martes, 23 de noviembre de 2010

UN REGALO PARA ADELA

Pedro se decidió por el calzado deportivo, era el 50 cumpleaños de la esposa de Juan y de buen seguro iban a pasarse horas recorriendo los comercios del centro de la ciudad, buscando el regalo perfecto.

Tras ver mil escaparates decidieron entrar en una joyería, el dependiente atendía a una mujer embarazada, los dos amigos observaban el enorme barrigón cuando el tendero abrió la puerta a un señor tapado hasta las cejas. Al entrar , pensaron que su atuendo era a causa del frío perodescubrieron que llevaba una media apretando su cara y de su gabardina sacó un enorme cuchillo de cocina, sin tiempo a ninguna reacción cogió a la mujer bruscamente y con una bolsa de deporte obligó al sorprendido dependiente a llenarla con las joyas.

Los segundos pasaban lentos, la llenó tan rápido como pudo y al tener el botín soltó a la muchacha que lloraba desconsolada y con rapidez corrió hacia la puerta.

Sin pensar, Juan alargó su pierna e hizo la zancadilla al caco, éste dio tres pasos de gigante sin tocar el suelo y estrelló su cara de lycra contra el cristal blindado de la joyería.

Los dos amigos se abalanzaron, Pedro con dos dedos agarró por un extremo el lazo del cordón de su deportiva y con un rápido estirón lo sacó de los agujeros y ató las manos del aturdido ladrón. Con el otro cordón, hizo lo mismo con los pies.

Después de los elogios, la declaración en comisaría y una entrevista para España directo, el joyero les regaló un broche de plata con forma de salamandra con una perla incrustada en su boca que a ellos les parecía una mona de pascua pero que Adela, la mujer de Juan, lucía orgullosa en su abrigo todos los domingos.

Al cabo de unos meses recibieron la noticia: la parturienta había dado a luz y quería verlos. En la habitación estaba la orgullosa madre tendida en la cama con dos angelitos pequeñitos y rosados descansando entre sus brazos ¡había tenido gemelos!.

—Les hemos puesto Juan y Pedro —dijo la orgullosa madre.

—Esperemos que sean tan valientes como vosotros —recalcó el padre, erguido custodiando sus tres preciados tesoros.

Al salir del hospital y sin salir aun de su asombro Juan dijo en voz alta

—A veces tengo la impresión que una pandilla de escritores principiantes se están inventando nuestra vida.

A lo que Pedro respondió —creo que la realidad supera la ficción, amigo mío.

F. Escrivá Costa

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