domingo, 29 de noviembre de 2009

CREPÚSCULO

Muchas veces había hecho lo que ahora. Subir a la terraza de mi casa para poder observar el cielo. Era un atardecer de un día caluroso. Corría una brisa suave que se agradecía después de un día muy pesado. De repente, quedé con la vista fija en el horizonte viendo la puesta del sol. Qué maravilloso espectáculo se me ofrecía. La combinación de colores era impresionante. Pasó algún tiempo y los colores grises iban en aumento, estaban desapareciendo los colores vivos. La luz solar se escapaba por segundos. Era el crepúsculo del día. Llegaba la noche.
Lo que estaba viendo en ese momento era comparable a la vida misma. Durante un tiempo todo nos parece maravilloso. La vida, dicen, es de color de rosa, es bonita, posiblemente con algún claro oscuro, pero, preciosa, nos apegamos a ella. En un momento dado llegamos a la madurez, los años en el transcurso del tiempo no perdonan. Es el momento en que más necesitamos no estar solos. Es imprescindible disponer de más cariño de lo normal.
Pienso en esas personas. Por necesidad porque están solas en el mundo. Por obligación porque sus hijos trabajan y no pueden atenderles o bien porque molestan y privan a los hijos de libertad o no hay espacio suficiente en la vivienda.
Se ven obligados a vivir sus últimos momentos en una residencia. Puede ser muy moderna, con todos los servicios y adelantos que se puedan desear pero falta algo muy importante: el cariño, la amistad, la comprensión, la tranquilidad; en una palabra, sentirse arropados, no verse solos, ser correspondidos por lo que en su día ofrecieron, amor. Viven con más gente, con extraños.
No todas las personas de la residencia se encuentran en el mismo estado de salud, de movilidad, de sensatez, de percepción. Las visitas de sus allegados en un principio son asiduas, semanales, pero pronto empiezan a ser cada vez más escasas, se alargan en el tiempo, y cuando las reciben hay que observar la cara de alegría, de satisfacción que demuestran.
Saben que el amar es la cosa más fuerte del mundo, que a los sabios les vuelve locos, a los viejos les convierte en jóvenes, a los ricos les transforma en pobres, a los alegres les viene la amargura.
Piensan con tristeza en el amor no correspondido, que ha llegado para ellos la puesta del sol, el crepúsculo, la noche de la vida.
Alfonso Garrigós

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