lunes, 29 de noviembre de 2010

SOLO TENGO UNA PALABRA

El tipo apareció de improviso, ante la indiferencia general, por detrás de la columna. Se inclinó por sobre el hombro del Sordo, lo tocó en un brazo y le dijo: “Quiero hablar contigo”.

El Sordo lo miró con mala cara y lo siguió lentamente hacia el fondo de la sala, apoyándose en la mesa donde se había sentado el recién llegado.

— ¿A qué has venido, Cacho? Dije que te pagaría el jueves. Sólo tengo una palabra y esa es mi ley.

— Ya, he venido a recordártelo. Te esperaré el jueves. A las ocho en los robles.

— De acuerdo, allí estaré.

Mientras Cacho desaparecía por la puerta lateral, el Sordo salió por la principal, corriendo para alcanzarlo. Al verlo a lo lejos, sacó una pistola poniéndole un silenciador y le disparó dos tiros por la espalda cuando iba a abrir su coche.

Con mucha sangre fría se puso guantes. Subió el cuerpo al coche y como pudo, condujo acelerando hasta un bosquecillo de robles cercano, tirándose al suelo antes del inminente choque, originando un incendio.

Después, el Sordo desapareció rápidamente, volviendo al bar junto a sus amigos, arrojando la pistola, ya limpia, a un riachuelo fangoso que pasaba al lado de la puerta lateral.

Con sonrisa despreciativa, musitaba — ¡Qué imbécil! Hoy también es jueves, no debió recordármelo. Nunca falto a mi palabra.

Pilar Viñao

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