lunes, 12 de abril de 2010

AMOR Y MUERTE

“Alguien especial me está mirando, lo sé. No me atrevo a girar la cabeza, pero sé que me mira.”

En el gran salón, iluminado por docenas de candelabros, hay un gran bullicio. Chanzas, characotas y comentarios soeces se escuchan por doquier. Ella sabe que acabará en manos de quien puje más alto. Tiembla.

Parece indiferente, altiva. No puedo evitar preguntarme qué pensamientos rondarán la frente alta y despejada. Modestamente vestida, yergue el cuello frágil y desnudo. Ni esmeraldas, ni rubíes, ni perlas adornan su belleza. Solo ofrece una esbelta columna de marfil, en venta al mejor postor.

Una cortesana carente de gracia, su ama tal vez, le susurra algo al oído. Ella endereza la espalda. El orgullo que otorga la nobleza la salvará de una degradación mayor, y en su orgullo se refugia. Muerte o amor. Amor y muerte. Ya son la misma cosa: su cuello desnudo.
Pestañea y, por fin, sus párpados muestran unos ojos brillantes de lágrimas contenidas que no derramará. No sabe que dan a su mirada la luz del cielo. Las pujas subirán.

Unos golpes secos, metal contra madera, invocan al silencio. Silencio sepulcral.
–Este honor conlleva un precio, como bien sabéis –anuncia un miembro de la casa real–. Tanto la corte como el pueblo llano asistirán al acto, si es su voluntad. Vuestra maestría, o falta de ella, correrá de boca en boca. Quien asuma el reto será alabado o denostado. Premiado o condenado al olvido, o incluso a muerte. La sangre azul requiere un riesgo. El rey escucha. No os demoréis, hablad.
Se desata un runrún de comentarios y murmullos: un soniquete infernal e insoportable. Hombres encapuchados, grises, soeces, malhablados, empiezan a ofertar.
La miro y sé que no puedo permitirlo. Desenvaino la espada y hablo.
–Yo señor, os rindo mi espada. Vuestra es durante un año.
Mi oferta es recibida con cuchicheos, incredulidad y asombro. Ella me mira y, por fin, sonríe.

–Sois caballero y noble, recién llegado y de paso. ¿Daréis un año de vuestra vida a cambio de nada? –increpa el segundo del rey, calvo y barrigón, pero de noble porte–. Pensad en los feudos y glorias que podríais obtener en ese tiempo, batallando por el reino.
–Seré vuestro verdugo, un año –contesto, mirando al rey–. El cuello de quien tuvo el honor de ser vuestra esposa ha de truncarse por el tajo limpio de una espada noble, no por el hacha roñosa de un verdugo a sueldo.
El rey palidece. Sabe que no soy el culpable de la afrenta que castiga y también que no puede rechazar mi oferta. Los labios de ella titilan, tiemblan, sé que musita una plegaria de agradecimiento, sin acabar de creer en su buena fortuna.

******

Ojos negros como el carbón me abrasan. Me desnudan y me devuelven la inocencia. Inclina la cabeza, pero mira al rey con asco disimulado y entiende mi vergüenza. Entiende que fui adúltera por desamor y repugnancia; pequé para no morir. Lo sabe.
Busco a mi amante entre el séquito del rey. Por fin me atrevo. Él rehuye mi mirada y agacha la cabeza. Ese gesto lo delata, el rey y todos sus espías buscaban confirmación y ya la tienen: cobarde, se estremece. Ya sabe que caerá, y por la misma mano.

Él, ese caballero desconocido de ojos negros, será quien me corte la cabeza. Y por fin sé que solo él merecía mi amor. Solo él. Antes de rendir mi cuello a su espada lo miraré y le haré saber que su sacrificio no es en vano. Moriré sabiendo que existe el amor verdadero.

Se sella el pacto.

********
Los carceleros la rodean y la conducen fuera de la sala. Su presencia ya no es necesaria. No si cuello. Ya no hay nada que vender. Lo he comprado. Dejo mi espada a los pies del rey y pido permiso para retirame.
Ya fuera, en el patio de caballos, vomito. Odio matar.
“Amor y muerte”, pienso. Vuelvo a vomitar. Oigo las risas de los palafreneros.
“Amor y muerte”, pienso.
Alicia Briz Booth

No hay comentarios:

Publicar un comentario