domingo, 29 de noviembre de 2009

EL ANILLO IMPERIAL

("Anillo Imperial" Pintura de Domingo Barreres)
Amanece un día gris para Leonora. Dentro de pocas horas su padre, el duque de Baviera, la entregará en matrimonio al conde de Livorno, sellando así una vieja deuda de gratitud entre caballeros.
Leonora está triste. Su doncella Casilda intenta animarla y peina con esmero su sedosa melena color caoba. A diferencia de tantos otros días, mima más aún su delicado cabello para que luzca radiante pues hoy llevará en su pelo la diadema azabache que perteneció a su abuela Mariana de Baviera.
Mi señora, -le dice-, no estéis triste. El conde es un buen hombre y de seguro os colmará con toda clase de atenciones. No hay más que ver cómo le brillan los ojos cuando os mira. Vais a ser muy feliz, señora.
-¿Y a mí qué me importa cómo me mira el conde?
Tú me conoces Casilda y no lo amo. Sabes que mi corazón y mi aliento suspiran por Armando. ¿Qué voy a hacer ahora sin sus besos y sus cálidos abrazos? Moriré de pena.
Solloza Leonora mientras Casilda y dos de sus damas de compañía le aprietan sin compasión el corsé de seda blanco que debe resaltar su esbelto talle. El vestido, hecho de terciopelo rojo, rojo como el vino, lleva detalles de metal en la pechera, cuello isabelino de desmesuradas proporciones que realzado con laboriosos encajes por las costureras de la corte, aumentan la esplendorosa belleza de Leonora que a sus 17 años y si nadie lo remedia será emperatriz.
Leonora no puede entender como su padre al que tanto idolatraba, la ha traicionado casándola con un hombre maduro, veinte años mayor que ella.
La fidelidad del conde hacía su padre tenía un precio y ella es la moneda de cambio.
¿Qué sentido tiene seguir viviendo? Las lágrimas escapan sin control por sus mejillas nacaradas.
-Cálmese señora, su padre nos puede oír y le daréis un gran disgusto.
Se mira en el espejo y de pronto repara en su anillo, es un “anillo imperial” de jaspe y oro que le regaló su madre. Ha pertenecido a tres generaciones y ella lo lleva con orgullo. Junta las manos con fuerza y sin dejar de mirar fijamente, como si esperara que se produjera un milagro y dice:
-Ojalá pudiera atravesar este espejo y desaparecer, lejos, muy lejos de aquí.
Su corazón torturado anhela tener alas para escapar sin ser vista. Desprenderse de la pesada carga que la oprime. Cierra los ojos y suspira profundamente para aliviar su pena.
De pronto, si saber lo que ocurre, mira a su alrededor y ya no están sus doncellas ni puede ver las almenas de palacio.
-¿Dónde estoy?
Se encuentra asomada a una ventana, plácidamente sentada, tranquila y viendo pasar un sinfín de gentes que se detienen a mirarla.
Al lado suyo ve a una Gran Dama que lleva puesta una corona imperial y le pregunta:
-Señora, ¿dónde me encuentro? ¿Qué hago yo aquí?
-No temas, la franqueza de tu corazón te ha liberado. Estás entre amigos, en la exposición de Domingo Barreres.
Margarita Pérez

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