miércoles, 27 de abril de 2011

martes, 26 de abril de 2011

III Certamen de relato corto del Taller de Creación Literaria

Reunido el jurado del 3er Certamen de relatos cortos del Taller de Creación Literaria de la Universidad Popular de Gandía, constituído por Ana Isabel Llopis, Irene Verdú, Maite Sastre, Sico Fons y Adriana Serlik

Y luego de haber leído todos los relatos presentados y analizado exhaustivamente sus valores creativos y literarios, ha fallado lo siguiente:

Premio Alumnos texto en castellano: HUÍDA A AFRICA

Accésit ÁFRICA EN UN ABRAZO

Premio Alumnos texto en valenciano: L´AMOR VIATJA AMB AVIÓ

Accésit LA LLUNA A MIG-DEURE

Premio Ex alumnos: CARLES Y LA RANA DE MADERA

Accésit ADÉS I ARA

Firman la presente Acta en Gandía, a las veinte horas del veintiséis de abril de dos mil once.

Finalizado el Acto se abren los archivos con los datos personales de los participantes.

Premio Alumnos texto en castellano: HUÍDA A AFRICA de Gema Hernández Orquín

Accésit ÁFRICA EN UN ABRAZO de María José Frasquet Todolí

Premio Alumnos texto en valenciano: L´AMOR VIATJA EN AVIÓ de Francesc Escrivá Costa

Accésit LA LUNA A MIG-DEURE de Araceli Banyuls Martínez

Premio Ex alumnos: CARLES Y LA RANA DE MADERA de Blas Cabanilles Folgado

Accésit ADÉS I ARA de Lola Júdez López

Los relatos serán publicados en la revista LLe3. Los premios (un lote de libros) se entregarán el día 3 de junio de 2011 en la Fiesta de Fin de Curso de la UPG.

domingo, 24 de abril de 2011

Visita a la Biblioteca Valenciana Nicolau Primitiu, dentro del Ciclo de Animación a la Lectura

Con recorrido por el Monasterio de San Miguel de los Reyes (Valencia).
Ciclo de Animación a la lectura: Encuentro con la escritora Paula Izquierdo











RELATOS

S. Miguel de los Reyes (Valencia), 27 de Abril de 1939

La primera noche en esta celda, entre estas cuatro paredes. No he conseguido dormir. Aquí, durante la noche, las gruesas paredes de piedra se vuelven de papel, se pueden oir los sollozos, los lamentos de otros reclusos, muchos de ellos han pasado hoy su primera noche presos, como yo, aunque no eran esos los lamentos que han conseguido desvelarme, eran otros, que no cesaban de repertirse en mi cabeza, dolían más aún, los de mi mujer y mi hija.

Ayer vino la Guardia Civil a casa, a buscarme. Alguien me había delatado y les había contado que estaba escondido en la cambra desde hacía mucho tiempo.

Si, llevaba mucho tiempo metido en la madriguera, desde que supe que la nuestra era una misión inútil, los nacionales iban a ganar la guerra. Por eso, ayer, en cuanto oí a los dos guardia civiles preguntar a mi esposa no dudé en salir de mi escondite, las hubieran podido forzar para que hablaran y yo no me lo hubiera perdonado:

¿A dónde me llevan? Les pregunté.

A la prisión de S. Miguel de los Reyes ¡ tira!. Me contestaron con desprecio.

Las dos mujeres de mi vida no tenían consuelo, habían oído hablar de S. Miguel, sabían que desde el 1 de Abril, el día en que acabó todo, se había detenido a muchos del barrio conocidos por defender la causa republicana y nunca se volvió a saber de ellos.

¡Qué paradoja¡ esta prisión comparte muros con lo que fue un monasterio de monjes cistercienses y aquí ya no queda ni pizca de misericordia en el aire.

Desde que acabó la guerra no han cesado de haber ejecuciones de compañeros en la tapia del patio:“el pelanas”, Paco el del horno, todos han caído y ¿porqué mi sino habría de ser distinto?

Me gustaría poder contarle a Carmen, que no estoy tan mal aquí, que desde el ventanuco enrejado de mi celda puedo ver los campos de hortaliza del Barri d´Orriols, los mismos campos que hace siglos cultivaban los monjes de San Bernat (que así era como se llamaba este lugar antes de convertirse en lo que hoy es), que incluso puedo divisar algunas palmeras cercanas a la playa, contarle que hasta puedo oler el salitre del mar.

Si cierro los ojos puedo imaginar que me convierto en ave, vuelo sobre esos campos y voy a casa, a verlas, y posado en lo alto del campanario puedo contemplar a Carmen tender la ropa recién lavada en la terraza mientras nuestra niña juega.

Ahora, ya no quiero abrir nunca más los ojos, me quedaré así para siempre.

Gema Hernández Orquín

*****

La puerta de la estancia se cerró bruscamente, todo el grupo se arremolinó en el centro de la sala, solamente la lumbre tintineante de las velas nos iluminaba.

Sobre el muro de piedra, en la pared de enfrente, como si se tratara de una proyección, apareció una figura triste y melancólica. Daba la impresión de ser uno de los encarcelados en tiempos de la guerra civil, en aquel monasterio reconvertido en prisión.

Clamaba, con voz tenue, pero firme: “Justicia, justicia”, lo pedía para él y todos los que como él habían sido encerrados, maltratados y despojados de su libertad, por el sólo hecho de no compartir las ideas políticas de los vencedores. El “sistema” les había privado de uno de los dones más preciados del hombre, su libertad.

“Sólo os pido, (continuaba diciendo), que luchéis para que haya justicia, para que los hombres y mujeres del mundo la pregonen, así como la verdad y la honestidad, porque todos tenemos los mismos derechos en esta tierra.”

La imagen y la voz se fueron extinguiendo, poco a poco, repitiendo la misma palabra, el mismo deseo “Justicia, justicia.”

Únicamente, la escasa luz de los cirios, alumbraba la habitación. El silencio, la reflexión, junto con el miedo, presidía la sala. Fueron unos segundos eternos.

La puerta se abrió de par en par, una cegadora luz penetró en el recinto, salimos al claustro del monasterio, recuperamos la tan ansiada libertad, nuestra libertad.

Vicente Lucio

*****

Bajábamos contentos del autobús, con la decisión de Adriana, la profesora, de ir a visitar el monasterio de Arias Montano.

Aunque el camino fue largo y algo tortuoso, en de la Sierra de Aracena, quedamos encantados con sus vistas. La ilusión duró poquito. Un fraile con cara de pocos amigos, parco en palabras, nos comunicó que no era día de visita. ¿Qué hacer después de tan largo viaje, nos quedamos un poquito chafados.

Ya en el autobús, vimos personas que se dirigían entusiasmadas a unas grutas con formaciones de estalactitas y estalagmitas, que parecía, como su nombre indicaba, una maravilla. Decidimos unirnos al grupo.

El guía nos entregó, a la entrada, unos folletos con la historia de su descubrimiento.

Era un día primaveral, con casi veinticinco grados estábamos acalorados. Al entrar en la gruta, unos inmensos escalofríos me recorrieron la espalda, la temperatura no llegaba a cinco grados. El guía nos pidió silencio, no apartarnos unos de otro y guardar una única fila.

Verdaderamente era algo insólito. ¿Cómo se habían formado esos inmensos lagos?, la gruta estaba dividida en salas y cada una tenía su propio nombre.”mantones de manila”,”plato de garbanzos”,”órgano celestial”…

Estaba tan entusiasmado que cuando quise darme cuenta me había despistado del grupo. El pasillo central estaba húmedo y escurridizo y sentí miedo de resbalar.

En medio de un silencio sepulcral sólo se oía el sonido de las gotas al caer en las profundidades y como lejanos y espeluznantes lamentos. Comencé a sentir miedo, no sabía por dónde salir, ya no me interesaban las formas mágicas de la naturaleza, sólo quería estar fuera, me entró claustrofobia.

Sin medir las consecuencias, seguí a otra sala con apariencia de cueva. Todo estaba oscuro y cuando mis ojos se hicieron a la oscuridad, el terror heló la sangre en mis venas. En las paredes, petrificados, envueltos en un líquido acuoso estaban todos mis compañeros, incrustados en las paredes.

María del Carmen Silvera Redondo


*****

La visita al monasterio de San Miguel de los Reyes fue divertida y amena. El guía nos contó anécdotas de sus habitantes y la escritora que nos visitó nos relató una historia, de cosecha propia, bastante interesante.

Después de un pequeño descanso, donde bebimos cafés y refrescos, nos volvimos a reunir con el fin de abandonar la biblioteca y volver a Gandía. De repente, un ser extraño invadió mi cuerpo. El café, que acababa de tomar y que se coló en mi estómago sin pasar por recepción, tenía que visitar urgentemente al señor roca.

Sabía que con aquel mal cuerpo no llegaría ni a Sueca. Me descolgué del grupo, y sin decir nada, entré en el primer baño que encontré. Pensé que iba a ser rápido, entrar y salir, pero me equivoqué. La cosa se retrasó tanto que no sólo perdí el autobús, también cerraron el monasterio. Estaba “solo en casa”.

Nunca había soñado en quedarme encerrado en una biblioteca, si, en cambio, en un Carrefour y disfrutar de sus televisores a todo volumen, comer todo lo que quisiera y pasear, desnudo, por sus grandes pasillos montado en una bicicleta de niña rosa y con flecos, a juego, colgando de su manillar.

Pronto se darían cuenta de mi no presencia —pensé, y volverían a buscarme, pero pasaron las horas y nadie vino en mi auxilio.

Sólo tenía que relajarme y esperar a que volvieran abrir. Todo hubiera ido bien si no fuera por la historia que nos contó el guía sobre el fantasma del duque que, al parecer, salía todas las noches a estirar las piernas.

El móvil sin cobertura, los teléfonos e internet desconectados y ni una sola ventana que diera a la calle. Definitivamente estaba encerrado e incomunicado con el exterior. Me armé de valor y decidí fisgonear pero un soplido en la nuca, que embriagó de un aroma extraño la habitación, unos temblores recorriendo mi cuerpo y libros que arremetían sobre mí desde sus estanterías me hicieron cambiar de opinión. Me arrinconé y me senté en el suelo agarrando mis piernas y oprimiéndolas con fuerza sobre mi pecho. Estaba aterrorizado, los temblores y el ataque masivo de los libros se repetían aproximadamente cada media hora,

No sé que más me podía pasar, pero empecé a escuchar puertas que se abrían y se cerraban y pasos que se acercaban hacia mi habitación.

Cerré los ojos con tal fuerza que las arrugas de mi frente desaparecieron y al abrirlos, una silueta inquietante se asomó por la entrada.

Era la bibliotecaria, me tranquilizó contándome que el soplido en la nuca era el ambientador (de ahí el aroma, que se encontraba detrás y que se activaba cada veinte minutos) y los temblores y el ataque de los libros la línea seis del metro que pasaba justo cada media hora. Todo volvió a la normalidad y si algo aprendí aquella noche fue que el café, ni tocarlo.


Iván Fornes

*****

La oscuridad se presentó cuando menos lo esperaban. Las gruesas paredes del monasterio estaban repletas de velas que debían de encenderse cuando las cristaleras multicolores de los grandes ventanales, que se repartían por doquier, dejaban de recibir los rayos del sol.

¿Por qué no vendrá Damián? ¿Qué espera para encender las velas? —dijo el prior.

Ese día había sido oscuro, gris, desapacible y a estas horas paradójicamente, empezaba a salir el sol, cuando desaparecía por el horizonte. En ese momento, empezaron a escuchar un sonido rítmico. No cabía duda, era el sonar típico de unas campanas.

Qué raro, no es la hora de ningún toque ¿Qué sucede? ¿De dónde sale ese sonido?

Damián, que se acercaba a todo correr hacia la congregación de frailes, contestó medio gritando como si hubiera visto fantasmas —¡son las campanas de la torre mayor! Se oyó un murmullo que quedó cortado por las palabras del prior, —pero si esa torre lleva muchos años sin campanas; te habrás confundido, Damián. ¿No habrás vuelto a beber?

El grupo de frailes, que sorprendidos se miraban unos a otros, corrieron apresuradamente hacia el patio para ver mejor la torre y descubrir el origen del misterio. Cuando salieron, a través de las arcadas del claustro, el sol se ocultaba tras la torre, dando la sensación de estar jugando al escondite. Las campanadas se oían cada vez con más fuerza, pero nadie las veía. Al otro extremo del monasterio, la torre menor, contestaba con fuerza la llamada de su hermana mayor. Los frailes se volvieron hacia el prior preguntando qué estaba pasando. Todos los moradores del monasterio se encontraban en el patio por lo que nadie podía ser el responsable de lo que escuchaban.

El padre prior, el más viejo del monasterio, lo comprendió; se santiguó y más tarde contó a sus hermanos el misterio del monasterio.

Desde 1835, las torres, hablan por sí solas cada vez que se acerca una desgracia. La última, fue la gripe española de 1918 donde murieron más de 80.000 personas.

—Una gran desgracia va a ocurrir —dijo. Y se retiraron al interior del monasterio.

Al día siguiente, aparecía el tsunami de Japón en las noticias matutinas de todo el mundo. Los misteriosos fantasmas del monasterio, seguían fieles a su labor de información.

Lástima que sólo anunciaran desgracias.

Ricardo Roca

*****

Seguía lloviendo. De pie, ante la puerta de aquel siniestro monasterio, empezó a dudar.

Cuando Juan le propuso aquel inaudito viaje, no lo pensó dos veces. Aventurero y un tanto atolondrado, ni siquiera se preguntó para qué querían aquellos singulares monjes a un escritor de poca monta.

De acuerdo Juan, pero iremos en mi coche Le impuso como única condición.

Ahora ya era tarde para volverse atrás, la pesada puerta se abrió y un afable monje les dio la bienvenida, pasad por favorsaludó con una beatífica sonrisa y acto seguido les precedió hasta una amplia sala bellamente amueblada. José tuvo la impresión de retroceder en el tiempo, aquel salón parecía sacado de una novela del siglo XVIII. La actitud de Juan cambió por completo. Tranquilo, alegre, departía con los demás clérigos con una familiaridad un tanto sospechosa, pensó José cada vez más cohibido.

Con el pretexto de asearse un poco, José se retiró a su celda. Necesitaba un poco de intimidad para recapacitar sobre lo que estaba ocurriendo. Demasiado cansado para pensar con claridad, se desvistió y se dejó caer en la pequeña litera. Aún faltaba media hora para la cena.

El tañido de las campanas llamando a maitines le despertó. Se aseó y vistió con premura. Al salir al claustro, divisó a varios monjes que andaban en silencio y los siguió hasta la capilla.

Apenas prestó atención a las oraciones. Su mente estaba muy lejos de aquel lugar. Finalizado el oficio, buscó a Juan. Necesitaba confesarle aquel torbellino de incoherentes y descabellados pensamientos que se habían formado en su cabeza, so pena de que ésta estallara en cualquier momento. Ayer hubiera jurado que estaba en el siglo XXI, sin embargo hoy todo era tan real. Sólo él parecía fuera de lugar.

Totalmente absorto en su historia, José no reparó en cómo el rostro de su amigo se iba demudando por la angustia y el miedo. Una vez finalizado el relato, Juan trató de sobreponerse, miró fijamente a José y lo que vio le tranquilizó.

Tu desbordada imaginación te ha jugado una mala pasada, no obstante, debes olvidarlo todo, nadie debe saber nada de esto, no me gustaría verte involucrado en un proceso inquisitorial .

La voz de Juan, misteriosa, inquietante, le dejó sin habla. ¿Realmente había sido todo un sueño?

José necesitaba salir de allí, de pronto el aire se había vuelto irrespirable, se ahogaba.

Solo en la colina, contemplando la inmensidad del mar, empezó a serenarse. Todo estaba en orden. Entonces, ¿a qué se debía su desasosiego? Decidió volver. Su atribulado espíritu necesitaba recobrar la paz sino quería perder la cordura.

Al darse la vuelta, algo le llamó la atención. Lo cogió con curiosidad. Aquella extraña llave le resultaba familiar. ¿Qué misterioso e inquietante mensaje entrañaría aquel objeto? ¿Qué podrían significar las siglas SEAT?

Mª José Frasquet

*****

La memòria de les pedres

Mercè havia quedat amb el grup a les vuit quaranta-cinc del matí d'aquell dijous, 7 d'abril.

Era un dia esplèndid, així que no tenia excusa per no anar-hi (la pluja de dies abans l'haguera dissuadit, ja que feia poc que conduïa).

Va arribar amb temps de sobra, es va dirigir cap a l'estació de tren. Preguntaria on era l'Oficina d'Informació i Turisme. Allí els esperava un autobús per dur-los a les rodalies de València, per tal de visitar la biblioteca de Sant Miquel dels Reis.

Havia estat una deferència cultural de l'Ajuntament de Gandia cap al Taller de Creació Literària.

Adriana Serlik, la professora, i uns quants companys més, ja hi eren.

Visitarien les dependències més significatives (visita guiada) d'aquella antiga presó, que també havia sigut hospital, manicomi i unes quantes coses més, a quina més bonica i suggeridora (!).

Tindrien, tot seguit, una ponència-entrevista amb Paula Izquierdo, escriptora de novel·la.

El viatge va transcórrer amè i, fins i tot, curt, xarrant amb Pilar, Pepita, Daniel, que estaven prop.

Mercè no esperava trobar-se amb aquell edifici de pedra d'increïbles dimensions, que havia estat reconstruït una i altra vegada, segons les polítiques i necessitats dels diferents governs d'aleshores.

Una zona ampla feia les voltes de jardí, minimal i auster.

Una immensa portalada de ferro assenyalava l'entrada, tot i que en aquestes ocasions només s'utilitzava una porta petita lateral que et conduïa directament a les maquetes de tot l'edifici, dins unes urnes de metacrilat.

Joana, la guia, anava explicant com els abats cistercencs havien anat construint, sobre una antiga alqueria musulmana del segle XI, un petit convent, humil, amb dotze monjos i el seu prior. Com, més endavant, els ducs de Calàbria, Ferran d'Aragó i Germana de Foix, van fundar en 1546 el monestir jerònim amb el propòsit que albergara el panteó familiar. Es tractava d'un claustre de clausura. A la planta baixa es trobaven les sales d'ús comunal, en la primera planta les cel·les dels monjos, i en la superior les dels novicis. Fou una de les obres arquitectòniques més importants del Renaixement en terra valenciana.

(Aquesta és la part més peculiar per a la història que ara esdevé)

El grup, unes vint persones (no havien vingut tots els alumnes del taller, doncs era dia feiner), es desplaçava en pinya a voluntat de la guia, amb les seues desencantades històries; tantes eren les desgraciades penúries que havien ocorregut a l'edifici.

Mercè es va separar un poc del grup, mentre la veu fina de Joana seguia i seguia:

“Ara ja no hi és. Ha desaparegut... Ho van destruir tot...”.

Ara les imatges no les imaginava com si veiés una pel·lícula al cinema. Ara ella era dintre del paisatge, es movia com si fos un dels novicis. Després del treball a l'horta, tornava silenciós a la seua cel·la. Es llavaria i aniria a les vespres, les oracions que, com cada dia, s'elevaven al cel després de caure el sol, vessant-ho tot de liles, grocs i ataronjats.

Fou així com, sense adonar-se'n, es va trobar contemplant una de les cel·les des de la porta oberta, ara de vidre translúcid.

Sense fer res per evitar-ho, ja era dins comprovant com de menuda era l'estança, tota travessada per un endarrerit raig de sol oblic, que es colava per la diminuta finestreta –una ranura vertical com una ferida del mur gruixut de pedra– al costat d'un catre de fusta amb una tauleta minúscula i una espelma al damunt.

No va sentir com es tancaven les portes de tot l'edifici automàticament.

Li agradava la literatura de misteri.

Ja veia el jove novici, allí reclòs, sense poder oblidar el seu amor impossible, en aquella societat estreta de mires que no admetia la seua “diferència”.

D'una família de camperols amb moltes terres, havia anat a estudiar al monestir de la capital en contra de la seva voluntat, aquell grapat de dades, fórmules, classificacions i més classificacions d'espècies vegetals.

El pitjor venia quan a les festes tornava a casa i es trobava de front amb el seu estimat, sense atrevir-se a dir-li-ho, a mostrar-se com era.

Quan la mare va trobar uns poemes d'ell, no entenia res. El pare ho va veure clar. La solució més discreta i benèvola passava per dur-lo al petit convent dels cistercencs, on l'antiga alqueria musulmana de Rascanya. Tenia amistat amb el prior des de la joventut. No li explicaria massa. Ell es faria càrrec de Pere sense preguntes.

...Allí, de sobte, va detectar que alguna cosa no quadrava. On eren els altres? Què era tot aquell silenci? Clar! La porta de vidre permetia l'entrada de la claror a l'habitacioneta, però era tancada. Com era possible?

Es va llançar a obrir-la. No veia com, però. On era el pany? Sols hi havia un bloc d'acer cúbic al terra connectat a un altre al vidre. Va cridar, convençuda que l'estaven buscant, algú l'escoltaria.

El mòbil! Sempre treia de moments dramàtics les persones. Hi havia un fum d'històries al respecte, sí.

Hi havia estat fent fotos: ara de tot el grup, ara amb René, angles diversos de l'esplèndid claustre amb els seus set laberints, verds furiosos sobre la sorra ocre. Li encantava la fotografia! I ara , amb les màquines digitals –quin goig!–, podia fer-ne dues-centes en mitja hora.

El darrer model de Samsung, quan t'avisava que tenies poca bateria, es feia, tot d'una, negre, com boca de llop.

Mercè haguera retingut, d'haver pogut, aquella última lluminositat del seu aparell, però ben bé sabia que n'era impossible.

I ara? I ara? I ARA? I ARA!!!!!

Tot el pes de l'evidència a sobre, tones de pors ancestrals acumulades des de l'infinit dels temps, de tota humanitat, a estar sol, sol i tancat, sol i tancat en un lloc desconegut, immens, amb tota aquella mena d'històries macabres que els havia estat contant la Joana! Mare meua!

El pànic s'apoderava d'ella a passos agegantats.

Es coneixia massa bé el que vindria després: una falta total de raonament, uns nervis dislocats, plorar i cridar, fins quedar exhausta, sense energia...

Havien de servir-li els anys de ioga que duia practicant, el curs d'autocontrol mental, la relaxació, fins i tot la meditació en la qual s'estava iniciant.

“ Respira a fons, Mercè. Concentra't, només, en la respiració. No penses. Solament ERES. L'ara és allò que tens: JO SÓC. L'Univers és jo, jo sóc l'Univers: una mateixa cosa. No estàs a soles. Tot és amb tu. Et guia. Sap. Deixa't portar. Ara és fosc, però en poques hores es farà de dia i el sol agranarà totes les pors; et riuràs d'elles. Tens una oportunitat única. És una experiència única! Aprofita-la!”

Ja era de nit quan va obrir els ulls, ja més tranquil·la. Afortunadament, nit de lluna plena. Ara llum blanca, quasi blava, la que es colava per la finestreta de la cel·la.

Va inspeccionar l'estança palpant les pedres, amigable. Les pedres per a ella eren la representació més clara d'allò immutable i etern, no adulterat ni contaminat. L'ésser viu amb més memòria d'aquest plànol de l'existència. La seua calmada lentitud la tranquil·litzava. Es va abraçar a elles, demanant-les saviesa i paciència. També una solució al problema, si encara era possible.

Va encendre l'espelma; per sort no era de “pega”. Es va seure al llitet, va treure el seu quadern i el seu llapis (que com a futura escriptora havia decidit dur sempre damunt) i va deixar-se recobrar per la novel·la que s'obria pas al seu cap, sobre aquell novici del segle Xl. Pere era com ella havia decidit batejar-lo, sense saber-ne el perquè.

En aquell temps no hi havia Universitat. Els estudis es feien als monestirs, va llegir una vegada. Hi havia dues branques: Trívium (retòrica, gramàtica i dialèctica) i Quadrívium (geometria, aritmètica, música i astronomia).

Pere era a la branca equivocada, donant-li gust a son pare, que li pareixia més de profit i més d'homes (a veure si així li canviaven aquelles maneres tan delicades del seu fill).

En aquest punt de la història, Mercè ja no era conscient d'on estava, totalment embeguda veient-ho tot, amb llum i color, i paraules... Era meravellós crear el que fora! Terapèutic, fins i tot.

A cua d'ull va veure una ombra que es desplaçava cap a una petita fornícula que hi era a la paret, i que fou allò que primer li havia pres l'atenció en entrar. No es va espantar. Va pensar que era l'absència de llum elèctrica, que s'apodera de tots els racons, i l'espelma que oscil·lava, la que produïa eix efecte òptic.

Va seguir elucubrant, escrivint, com posseïda. Recordava a la seua amiga Rosa, de la joventut, quan feia escriptura automàtica. Doncs, això li semblava estar fent.

Va enlairar la mirada, evocant aquells temps d'investigació esotèrica, quan ara sí que va veure clarament, tot i que fugisser, un jove prim amb un hàbit gruixut marró de cabells clars, que anava a la fornícula, assenyalant-la amb el dit, sense deixar de mirar-la fixament als ulls.

En prendre consciència del fet, va pegar un bot cap arrere, tombant tot el que tenia a les mans, tauleta i espelma, que es va apagar. “ Ai, mare! Què ha estat això?”.

Però una força desconeguda la va palplantar i ja estava anant cap al forat misteriós de la paret.

A fosques va repassar cada relleu de la pedra per tots els costats. “La memòria de les pedres”... aqueix seria el títol, si escrivia sobre aquella sorprenent aventura.

Tremolava encara i, al mateix temps, no tenia por de l'aparició. Es tractava d'una emoció. Sentia que vibrava en una altra freqüència, a la qual havia tingut accés en comptades ocasions. Era com un avió a punt d'enlairar-se per primera vegada.

Atrapada en les contínues imatges mentals, continuava palpant, acariciant la pedra, quan va entropessar amb una mena de botó de textura i temperatura diferents. Instintivament el va prémer i la porta es va obrir. Mercè no se'n va estranyar. Ja ho sabia! Ho havia intuït. L'Univers acudia sempre de qualsevol manera.

Va eixir com si fos la dama del castell, Germana de Foix, lentament, al bany de la lluna.

Va passejar pel claustre. Va baixar al pis on havien habitat els monjos. Sense pressa anava rodejant el quadrilàter de cada planta. Aguaitava llarga estona per a contemplar-hi el laberint formós del jardí, com canviava, de la llum del dia a la de la nit.

Quan va arribar a la planta baixa, els va recórrer tots i cadascun d'ells –no anava a dormir gens eixa nit; això ho tenia clar–, doncs eren baixos, menys d'un metre d'alçada, i mai no perdia l'orientació.

Cansada de tant de caminar, va seure al banc de pedra que feia de tanca del jardí. L'esquena recolzada en la columna d'un dels arcs. Feia una mica de fred, però el sol havia escalfat la pedra i es podia suportar amb l'abric i la bufanda que duia.

En poques hores es faria de dia.

En arribar a casa començaria a escriure sobre Pere, el jove novici anònim, com tants d'altres, que havia tingut que ofegar els seus sentiments, el seu amor d'adolescent pel seu amic, i havia impregnat aquelles pedres de plors, llàgrimes i sospirs.

S'havia dormit contra tot pronòstic? On era la línia entre somni i realitat? Encara més: Quina era la realitat? La conscient tridimensional, o la inconscient multidimensional, sense barems d'espai-temps?

En eix precís moment, de cadascuna de les més de cinquanta columnes, es veia a Pere com si jugara amb ella a amagar-se, amb expressió divertida. Semblava un nen i fins i tot sentia les seues rialles contingudes.

Decidida, va tornar a pujar a la cel·la de Pere. Alguna cosa havia de trobar-hi! Li ho estava dient, no sabia com.

Va anar directa al lloc, va apartar el llit i va alçar la pedra que tenia un color més fosc.

Allí era! Tot envoltat de paperam, que es tornava pols en tocar-lo, un quadern amb tapa de cuir.

Va tornar a encendre l'espelma i no va ja poder llevar-se de llegir els missatges adolorits ara, fervorosos tot seguit, incipients poemes sublims al seu i negat estimat, altres...

En arribar a l'últim full, tampoc no la va sorprendre la signatura, a ploma, de Pere.

De sobte, sorolls d'una entranya civilització, àgils, enèrgics, contundents, impositius, metàl·lics, la van sacsar amb agressiva crueltat, tornant-la, amb velocitat aterridora, a una altra dimensió, a la qual no sabia si volia pertànyer.

Adriana havia trucat a un dels guies, també conta contes, que s'havia ofert per a venir al taller quan li ho demanàrem. Havia estat difícil, doncs on ell vivia, al camp, no hi havia cobertura. Ell va avançar l'hora d'obrir. El sol ja aguaitava pels merlets del majestuós edifici.

Mercè va guardar-se automàticament aquell tresor, sabent-se dipositària d'un secret que cridava encara al cel per veure la llum.

Ho va recompondre tot i va anar baixant, majestuosa, com si de Germana de Foix es tractés, les mil·lenàries escalinates, fins trobar-se Marc, el guia, que va bufar, alleujat, en veure l'enigmàtic somriure de Mercè dient-li, “Bon dia, Marc!”.

Mercè Payá