.
Amor mío ¡Cómo te amo!

Miguel Vázquez Mesa

martes, 9 de diciembre de 2008

Escuchando en mi interior

(Interpretación de una melodía)
Paz interior
Inusitado silencio
Armonía sutil.

Verdes de selva
Crujir de bambú
Trinos amartelados

Sol naciente
Bruma asustadiza
Sonidos de vida

Corazón loco
Presiente al amor
Que se acerca.
Miguel Vázquez Mesa

Recorrido

Suave camino de piedras vigías, línea recta sonante, portadora de ritmo e historias. Juntos en la marcha, azul imponente, suave gris. Cielo impasible, invencible. Recorrido variado sin fin, audacia respetable del lugar al que nos acercamos. Fuego y llanto, merecida meta.

Blas Cabanilles Folgado

Unión y perdón

Ruina verde que alberga a una amada bailando al son del viento para encandilar, atrapar al hombre, a mí. Castillo derruido, en el centro se expande la unión de los dos, llenando el espacio, el bosque, se juntan, se tocan, bajo un cielo luminoso y claro. Perdón apasionado, incomprensible pero cierto. Suave rencor, muerte lenta y somnolienta. Una mano que me coge, la tuya. Tu cabello nocturno, delicia imaginaria. Nos volvemos a conocer, pasado inexistente, nueva pasión obligada, deseada. Presas de un futuro incierto, miedosos, en duda, siempre en contacto, piel con piel.


Blas Cabanilles Folgado

Escuchando una melodía

Cuando oí la música que destilaba aquel vetusto aparato, no pude por menos asimilarla al eco lejano del Tam-Tam en la selva africana y me vino a la memoria aquella vieja canción de los años cuarenta que contaba las cualidades de una famosa y conocida marca de hoja de afeitar de la época.

Dolores Martín Cid

El jinete plateado y el león

(Interpretación de un cuadro)

Una batalla inexistente se cernía sobre la mente extraordinaria del jovenzuelo que estaba tumbado boca arriba sobre la cama. Los ojos, como platos, deslumbraban el techo oscuro de la habitación en penumbra, y los brazos, en pos del cansancio, tiritaban de la emoción. Se difuminaban muros y ventanas para observar, como un ave en pleno vuelo, el combate del jinete plateado contra la manada de leones hambrientos. Nada tenían que hacer allí los súbditos del jinete, en retaguardia, ya que éste podía con todos los animales de una vez. Montado sobre su caballo negro, ataviado con mantos amarillos y rojos, que le hacían mucho más temeroso. Los rugidos no dejaban oír los gemidos de la gente que corría a su alrededor, y el salpicar de la sangre, cegadora y caliente a la luz del sol, no molestaba al valiente que blandía la espada para proteger a los aldeanos. Bajó del caballo. Un único rival quedaba ahora en pie. Los contrincantes empezaron un baile fugaz, mirándose fijamente a los ojos, moviéndose con sutileza y lentitud, arrastrando los pies. Cambio brusco, un paso adelante, un rugido inmenso al otro lado de la pared, un insulto rápido antes de producirse el sonido de la carne contra el filo, y el golpe que por poco hecha la puerta abajo. Silencio. El niño sentado en la cama, y el pomo ladeado abriendo paso al jinete plateado, sonriente y con la espada vencedora. Al fondo, la sombra de un león que ya no asustaría a nadie nunca más.


Blas Cabanilles Folgado