martes, 1 de diciembre de 2009

MANO ESCONDIDA

("Mano escondida" Pintura de Domingo Barreres)
La gallina estaba acurrucada sobre el viejo sofá. Levantó, como si tuviera un resorte en las patas, su rollizo cuerpo cubierto de plumas marrones con las puntas oscuras, casi negras, y comenzó un cacareo anunciador del huevo que había depositado sobre el cojín.
Juana la escuchó en el piso de arriba y bajó las escaleras apurada. Su pelo, de un blanco amarillento, estaba despeinado. Lacio y ralo como era, se salía hacia fuera en algunas zonas mientras en otras se aferraba al cráneo como si de un esparadrapo se tratara. Se abalanzó sobre la gallina, que desplegó sus alas y que tras un irregular despegue acabó aterrizando cerca de la vieja televisión. Juana abrió la puerta del patio y echó al animal:
­­─Viejo bicho, ayer te me escondiste y mira donde me vienes a salir. Pero al menos has hecho algo de provecho─dijo guardando el huevo en el bolsillo de la bata de casa.
De repente, escucha el llamador de la puerta de entrada. Mira a través de los visillos del comedor y la imagen la maravilla: plantado en la puerta, con un traje blanco, un caballero engominado y de moreno semblante espera con aire despreocupado con una mano en el bolsillo.
La visión le trae a la mente aquel director de banco que la venia a buscar ­-¿cuanto tiempo haría de eso?- para salir a bailar al casino. Juana se arregla las greñas, comprueba que esté bien abotonada la bata y abre la puerta buscando la sonrisa de hace tantos años que ella piensa que es de ayer.
─Buenos días. ¿Es usted doña Juana, verdad? ¿Cómo se encuentra?
─Bien gracias─sonrie coqueta. ¿Quién es Usted? ¿Qué le trae por aquí?
─Soy el doctor Millet. ¿Está su hermana Amparo?
La sonrisa de Joana se congela. Asoma la cabeza y ve al fondo de la calle una ambulancia. En el bolsillo, escondida bajo la mano, reconoce el papel oficial similar al que le ha llegado hace poco y por el que los servicios sociales se proponen llevarse a una residencia a su hermana mayor, encamada hace años, con el pretexto de que allí la cuidaran mejor que ella en su casa. Manteniendo su sonrisa coqueta, saca con disimulo el huevo del bolsillo y lo estampa con precisión en la frente del visitante, cerrando rápidamente la puerta.
Desde el comedor, escucha la voz de su hermana en el piso de arriba:
-¿Quien ha llamado, Joana?
-Nadie, Amparín. El director de la Caja de Ahorros que me venía a saludar.
Marga Iglesias

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