lunes, 20 de diciembre de 2010

EL RECREO

La hora del recreo era mi preferida y del abanico amplio de posibilidades que me ofrecía, el primer puesto se lo llevaba: el columpio escolar. El problema era que siempre había una larga cola de compañeras, más rápidas, que me impedían disfrutar de aquel vaivén volador, porque cuando tocaba el timbre para incorporarse a las clases, yo todavía estaba haciendo fila; pero qué alegría cuando conseguía encaramarme en su silla. Era como hablar de tú a tú con pájaros y nubes.

Desde el patio se veía la ventana de la galería de mi casa. Aquella mañana me había dejado en casa, iba a decir los donuts, pero no se habían inventado. Me faltaba mi bocadillo de pan con chocolate Orbea, que me encantaba por su sabor y porque contenía en su interior un cuentecito pequeño con sabor a cacao y fantasía.

Mi madre, providencial, se asomó a la ventana mientras decía —¡Te has dejado el bocadillo! Para después, mandármelo con fuerza desde el tercer piso.

En ese momento yo me encontraba colgada de una barra metálica, sostenida entre dos postes, que era de las que utilizábamos para hacer gimnasia. Al soltarme para coger el bocadillo, tuve la mala fortuna de caer sobre un ladrillo que estaba bajo mis pies. El impacto lo paré con una de mis manos, que, al levantarme, ví que estaba cubierta de sangre.

Tenía un corte profundo en un dedo, por donde parecía asomarse el hueso. Estuve a punto de desmayarme, pero la ayuda de mis compañeras lo evitó. No recibí ningún punto de sutura, pero conservo la cicatriz, que me lo recuerda y el cuento del chocolate, que se titulaba “En alas de la imaginación”.

Lola Júdez López

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