El tipo apareció de improviso, ante la indiferencia general, por detrás de la columna. Se inclinó por sobre el hombro del Sordo, lo tocó en un brazo y le dijo: “Quiero hablar contigo”.
El Sordo lo miró con mala cara y lo siguió lentamente hacia el fondo de la sala, apoyándose en la mesa donde se había sentado el recién llegado.
— ¿A qué has venido, Cacho? Dije que te pagaría el jueves. Sólo tengo una palabra y esa es mi ley.
— Ya, he venido a recordártelo. Te esperaré el jueves. A las ocho en los robles.
— De acuerdo, allí estaré.
Mientras Cacho desaparecía por la puerta lateral, el Sordo salió por la principal, corriendo para alcanzarlo. Al verlo a lo lejos, sacó una pistola poniéndole un silenciador y le disparó dos tiros por la espalda cuando iba a abrir su coche.
Con mucha sangre fría se puso guantes. Subió el cuerpo al coche y como pudo, condujo acelerando hasta un bosquecillo de robles cercano, tirándose al suelo antes del inminente choque, originando un incendio.
Después, el Sordo desapareció rápidamente, volviendo al bar junto a sus amigos, arrojando la pistola, ya limpia, a un riachuelo fangoso que pasaba al lado de la puerta lateral.
Con sonrisa despreciativa, musitaba — ¡Qué imbécil! Hoy también es jueves, no debió recordármelo. Nunca falto a mi palabra.
Pilar Viñao
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