domingo, 8 de enero de 2012

EL MONUMENTO ANIMADO

Cuando Manolo y Petra estaban dando un paseo por el centro de la ciudad, cuál fue su sorpresa al encontrarse en el centro de la plaza con una extrañísima y enorme escultura. La señora comentó a su marido:

—Acércate y te sacaré una foto en el monumento.

El hombre acató las instrucciones de su esposa.

—Arrímate más, para obtener un enfoque más amplio. —le comentó.

Manolo le hizo caso y según se iba acercando a la figura, notó como una rara fuerza magnética le atraía hacia el monumento hasta quedar empotrado en él.

Petra hizo la foto —Venga, no hagas el burro ahora. Sal de ahí, aprisa, que nos esperan a cenar.

Manolo, por mucho que lo intentó, no conseguía despegarse de esa mole.

Acudió la policía local, los bomberos, una ambulancia, la plaza se fue abarrotando de mirones que daban su experta opinión y su solución al mismo tiempo, el espectáculo estaba garantizado.

El escultor observaba preocupado, nadie encontraba solución y el futuro de su escultura estaba comprometido, una gira itinerante a través del mundo peligraba.

La actuación del cuerpo de bomberos tuvo que paralizarse puesto que cualquier cortadura en la estructura provocaba dolor, sufrimiento y angustia en el organismo de Manolo. Se había producido una extraña fusión entre el hombre y la monumental obra.

La estructura cobró vida y se iluminó inesperadamente ante las miradas atónitas de todos los presentes. Sólo el médico y Manolo sabían que la causa de este extraño fenómeno lo producía su marcapasos.

No hubo otra solución que continuar la exposición itinerante con el cuerpo de Manolo integrado en ella. Su creador tuvo que acondicionar la obra a las necesidades del acoplado. Recorrieron grandes ciudades como Paris, Londres, Moscú, Tokio.

La mujer viajó junto a ellos. Al principio sufría, luego su amargura fue menguando, decayendo a medida que aumentaba su interés por el artista.

Se acercaban las fechas navideñas, la escultura estaba expuesta en la Puerta del Sol de Madrid, Petra aprovechó para comprar un décimo del sorteo de Navidad en la administración de Doña Manolita y les tocó el gordo, esta circunstancia precipitó el fin de Manolo.

Las doce campanadas de la noche de fin de año contribuyeron a acelerar la explosión, la descarga, el chispazo del marcapasos y con ello su muerte premeditada que en su adiós observó como la escultura le enviaba, en un resplandeciente destello, que iluminó las tinieblas, un mensaje:

—Bay, bay, Manolo. Feliz año nuevo

Amparo Pérez Boix , Maria Luisa Munuera González, Noelia Alves, Sheila Gómez Estruch, Nacho Castelló, Ricardo Roca Y Vicente Lucio Fernández De La Parra

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LA VENGANZA

Con motivo del quinto Centenario, se decidió celebrar el fin de año en la Plaza Escuelas Pías. Concentrados frente al reloj se agolpaban miles de personas, bolsas de cotillón, uvas y copas de cava y sidra. Muchos de los presentes observaban la nueva escultura que el ayuntamiento había decidido colocar junto a la familia de los Borgia.

Mientras unos opinaban que le daba vitalidad y energía a la plaza, otros criticaban su obscena modernidad. Se escuchaban comentarios de todo tipo, pero había uno que sonaba con más fuerza: la posibilidad de que la escultura quedara en ese lugar para siempre, retirando a los Borgia que habían tenido allí su hogar en los últimos años.


Empezaron a sonar los cuartos y el bullicio se redujo con la llegada de las campanadas. Justo en la séptima, un grito rompió la calma. Ensartado en varias púas de la escultura futurista, que simulaba una segadora, se hallaba el cuerpo sin vida de un hombre de mediana de edad, su sangre roja iba cambiando poco a poco el color azul del monumento.

La policía no tardó en llegar y reconoció inmediatamente el cuerpo, se trataba del escultor Víktor Ferrando. Puesto que la escultura había generado todo tipo de opiniones, todos y cada uno de los allí presentes podían ser inocentes o culpables.

El pánico comenzó a reinar en la plaza. A uno de los policías le llamó la atención un niño de unos seis años que se encontraba inmóvil ante los Borgia, gritando: Mamá, las estatuas se han movido, las estatuas se han movido. Aunque el policía no lograba adivinar qué ocurría, notaba algo extraño en ellas, algo había cambiado.

¿Siempre han tenido esa sonrisa malévola en sus rostros? — Preguntó uno de los agentes al comisario.

¿No querrá decir que han sido las estatuas, señor Rodríguez? —añadió el comisario en tono irónico.

Esa noche el comisario no sabía lo cerca que estaba de los asesinos.

Tras varios días de investigación, mientras visionaban las cámaras de seguridad de la Caja Rural, observaron atónitos como los Borgia, en un abrir y cerrar de ojos, levantaban al artista de entre la muchedumbre y lo lanzaban contra su creación en la quedó ensartado.

Francisco Escrivá Costa, José Manuel Castellá Almiñana, José Andrés Mayor Escrivá,

Llorenç Bustos Fernández e Irene Cantó Alama

LA MANCHA

Con treinta grados y oxinet será suficientes.

La descuelgo del armario, me la pongo, para mi desgracia ahí sigue. ¡No puede ser!, otra vez al cesto.

Esta vez la froto como recomienda el fabricante de oxinet, no hay mancha que se le resista y más a sesenta grados. De esta sale.

Hoy luzco mi mejor camisa, y ….¡no!, ahí sigue. Si no fuera porque pensarás que estoy loco, te diría que me ha sonreído. Algo ha cambiado. La primera vez era color tomate frito. Ahora es como de chocolate. A la lavadora. Doble ración de oxinet, sesenta grados y programa anti-manchas. Seguro que sale.

Es la cuarta vez que la saco de la lavadora. Su color es negro azabache y ya es seguro, se ríe. Se ríe de mí, del oxinet, de los sesenta grados, del programa anti-manchas, del cepillo de dientes que gasto para frotarla, se ríe. He tomado una decisión drástica: o ella o yo. No salgo hasta que se vaya.

Se agotó la caja de oxinet, el cepillo está sin cerdas, la lavadora quemada, no hay camisa. ¡Ella sigue ahí!, ¡me esfuerzo por quitarla! No se va. Se ríe cuando la miro. Se ríe cuando me pasan la corbata por el cuello. Se ríe cuando el Cura me dice “ego te absolvo.....” Se ríe cuando oigo el cloc. Se ríe. Es negra, negra como la oscuridad que me envuelve, que me ahoga. Solamente ahora, con mi muerte, comprendo que las manchas de sangre inocente sólo se limpian con el perdón.

José Manuel Castellá Almiñana

LA OFUSCACIÓN

Mi amigo Pedro es el típico tío sencillo y campechano, que ha tenido que ganarse con su sudorcada uno de los logros que ha ido consiguiendo en su vida. Es la típica persona que todos echamos de menos en una cena de amigos o en una conversación sobre política. Esta mañana mientras hacia footing he recordado el único y último viaje que hicimos juntos. Pedro, como no podría de ser de otra forma, sólo estuvo enamorado una vez, la afortunada o desafortunada, según los ojos que vean esta historia fue Rebeca, una joven catalana, que terminó dejándolo por un chico más optimista, ese fue su argumento, al menos el que utilizó conmigo.

El viaje tuvo lugar porque Pedro ya no concebía la vida como vida, sino como una sucesión de días en los que ya ninguna mujer volvería a llamar su atención. Cuando volvimos de Roma, también dejaron de interesarle los viajes, me dijo con voz muy seria en el aeropuerto: “Ni italianas, ni españolas. Ni viajes, ni amor. He de aceptar que todas las mujeres terminarán dejándome.”A día de hoy, sigue exactamente igual, le hemos organizado mil cenas, varias citas a ciegas y nada, mujer que ve, mujer que sale corriendo.

En fin, todo este rollo para explicar que siempre había pensado que Pedro era un tío pesimista, pero ahora me doy cuenta de que no, tan solo es un tío de ideas fijas, demasiado fijas. Ayer, mientras tomábamos un café en un centro comercial, le propuse tomar un trocito de pastel de naranja y chocolate, una amiga del trabajo me había comentado alguna vez que era la mejor tarta de la ciudad. Y ante mi asombro, su respuesta fue la siguiente: “Ni loco pruebo yo una tarta que te ha recomendado una tía del trabajo, porque claro, ¿qué quiere, eh?, ¿qué quiere esa tía?, casarse contigo y luego abandonarte, como hizo Rebeca. Nada, nada, la tartita para ti. Además, no pruebo las naranjas desde hace un par de años, tuve una reacción alérgica y aunque el médico intentó convencerme de lo contrario, no tengo duda de que me lo provocó el zumo que había tomado esa mañana, un zumo hecho con unas naranjas que me dio mi vecina. ¿Por qué sabes lo que quería mi vecina, no?, fácil, quería que me pusiera enfermo, cuidarme, enamorarme y luego…”

“Sí, Pedro sí, abandonarte como hizo Rebeca”

Irene Cantó Alamá

COCOLISO QUIERE VOLAR

En un bonito zoo de una ciudad muy lejana vivía Cocoliso, un osito bonachón y cariñoso que creía que era un pajarito. Siempre movía sus brazos de arriba abajo cuando jugaba creyendo así que volaba. Un día cuando mamá oso despertó, no vio a su pequeño en la osera y empezó a buscarlo como una loca. Los cuidadores pronto pudieron averiguar que su enfado y nerviosismo se debía a la ausencia de Cocoliso y empezaron todos a buscarle. Uno de los cuidadores, que siempre andaba distraído, descubrió al osito subido en lo más alto de un gigantesco árbol que servía de sombra en el habitáculo de los osos. La pequeña cría había subido porque quería estar cerca del cielo y lograr por fin echar el vuelo, pero movido por el miedo se dio cuenta que no podía volar y que le era imposible bajarse.

Bajarlo era una tarea difícil y el pobre animal cada vez estaba más asustado. Así que llamaron a una grúa y le ataron unas correas y un arnés a su cuerpo.

Lo bajaron lentamente, mientras él suspendido en el aire movía sus brazos arriba y abajo. Y así fue como aquel rescate se convirtió en su primer y ultimo vuelo.

Francisco Escrivá

ARISTOCRÁTICO

Vivía casi siempre en el campo, en un gran palacio, con aspecto de castillo feudal, donde el más aristocrático señorío se mostraba por todas partes.

El viento, la lluvia, el frío, la nieve, la niebla, la tempestad no me causaba el más mínimo temor. Mi castillo con sus altas almenas y gruesas paredes, sus señoriales fogones que calentaban sus aposentos, mitigaban todas las intemperies naturales.

Únicamente en mi fortaleza había un punto débil, un talón de Aquiles, que el enemigo desconocía, pero en ese lugar todas mis batallas estaban perdidas y no lograría vencer aunque luchara con todas mis fuerzas hasta la extenuación, estaba dentro del palacio pero no entre sus muros sino adentro, en mi interior, dentro de mí, la soledad, mi soledad que derivó en mi aristocrática locura.

Vicente Lucio

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Vivía casi siempre en el campo, en un gran palacio, con aspecto de castillo feudal, donde el más aristocrático señorío se mostraba por todas partes.

La única cosa que le mantenía vivo era saber que por las mañanas, al amanecer, podía abrir las ventanas y no escuchar nada, tan solo el sonido del agua, de los pájaros y las lejanas conversaciones de los campesinos que mañana tras mañana se encargaban de mantener los cultivos en perfecto estado. Sufría una lucha interna constante, no soportaba aceptar que su vida había sido diseñada por otros, un título nobiliario que había pasado de generación en generación marcaba todas sus decisiones e impregnaba cada una de sus vivencias. Por otro lado, no aceptaba la idea de renunciar a ello y la inmediata consecuencia de decepcionar a su madre, una mujer viuda que había depositado en él toda su confianza, una buena mujer incapaz de ver que su hijo tenía don.

Este joven de 26 años, recordaba diariamente las tardes con su abuelo, un excombatiente chiflado que sentía debilidad por el arte, cerca del lado, junto a la cascada. Siempre les acompañaba un lienzo que volvía cada tarde lleno de colores y terminaba cada noche en la cuadra, junto a caballos y sirvientes.

Esa tarde de marzo, doce años después de la muerte de su abuelo, decidió coger un lienzo y enfrentarse a él. Lo observó, lo analizó e intentó plasmar en él su vida, sus vivencias desde aquellas tardes coloridas de su infancia. Horas después seguía sin poder trazar ni una sola línea, pero eso ya no le importaba, lo que realmente le alteraba era que siguiera blanco, impoluto. Las lágrimas empezaron a deslizarse por sus mejillas y la inevitable comparación del lienzo con su vida giraba sin cesar dentro de su cabeza. Minutos más tarde, alguien llamó a la puerta, era su madre recordándole que venían a cenar los Duques de Santro y que su hija estaba muy interesada en él. La puerta se cerró y la mujer no se percató de la tristeza de su hijo. Los años siguieron pasando pero las cosas permanecieron estáticas, nada cambió.

Irene Cantó Alamá

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Vivía casi siempre en el campo, en un gran palacio, con aspecto de castillo feudal, donde el más aristocrático señorío, se mostraba por todas partes.

Lo que más le gustaba era tener invitados y mirar por el gran ventanal de la sala de armas cómo se acercaban torpemente por el laberinto del jardín que precedía al palacio, volviéndose locos por intentar salir de él.

Mandó construir este decorado, a raíz del suceso que le ocurrió hace ya algunos años y que le cambió la vida por completo.

Le invitaron a una recepción en el palacio de Versalles para debatir y solucionar conflictos, que posteriormente terminaron con la famosa Revolución Francesa.

Cuando se personó en el palacio, le llamó poderosamente la atención un jardín en forma de laberinto que le llamaba a voces visitarlo.

Fue tal su curiosidad, que prácticamente se quedó encerrado allí, llegando tarde a la reunión, salvándose milagrosamente de la masacre que se produjo en su interior y que inició esta revolución.

Con el paso del tiempo, quiso hacerle un homenaje a la casualidad y lo hizo en forma de jardín laberíntico, en el que pasa la mayor parte del tiempo recordando el acto que forjó su destino.

Ricardo Roca

REGRESO A CASA

Hace cinco años preparaba mi maleta para empezar lo que sería una nueva etapa en mi vida. Entonces tenía 26 años y hacía pocos meses que había terminado la carrera – vocación tardía-.

El viaje me inquietaba y fascinada por partes iguales, no por el trayecto ni por la distancia, sino más bien por la actividad que iba a realizar allí. No puedo decir que fuese la ilusión de mi vida (aun hoy no me atrevería a decirlo), pero sí sentía cierta excitación.

Cuando llegué me pareció revivir la escena de aquella película de Cantinflas “El profesor”, no por el recibimiento que me dieron, pero sí por lo agotada que estaba del viaje y por lo pequeño del pueblo.

Soy maestra, y mis primeros cinco años como tal, los he desempeñado lejos de aquí. Cinco años fascinantes, con alegrías, penas, añoranzas, ganas de volver, de no hacerlo y un millón más de sensaciones que no sabría ni cómo empezar a describir.

Ahora regreso, mis miedos se van disipando y mis expectativas se van cumpliendo para alcanzar mis metas.

Sheila Gómez Estruch

NO SABIA EL QUE PODIA ESCRIURE

No sabia el que podia escriure, no ho sabia fins fa un moment.

Quan ens han dit que calia contar alguna cosa sobre nosaltres mateixos, he pensat immediatament en les meues circumstàncies personals, com no fer-ho si elles m’han dut ací?

Però escoltant a una de les companyes he canviat d’idea: he pensat que millor contava el que em va passant pel cap en aquest moment, ja que les penes les he deixat aparcades a l’entrada i ja les arreplegaré a l’eixir. De moment, prou és que veig davant de mi moltes possibilitats en les paraules que ens han dirigit.

He posat moltes esperances en aquest taller i he imaginat un ventall de coses bones, d’altres no tant i d’altres gens agradables i de moment les tinc al davant, encara sense estrenar, embolicades en els papers de colors que he dut amb mi.

Això si, tot no va a ser fàcil i potser el pitjor vinga ara mateix, perquè llegir les meues coses davant de tots em costarà molt, com també em costarà escoltar el que opinen els altres sobre els meus textos perquè sempre he estat prou susceptible. Bé, altra cosa en la que s’haurà de treballar...

Amparo Pérez Boix

EL ALBORNOZ

Descubrió el albornoz en el cubo de la basura, parecía manchado de sangre. Eusebio quedó preso de pánico, lo asió lentamente para comprobar lo que había descubierto, lo desplegó desde la ancha orilla del cuello y ladeándolo de un lado a otro intentó comprobar si ciertamente aquella mancha era sangre humana. Esto no hacía más que acentuar sus sospechas, llevaba varias semanas observando desde la ventana de su habitación a la extraña pareja que tenía como vecinos.
Ella era delgada y rara era la vez que le daba los buenos días. Él, en cambio, parecía muy serio, autoritario y su mirada siempre estaba perdida.
Dos días después del hallazgo del albornoz, cuando Eusebio estaba desayunando recordó que había olvidado la redacción de Lengua que le había pedido la señorita Márquez. Volvió a su cuarto y mientras la buscaba oyó crujir las tablas del suelo y llamó a su madre. En ese momento recordó que no estaba en casa, hacía poco que había entrado a trabajar en el hospital. Se asomó a la escalera y vio a la vecina subir con una antorcha. Corrió a su habitación e intentó cerrar la puerta sin éxito, el pestillo estaba roto. Asustado, se zambulló debajo de su cama. La puerta se abrió con un rechinar de bisagras y una voz dulce empezó a llamarlo: “Eusebio, Eusebio, ¿Dónde estás?”, tras unos segundos de duda reconoció la voz de su madre y salió de debajo de la cama gritando: “Huye mamá, huye, es la asesina”. Para su asombro, cuando alzó la vista, un grupo de personas, entre familiares y amigos, comenzó a cantarle: “Cumpleaños feliz, cumpleaños feliz, te deseamos Eusebio, cumpleaños feliz”. La vecina sujetaba la tarta de fresas con las 8 velas encendidas.
Llorenz Bustos, José Manuel Castellá, Sheila Gómez Estruch,
Nacho Castelló, José Andrés Mayor, Irene Cantó