lunes, 15 de febrero de 2010

EN PRIMERA PERSONA

A menudo preguntan qué aspecto tiene desnuda. ¿Te imaginas qué descaro? Querer imaginarte el aspecto de tu mejor amiga sin la ropa. Es también muy divertido, porque cualquiera que haya visto las películas de Arlen Ford la habrá visto a ella totalmente desnuda. Su aspecto con el traje de cumpleaños y su verdadera apariencia son las dos preguntas favoritas. Entonces, de acuerdo. ¿Estás preparado, mundo? Su pecho derecho es ligeramente más grande que el izquierdo, y es bastante agradable. Pero, seamos sinceros, información como esa no vende ni supone un arma arrojadiza como Dios manda, sobre todo para los periodistas. La gente quiere conocer los trapos sucios, lo sórdido, ese lugar donde moran sus ilustres secretos, y qué tipo de rabietas la invaden cuando no hay testigos alrededor.
Sí, tiene rabietas. ¿Y quién no? El único chocolate que come son las «pelotas de golf» Godiva de a cuatro dólares la pieza y conduce un automóvil ridículamente caro. ¿Es suficiente? Porque es todo lo que hay, es toda la mierda que puede encontrarse en este sórdido lugar en concreto. Pero el problema de todos ellos es que nadie conoce a esa mujer como yo, por lo que siguen viniendo con la esperanza de que algún día tenga algún nuevo y feo cotilleo que contarles.
Soy Rose Cazalet, secretaria de Arlen Ford y su amiga más antigua. Ella no quiere llamarme «su secretaria», sino que más bien opta por términos como «consejera» o «compañera». Ambos suenan mejor, desde luego, pero, por desgracia, destilan un aroma tan decididamente gay, que prefiero la llaneza de «secretaria».

Fragmento de “Los dientes de los ángeles” de Jonathan Carroll



CONTINUACIONES

I


Si, como he dicho soy su amiga más antigua. Tanto, que se puede decir que he envejecido a su lado. Al amparo de su sombra, sombra, por otra parte, elegida.
Sin pretenderlo he pasado de amiga a secretaria y para qué negarlo, en más de una ocasión a consejera.
Durante todos estos años he ejercido de escudo, sorteando a los hombres que pretendían utilizarme para llegar a ella, a las compañeras que, de repente, se encontraban en todas partes y que intentaban ganarse mi confianza, a los allegados interesados en formar parte de su pequeño club amistoso.
¿Qué si voy a contar algo? Pues si, he decidido hablar. Pero me niego a contestar a preguntas que me parezcan incorrectas o inadecuadas. Porqué no olvidemos que soy su amiga más antigua, algo que no es gratuito y a lo que de momento no renuncio.
Me asomo al pasado y puedo rescatar imágenes, recuerdos, e incluso podría hilvanar un sintético relato de su historia. Pero claro, lo que se espera no es eso, no es la interpretación de un recorrido, sino la descripción de lo acontecido.
Y de lo acontecido puedo decir algunas cosas, pero cualquiera de ellas me privaría de la posición de amiga. Lo acontecido es irrelevante, al menos para mi, lo que hubiera podido acontecer es lo horroroso, lo realmente terrible.
Ambos eran bellos, enigmáticos, poderosos, pero además se amaban. Se amaban con furia absoluta, con rabia y coraje. Se amaban con el peso del sufrimiento y la esperanza del deseo. Su amor estaba hecho de sangre.
No fue el dolor de una emoción lo que guió su muerte. Ni la agonía de un amor desesperado. Fue la certeza de saber que si ella abandonaba no existiría. Por eso, recorrió el tormentoso camino del sacrificio, sabiendo que sólo así ella podría existir. Sin él ella sería capaz de continuar, por él abandonaría todo.
Así que no fue ella quién acompañó sus pasos hacia el acantilado azul. No. No fue ella la que le concedió, sosteniendo su mirada, el pasaje al abismo. Lo se muy bien.
Sí, querida amiga, fui yo. Y es ahora cuando te pido que me perdones por este viejo silencio.

Ana María Orta

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II
Esta es mi historia y todo lo que puedo contar sobre Claudia Stanfor.
-¡Esto es basura! –exclamó el periodista que le había comprado la exclusiva.
-Es lo que hay. Ya os dije que no había escándalos, ella siempre ha sido una gran mujer, sencilla, y a pesar de su riqueza, poco extravagante.
-Como tú misma has dicho, esto no vende, por lo tanto no te voy a pagar.
Rose se marchó satisfecha de sus declaraciones. Ella nunca traicionaría a su amiga ni por todo el oro del mundo.
A la mañana siguiente el sonido del teléfono la despertó de su letargo, le costaba tanto dormir, y con voz de recién levantada, contestó.
-¿Has leído lo que pone “el semanal” sobre Claudia? –dijo Arlen preocupado por las consecuencias de la noticia.
Rose bajó, rápidamente, al kiosco de la esquina, ataviada con su pijama de women’secret y su batín de Mickey Mouse, para, de nuevo, subir a su piso que se hallaba en un exclusivo apartamento del centro de Manhattan donde podrías encontrar famosos de la talla de Jack Nicholson, Madonna o Sting entre otros. Nada más abrir la puerta, su teléfono, de aspecto viejo pero muy caro, volvió a sonar. Esta vez era Claudia que, resignada por la noticia, pedía explicaciones a su mejor amiga, que no podía dejar de leer la noticia.
-¿Qué somos novias? ¿Tú y yo amantes?
-Y no quiero ni pensar lo que dirá Braian –dijo la actriz sabiendo lo celoso que era su novio.
-Te juro que eso no ha salido de mi boca.
-Lo sé. De todas maneras quiero que hagas un comunicado desmintiéndolo y después denuncia a esos cabrones.
Rose denuncio al periodista, llegando a ganar el pleito.
Nunca más volvió a ser la secretaria de Claudia Stanfor, simplemente su mejor amiga.
Hoy por hoy, todavía hay gente que cree que son amantes, solo ellas y el tiempo lo dirán.

Iván F. Chova

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III

Yo también quería ser actriz, y al principio lo intenté con todas mis fuerzas, pero las circunstancias de la vida me llevaron hasta aquí. Conocí a Arlen en un casting para una película en la que se pedía (me di cuenta cuando ya estaba allí) más físico que talento. Yo no podía ganar. Ella no podía perder. Con aquellos penetrantes e intensos ojos negros y su sonrisa, a veces ingenua, a veces pícara, siempre generosa, se ganó el papel al instante.
No podría explicar el porqué, pero intimamos. Nos veíamos con frecuencia y me convertí en su confidente, en el paño que secaba sus lágrimas, en el espejo donde colgaba sus ilusiones. De ahí a convertirme en su “secretaria” solo fue cuestión de tiempo y de que ella alcanzara la fama.
Ahora le leo los guiones, los selecciono, la aconsejo, le arreglo la agenda, le preparo las entrevistas, incluso le concierto alguna cita con discreción, escojo la ropa que debe ponerse para ciertos acontecimientos, (siempre me recalca que le resalten los pechos y que disimulen el culo), le controlo los gastos, planifico sus vacaciones, me río con ella algunas veces y discutimos de vez en cuando: ella pone la pasión, yo el sentido común.
A veces me trata como a una simple criada. Está convencida de que yo vivo para ella, de que sin ella mi vida no tendría sentido. Desde su orgullo de considerarse importante, porque es una artista reconocida, no es capaz de darse cuenta de que yo, Rose, estoy creando buena parte de su mundo.
Hay días en que está insoportable y, como soy la que tiene siempre a mano, me trata de manera despreciable, porque cree que su deseo es ley y que la que piensa y decide es ella. Y tenemos una discusión que acabo perdiendo siempre yo. Entonces me siento a mirar las estrellas y me pregunto: “¿Hasta cuándo vas a aguantar, Rose?” Y me contesto, cuando me pasa el sofoco, que hasta donde pueda porque Arlen es mi amiga y yo la quiero. Pero en alguna ocasión, en momentos de arrebato, le busco una entrevista con algún periodista de los más duros y le digo a él que no tenga miedo de apretarle las tuercas ni de hurgar en sus heridas. Ella después me gritará, tal vez llegue al insulto, mi dirá que me odia... pero yo ya me habrá divertido lo mío. Y mañana seguiremos siendo tan amigas.
Arlen es guapa, rica, famosa, una estrella. Ha tenido caprichos, hombres, éxitos, todo el mundo la conoce, pero es posible que no haya descubierto que la vida es inmensamente más emocionante que las películas.
Yo, Rose, para el mundo no soy nadie; nadie me conoce, no salgo en las revistas. Dentro de unos años, cuando a la estrella las tetas se le caigan, cuando le engorde el culo y su mágica sonrisa pierda la chispa y el cine no la llame, aunque no trabaje, todos la recordarán.
De mí no se acordará nadie, pero estoy segura de que conseguiré casarme con un buen hombre (eso espero), tendré hijos, viviré en el campo y alguna vez volveré a ver una película de Arlen con mis amigas y les diré... “esa era amiga mía”. Y los que me oigan pensarán que soy una vieja loca...
Esto le contaba yo a Adriana, la escritora, un día tomando un café con leche. Y ella me dijo:”¿Por qué no escribes esta historia, Rose?”
Y eso es lo que he hecho.
José Climent
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IV

Arlen es una mujer totalmente manipulada. No guarda secretos, ella no, son los otros los que guardan sus secretos. Está claro que yo conozco muchos de esos secretos, que ni ella misma conoce porque toda su vida está programada. Todo está preparado. Así, como suena. Es totalmente obediente a lo que le dice su asesor de imagen, su director o quien sea. Yo estoy ahí, a su lado, para que todo salga bien, por si surge algún percance.
Me dieron a mí el trabajo, el de “ser su secretaria” porque ella me escogió. Es lo único que realmente ha hecho en la vida por sí misma y por ello me siento tremendamente satisfecha. Fue como un flechazo y por eso no sólo soy su más antigua amiga, sino la única.
Desde luego su vitalidad parece inhumana porque está en todos sitios: inauguraciones, exposiciones, desfiles, cócteles y toda fiesta que se precie.
Y. No. No consume drogas.
Mi trabajo consiste en ser su agenda, recordarle lo que tiene que hacer cada día y en cada momento, y proporcionarle los instrumentos para que lo consiga. Nadie se explica cómo me mira, cómo me habla, pero es que sólo yo la he tratado como un ser humano, no como algo que hay que explotar.
Las rabietas de Arlen Ford son inesperadas e impredecibles, y cuando esto ocurre, que últimamente van a más, su manager se desespera, me llama porque sabe que yo la conozco y la entiendo, y la sé mirar, sé qué fibra tocar para que todo vuelva a la normalidad.
Creo que le queda muy poco tiempo de vida, han descubierto que es capaz de enamorarse, de tener sentimientos y eso puede crear problemas. No quieren problemas. ¿Qué, quiénes? Eso no importa. Por eso, confidencialmente, te cuento a ti, que no sé quién eres, si es que algún día eres alguien que tropieza y abre este diario; que Arlen pronto será aniquilada y yo soy el problema porque está enamorada de mí. Tiroriro, tiroriro, tara, tara. (suena mi teléfono). Voy a cogerlo.
- Sí, dígame.
- Soy Dantel, René Dantel
- ¿Y?, ¿Qué desea?
- Le llamo para comunicarle que está despedida. Ya no la necesitamos.
- ¿Cómo? ¿Qué será de la Señorita Arlen Ford?
- Arlen Ford ha sido desprogramada. Ya es irreversible. Pásese por el departamento de VARIOS de nuestra compañía “Happy is a dream”, su finiquito está preparado. Adiós y gracias.
Ahora sí. Voy a desentrañar a la prensa cuáles son los lienzos sucios de “Happy is a dream”, antes de que también me desprogramen a mí. Ya no les sirvo sin Arlen, ya no soy nada.

Lala Escrivá

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V


Nos conocimos en Los Angeles. Hace unos cuantos años, cuando recogía información sobre el caso de “los hallazgos de restos fósiles en un parking de la ciudad”. Me alojaba en el Radisson Hotel y como siempre bajé a desayunar con mi portátil. En la mesa de al lado una señorita de mediana edad no paraba de observarme y al fín se acercó a preguntarme:
-¿Es usted periodista?
-Si lo soy, y usted es………..
-¡oh! Lo siento, perdone mi atrevimiento pero es que últimamente me acosan los periodistas y pensaba que usted….Mi nombre es Arlen Ford, ya veo que no me conoce. Soy actriz de moda y para salir a tomar un café y charlar con alguien tengo que disfrazarme con estas gafas oscuras y un pañuelo en la cabeza para que no me reconozcan.
-No se preocupe, no trabajo para la prensa rosa. Siéntese por favor y hablemos. Su profesión debe ser muy interesante.
Sin darnos cuenta, estuvimos charlando amigablemente durante dos horas y pude conocer a la Arlen de verdad. Había luchado mucho para ser a actriz pero lamentaba que en sus películas, sólo se fijaran en su físico. Lo que más deseaba en el mundo era que alguien le ofreciera un papel drámatico.
-Quizás sea cuestión de insistir.
-Me han encasillado en el papel de “chica mona” y ningún director me ha propuesto hacer un drama por ejemplo.
-Querrá decir todavía.
-Mire señorita, es muy amable, pero no vivo de falsas ilusiones. Un placer conocerla.
-Espere, no se vaya. Conozco a Michael Keaton, buen amigo mío que se ha estrenado ahora como director,¿ quizás si les presentara?.
Desperté su interés y ella me propuso trabajar juntas en este nuevo proyecto. Iba a necesitar a alguien que la reorganizara su agenda y al final acepté. Nunca me arrepentiré, Arlen Ford es una gran mujer y no me refiero a su físico.


Margarita Pérez
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VI

Nadie comprende como yo sus devaneos, sus debilidades.
Hace poco, se enamoró perdidamente durante un crucero. Cuando se enamora, lo da todo. Yo la ayudaba a ponerse sexy para él. Me pasaba la noche desvelada hasta verla llegar al amanecer. Cansada pero feliz. Entraba por la puerta quitándose la ropa, se tendía en la cama desnuda, extenuada, pidiéndome con grititos mimosos que le diera un masaje. Me contaba excitada sus atrevidas intimidades mientras le masajeaba con devoción sus largos y perfectos muslos. ¡Qué rabiosa exclusiva para “los tiburones “de la prensa!
Entre sus costumbres excéntricas está la de pasear por la casa desnuda, mientras yo, fiel perro guardián la defiendo de los paparazis
A solas en mi habitación, corro el pestillo de la puerta. Me quito con asco las uñas postizas y muerdo con rabia las mías. Me desmaquillo lentamente, me quito la peluca. Ya en el baño depilo mi cuerpo, la cara. Y observo frente al espejo mi virilidad. Siempre he sido su primer fans, su más humilde esclavo, ¡su dueño! Todos llegan y se van, yo continuaré recorriendo su cuerpo con mis manos a placer. Así ha sido desde el día en que decidí embargar mi vida por adorarla y cambié al apuesto Arthur por Rose.

Mary Carmen Silvera Redondo
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VII

Hoy es una mañana tranquila y ya están apostillados, como otros muchos días, varios reporteros a la espera de una imagen o de un comentario que pueda satisfacer la morbosidad de los múltiples lectores que hojean sus publicaciones.
Yo, a través de la ventana les observo y me doy cuenta de lo duro de su trabajo de plumillas o de cámaras. Pero, al fin y al cabo, es su trabajo.
Arlen Ford no se ha levantado todavía. Ni siquiera se ha despertado. Después de una jornada agotadora de presentaciones de la película es lo lógico.
Es cierto que el público puede conocer su desnudez, por su filmografía pero sólo una desnudez si se quiere interior. Ella intenta reflejar en sus escenas parte de lo que guarda en sus rincones más íntimos.
Así, las situaciones de aberraciones, maltratos y lucha por el sobrevivir de cada día, son fruto de sus vivencias lejanas pero la ineptitud de todos los que ven sus películas lo traducen en el buen hacer que desarrolla en su trabajo, en su interpretación. Por eso, los periodistas preguntan su verdadera apariencia cuando se coloca el traje de cumpleaños anual.
No, no me gusta que Arlen emplee el apelativo de compañera hacia mí. En algunas ocasiones la tildan de lesbiana y claro, la consecuencia es que a mí también.
Y nada más lejos de la realidad.
Le atraen las braguetas. Pero como es muy inteligente, nunca se inclina por ninguna del lugar. Y, si lo hace, es a altas estancias y en sumarísimo secreto. Les interesa que esto sea así a las segundas partes.
Otras veces, es a grandes distancias. Como cuando nos vamos a Tánger, porque según las creencias de los periodistas, espabilados ellos, a Arlen le chiflan los zocos.
Una vez en Tánger, nos escabullimos y entonces nos suele recoger algún avión particular que nos traslada a Arabia Saudí. De allí, ella se trae pingües beneficios. Luego, nos dejan otra vez en Tánger y volvemos a casa mostrando las bagatelas que hemos comprado en los zocos. Pero, claro estas extensiones de la excursión se les escapa a los informadores por falta de medios y sólo lo sé yo, Rose Cazalet, que por ser su mejor amiga y confidente no les voy a soltar prenda.
Ensimismada como estoy en estos pensamientos casi no me he dado cuenta del paso del tiempo ni del grito aterrador que se ha oído dos manzanas más abajo…

María Luisa Munuera
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VIII

Arlen, cuyo nombre original era Ana, y yo nos conocíamos desde niñas, vivíamos en el mismo barrio y éramos compañeras de clase. Ambas nacimos en un lugar habitado, en su mayoría, por gente inmigrante y ubicado a la afueras de una gran ciudad, Valencia.
Arlen era una niña de extraordinaria belleza, aunque siempre fue mal vestida y desaliñada. Su padre era un alcohólico del que siempre recibió malos tratos. Su madre nunca estaba en casa, era la única persona que trabajaba de la familia. Jamás la conocí, por las mañanas dormía y por la tarde noche trabajaba (si alguna vez estuvimos en su casa, no podíamos hacer ruido)
Le gustaba venir a mi casa a la hora de la merienda. Mi madre nos esperaba con un vaso de leche y unas magdalenas, le gustaba que le contáramos historias del colegio y vernos reír. Luego jugábamos a los disfraces con la ropa de mi madre y preparábamos obras que teatro que más tarde representábamos al resto de los niños del barrio. A Arlen le gustaba mucho soñar, imaginar otros lugares, otras vidas, quizás para olvidar la suya propia. Jamás contaba nada de su vida privada. A veces venia al colegio magullada y con algún que otro moratón. Pero siempre tenía alguna anécdota divertida que contarnos para explicar el suceso. (todos conocíamos la verdad, pero nos gustaba lo que nos contaba y nos hacia reír).
Era inteligente, aunque en el colegio no sacaba buenas notas, pues nunca hacia las tareas que nos asignaban para casa. Por ello muchas veces estaba castigada en el pasillo. A mí me dolía mucho cuando veía que le chillaban o se enfadaban con ella, pero a ella parecía no importarle demasiado. Le hacía muchas veces los deberes y algún que otro trabajo, cosa que le permitió escaquearse de algún que otro castigo.
Ella me envidiaba porque tenía una familia que me respetaba y me daba cariño, porque en mi casa había un orden. Yo la admiraba por su inteligencia, su fuerza y su independencia y sobre todo, por su belleza. Creo que las dos nos complementábamos mucho y nos queríamos más.
Cuando se terminó la escuela, fuimos al instituto, pero mientras yo estudiaba en el turno diurno, ella lo hacía por la noche para poder trabajar y aportar algo a casa. Eso nos hizo ir perdiéndonos poco a poco de vista. Yo encontré nuevos amigos y ella también. Pasaron los años y ya no volví a saber nada de ella. Estudié periodismo y trabajaba como reportera en un periódico de la ciudad. Sabía que se había convertido en una gran artista y que vivía en Nueva York. Yo soñaba con encontrarme con ella algún día y poder hacerle una entrevista. Pero todo ello estaba muy lejos de mis posibilidades.
Un día, oí a los compañeros del sector de la prensa del corazón comentar que venía a España a rodar una película. Era mi oportunidad, tenía que convencer al jefe de la redacción para que me dejara ocuparme del asunto. Para ello tuve que contarle que nos conocíamos desde niñas, que íbamos a la misma clase y que compartimos muchos momentos juntas. El quiso aprovecharse de la situación proponiéndome un chantaje al que por supuesto no accedí. Querían conocer algo más de su vida privada, de su familia, pero yo jamás contaría algo que ella siempre quiso ocultar. Desestimé el asunto y cuando ya me marchaba me propuso un pacto siempre que le hiciese una buena entrevista. Yo le dije, lo intentaré, pero nada de su vida privada.
Por fin llegó el día que tantas veces había soñado. Entró en la sala de prensa, estaba guapísima, sentada en una mesa al final de la sala, los focos no le dejaban ver con claridad a los que estábamos al otro lado. Le empezaron a hacer preguntas, yo esperé impaciente mi turno. Intentaba que ella me reconociera a través de las preguntas que le iba realizando, todas ellas hacían referencia al lugar donde pasó su infancia. Ví que hizo esfuerzos por intentar reconocer quién era la persona que hablaba, sabía que me había reconocido. Me dijo que quería hablar conmigo personalmente cuando acabase la rueda de prensa, pues quería intercambiar algunas ideas a propósito del lugar donde nació y pasó su infancia y adolescencia. Nada más encontrarnos nos abrazamos muy efusivamente y estuvimos unos minutos sin decir nada. Nos deshicimos poco a poco del personal y nos escapamos a un café para poder contarnos lo que habíamos hecho todo este tiempo en el que no nos habíamos visto. Estuvimos horas hablando. Me contó cómo había llegado tan lejos, como entró dentro de este mundo. Trabajaba en un café para sacarse algún dinerito que le permitiese independizarse de su familia, sobretodo, de su padre. Allí conoció gente relacionada con las artes dramáticas que le fueron abriendo paso a este mundo; su belleza y su inteligencia fueron haciendo el resto. Yo le conté mi vida un poco por encima, nada que ver con la suya. La mía seguía siendo ordenada, tranquila. Trabajaba en un periódico de la cuidad y me dedicaba a aquello que tenía que ver con la política. Le comenté que me gustaría cambiar, viajar y ver mundo, que no me gustaría morir en aquel periódico. Enseguida me propuso ir con ella, ser su confidente, secretaria, necesitaba alguien que controlara un poco su vida, pues esto de la fama era muy peligroso. Me encantó la idea, no lo pensé dos veces y aquí estoy en Nueva York.

Trini Segura