Me gusta mirar a través de los cristales del balcón mientras llueve. A menudo, observo la calle, los transeúntes caminando de prisa, los automóviles brillantes por el agua y la gente, recogiendo sin respiro la ropa tendida.
Miro el edificio de enfrente, entre la lluvia distingo una pareja de mediana edad.
Ella, sentada en un sillón aparentemente cómodo, sostiene entre sus manos un cuaderno algo grueso de tapas negras. Él deambula a su alrededor e intenta averiguar qué es lo que está leyendo. Parece algo inquieto, un poco enfadado ante la insistencia de la mujer por ocultarle la lectura.
De pronto, ella se levanta y cerrando el cuaderno se lo entrega a él. Al momento, el hombre ocupa su lugar en el sillón.
Mientras, la mujer prepara una infusión en la barra de la cocina situada a su espalda. A hurtadillas, saca una pastilla de un bote y la introduce en el líquido removiéndola con la cuchara.
Le acerca la taza. Él la observa con detenimiento. Parece preguntar si está todo. Ella asiente. El hombre sonríe levemente, la mujer también. Ella se acerca al balcón y corre la cortina.
- ¿Lo querrá envenenar?
Pasa algo más de media hora. Se abre la cortina. El hombre en calzoncillos, la mujer en sujetador. Los dos sentados en el mismo sillón sostienen el cuaderno abierto de tapas negras mientras sonríen.
- ¡Ya está! No es veneno. ¡Es la viagra! La infusión una pócima para ensalzar los caprichos del cuerpo y del amor. Y el dichoso cuaderno, el Kamasutra.
Miro el edificio de enfrente, entre la lluvia distingo una pareja de mediana edad.
Ella, sentada en un sillón aparentemente cómodo, sostiene entre sus manos un cuaderno algo grueso de tapas negras. Él deambula a su alrededor e intenta averiguar qué es lo que está leyendo. Parece algo inquieto, un poco enfadado ante la insistencia de la mujer por ocultarle la lectura.
De pronto, ella se levanta y cerrando el cuaderno se lo entrega a él. Al momento, el hombre ocupa su lugar en el sillón.
Mientras, la mujer prepara una infusión en la barra de la cocina situada a su espalda. A hurtadillas, saca una pastilla de un bote y la introduce en el líquido removiéndola con la cuchara.
Le acerca la taza. Él la observa con detenimiento. Parece preguntar si está todo. Ella asiente. El hombre sonríe levemente, la mujer también. Ella se acerca al balcón y corre la cortina.
- ¿Lo querrá envenenar?
Pasa algo más de media hora. Se abre la cortina. El hombre en calzoncillos, la mujer en sujetador. Los dos sentados en el mismo sillón sostienen el cuaderno abierto de tapas negras mientras sonríen.
- ¡Ya está! No es veneno. ¡Es la viagra! La infusión una pócima para ensalzar los caprichos del cuerpo y del amor. Y el dichoso cuaderno, el Kamasutra.
Ana María Orta
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