jueves, 25 de noviembre de 2010

APRENDIZ DE DETECTIVE

Llevaban varios días trabajando en un nuevo caso que le habían entregado, en la agencia donde Arturo trabajaba como detective. Esta vez, tenía a Mimí como ayudante, lo que le agradaba bastante, ya que se conocían hacía ya varios años. Se trataba de la investigación de varios robos en un restaurante japonés llamado “Flor de Loto” situado en pleno centro de la ciudad y del que era copropietaria la ex-mujer de Arturo.

Para realizar esas investigaciones, decidieron frecuentarlo para ir a comer o cenar. Solían reservar una mesa desde dónde podían observar con discreción las idas y venidas de los empleados y los clientes.

Ese día, por recomendación del maitre, Arturo optó por tomar pez globo, una especie que mezclada con ciertos condimentos resultaría letal.

Mimí comentaba a Arturo que era extraño que coincidieran tantas veces allí con su exmujer y, mientras éste le explicaba que era copropietaria, su cara comenzó a ponerse de un color morado y a asfixiarse. Se levantó, intentó aflojarse el nudo de la corbata y volvió a caer sentado en la silla, hasta quedar muerto con la nariz sobre el plato.

La ayudante del detective decidió investigar hasta descubrir la verdad. Arturo murió envenenado. Su exmujer pensaba que Mimí y él eran amantes y estaba convencida de que la causa de sus problemas con su marido y su divorcio era la relación que ambos mantenían a sus espaldas.

En realidad a quién iba destinado el plato era a Mimí, segura de que quitándola de en medio recuperaría a su marido, pero un error, en las anotaciones del maitre, hizo que el plato fuese para Arturo.

Pilar Otero, Francisco Escrivà Moratal, Miguel Miñana López,

Milagros Mateu Giménez, Encarna Garrigós Avaria y Mª José Almeida Durao

martes, 23 de noviembre de 2010

UN REGALO PARA ADELA

Pedro se decidió por el calzado deportivo, era el 50 cumpleaños de la esposa de Juan y de buen seguro iban a pasarse horas recorriendo los comercios del centro de la ciudad, buscando el regalo perfecto.

Tras ver mil escaparates decidieron entrar en una joyería, el dependiente atendía a una mujer embarazada, los dos amigos observaban el enorme barrigón cuando el tendero abrió la puerta a un señor tapado hasta las cejas. Al entrar , pensaron que su atuendo era a causa del frío perodescubrieron que llevaba una media apretando su cara y de su gabardina sacó un enorme cuchillo de cocina, sin tiempo a ninguna reacción cogió a la mujer bruscamente y con una bolsa de deporte obligó al sorprendido dependiente a llenarla con las joyas.

Los segundos pasaban lentos, la llenó tan rápido como pudo y al tener el botín soltó a la muchacha que lloraba desconsolada y con rapidez corrió hacia la puerta.

Sin pensar, Juan alargó su pierna e hizo la zancadilla al caco, éste dio tres pasos de gigante sin tocar el suelo y estrelló su cara de lycra contra el cristal blindado de la joyería.

Los dos amigos se abalanzaron, Pedro con dos dedos agarró por un extremo el lazo del cordón de su deportiva y con un rápido estirón lo sacó de los agujeros y ató las manos del aturdido ladrón. Con el otro cordón, hizo lo mismo con los pies.

Después de los elogios, la declaración en comisaría y una entrevista para España directo, el joyero les regaló un broche de plata con forma de salamandra con una perla incrustada en su boca que a ellos les parecía una mona de pascua pero que Adela, la mujer de Juan, lucía orgullosa en su abrigo todos los domingos.

Al cabo de unos meses recibieron la noticia: la parturienta había dado a luz y quería verlos. En la habitación estaba la orgullosa madre tendida en la cama con dos angelitos pequeñitos y rosados descansando entre sus brazos ¡había tenido gemelos!.

—Les hemos puesto Juan y Pedro —dijo la orgullosa madre.

—Esperemos que sean tan valientes como vosotros —recalcó el padre, erguido custodiando sus tres preciados tesoros.

Al salir del hospital y sin salir aun de su asombro Juan dijo en voz alta

—A veces tengo la impresión que una pandilla de escritores principiantes se están inventando nuestra vida.

A lo que Pedro respondió —creo que la realidad supera la ficción, amigo mío.

F. Escrivá Costa

NUNCA ES TARDE

Una vez más, Juan llegaba tarde. Pedro no toleraba a los impuntuales, pero su amigo era punto y aparte. Era imposible estar enfadado con él más de diez minutos seguidos. Juan era un hombre feliz, capaz de contagiar su alegría a todo aquel que se encontrara cerca.

Inmerso en sus pensamientos, Pedro no reparó en la figura de su amigo que con paso ágil y su cautivadora sonrisa se acercaba. Cómo le envidiaba, todo él era vitalidad, fuerza, alegría Pero, ¿cómo lo conseguía? Vivía en una pobre cabaña, en un pueblo insignificante, con un mísero sueldo y, sin embargo, allí estaba, como si fuera el dueño del mundo.

Pedro abrazó a su amigo. Era un abrazo sincero, lleno de cariño, fruto de una profunda amistad que tuvo su inicio el día que ambos descubrieron su pasión por la naturaleza, y decidieron un futuro juntos. Sin embargo, sin saber exactamente cómo ni cuándo, sus caminos tomaron rumbos distintos. El, Pedro, dueño de una importante cadena de viveros, Juan, guarda forestal. Siempre había pensado que fue él quien tomó la decisión acertada, pues al fin y al cabo, todo el mundo le consideraba un hombre de éxito, conocido en los círculos más elitistas. En contra, Juan, pocos eran los que sabían de su existencia. Entonces, ¿por qué se sentía tan pequeño cuando estaba en su presencia? ¿Por qué se veía como un perdedor? Juan, levantó la mirada de su plato y encontró que Pedro le estaba observando con esa sonrisa suya, feliz, inocente. Y lo vio claro, en realidad siempre lo había sabido aunque, hasta ese instante, se negaba a admitirlo: nunca había hecho lo que realmente le gustaba, siempre había silenciado su corazón. Por primera vez en mucho tiempo, se sintió tranquilo, contento. Sonrió feliz a su amigo y pensó, ¡Aun hay tiempo!.

Maria José Frasquet Todolí

EL DESTINO SE LLAMA PEDRO

Hacia unos minutos que Juan había entrado en el bar “El SaleroSO”, se sentó en una mesa y espero a que viniera Pedro, aquel amigo de la infancia.

Estaba nervioso, deseando que el tiempo pasara y llegara el momento de encontrarse, ¿le reconocería?; la verdad es que había pensado muchas veces en él pero no coincidieron, y de pronto recibe una llamada, Pedro quiere verle, a Juan le da un vuelco el corazón, también quiere verle.

La cita era ese día a las 5. Se llevó la taza de café a los labios cuando notó que algo rozaba su espalda, dejó la taza en el plato y se volvió, por unos minutos se miraron sin saber qué hacer hasta que Juan se levantó y se abrazaron efusivamente.

Al separarse pronunciaron las mismas palabras: balón- planta y acción. Se sentaron, Pedro pidió un cortado y comenzó a hablar.

—No estuvo mal el castigo, gracias a él hice la carrera de biología y jardinería.

Juan sonrió asombrado —Yo también estudié lo mismo.¿Podríamos montar algo juntos, parece que el destino nos vuelve a unir?

—Desde el primer día que te vi. en aquel colegio, sentí algo dentro de mí.. Con los años he sabido que te quería, te he buscado y aquí estoy.

Se hizo un largo silencio, lo rompió Juan diciendo palabras entrecortadas.

—Me has dejado algo perplejo, veo en tus ojos el amor y me gusta, no sé si sabré corresponderte, pero algo me dice que quiero intentarlo.

Las horas se escaparon

sin que se dieran cuenta,

las luces del bar a medio gas.

Le dieron a la cita un encanto otoñal.

Las manos de Juan y Pedro

se acercaban temblorosas,

al rozarse, una energía los envolvió.

La sonrisa se enamoró de sus labios,

el corazón advirtió,

—estos amores son dolorosos.

Nos atrevemos dijeron al unísono.

Y ya lo creo que se atrevieron.

Araceli Banyuls

ERA UN E.R.E.

Le gustaba la informática. Cuando era niño, Juan se había fabricado un teclado con un pedazo de cartón de la caja de embalaje de la lavadora, que su madre acababa de comprar. Con un rotulador negro y cuidadosamente había dibujado cifras y letras dentro de cuadrículas, que simulaban el mosaico de las teclas. A partir de ahí las posibilidades eran infinitas, todas las que le permitían su imaginación infantil. Sus padres cuando lo vieron se intercambiaron las miradas; pero los tiempos no estaban para gastos extras.

Juan y su mejor amigo Pedro habían compartido bastantes horas de juego en su infancia y alguna que otra juerga en su adolescencia. Después, en su etapa universitaria sus vidas se habían alejado. Realmente hacía mucho tiempo que nada sabían el uno del otro.

El primero, había acabado su carrera de ingeniero informático y su pericia en el manejo del ordenador le había llevado a trabajar en una importante empresa del sector. El segundo, con su flamante título en A.D.E.(Administración de Empresas) había obtenido trabajo en la Compañía A.I.V.(Asesoramiento Integral Verdadero).

Aquella mañana, Juan, después de acompañar a sus hijos al colegio “poco” más tenía que hacer: comprar el pan, ir al supermercado, poner la lavadora, preparar la comida para cuando su mujer saliera del trabajo…Estas eran sus funciones desde que su empresa hubiera sufrido un E.R.E. (Expediente de Regulación de Empresas) por el que él y doce de sus compañeros habían sido despedidos.

Por la tarde tenía concertada una entrevista de trabajo. La había conseguido después de leer un anuncio en el periódico, donde se buscaba: “informático con amplia experiencia”. Y ese era justamente, su caso.

Le hicieron pasar a una salita, la secretaria le rogó que esperara. En la puerta situada frente a su silla un cartel indicaba:

PEDRO MARQUEZ

Director de personal.

Lola Júdez López