¡7 km! ¡Dios mío! ¡No puedo desfallecer! Tenía tanta sed que su lengua se pegaba al paladar. Distraer la mente, es lo que debo hacer – pensó, empezó a canturrear una canción que recordaba desde niño mientras continuaba caminando acompasadamente y de forma regular; no quería sudar demasiado porque sabía que no llegaría al sexshop donde podrían ayudarle. Tenía gracia la cosa. De todas las casas o bares que hubiera podido encontrar, se tropezaba con una tienda de ese estilo.
Pero bueno, las cosas son como son, allí le darían agua y seguramente algo más. La sola idea lo comenzó a excitar y se olvidó del sudor. Ahora, su único anhelo era llegar y satisfacer su sed y seguramente otras necesidades.
Su imaginación se entretenía en evocar desnudos exóticos, lupanares llenos de mil y una diversiones, se olvidó del canturreo y se veía besando, bebiendo, sintiendo cosas que iban más allá de la imaginación más fértil.
De pronto llegó al lugar y presintió la realidad, este sexshop había dejado de existir hacía ya muchos años. Ahora era un lugar desierto.
Carles García, Concha Peiró Sancho, Iván Parra Ampuero
A Malena le gusta bailar bajo los calientes focos rojos, lo hace por gusto y por trabajo así que cada tarde se enfunda un bonito corsé también rojo, unas altas botas de plataforma, una larga cabellera rosa postiza y se dirige al sexshop de la esquina de su barrio, moviendo su cadera de lado a lado, como tropezando con las paredes.
No se sentía plena ese día, ese movimiento de caderas era un poco por obedecer el rol que estaba jugando. Sí, era la puta del barrio, pero poco le importaba lo que la gente dijera u opinara.
Tomó posición en su acostumbrado lugar, pero notó algo extraño en la atmósfera del lugar. No sabía si achacarlo a su estado de ánimo o verdaderamente ocurría algo. Comenzó a bailar y desde su posición trato de buscar a sus conocidos, compañeros de farras y juergas, tampoco andaba por allí su proveedor de crack, incluso la música era diferente. Definitivamente este sexshop estaba cambiando de ambiente. De pronto notó algo definitivamente extraño, había dos tipos con cara de maderos en el extremo de la barra.Después de observarlos largamente, llegó a la conclusión de que los dos policías le sonaban, que le eran extrañamente familiares. Así que con pasos decididos, caminó directamente y sin ningún tipo de preámbulo, les preguntó quienes eran y que hacían en este lugar. Hernández y Fernández contestaron al unísono. Estamos buscando a Milú y tenemos varias sospechas de que se encuentra aquí. Malena sin inmutarse en lo más mínimo, les contestó: Lo siento, pero se han equivocado de sexshop y de cuento. Y colorín colorado con el sexo hemos topado
Se mojó los labios con una cremita afrodisíaca, y se puso a tono, muy a tono; cogió y tocó los "dildos" gigantescos que giraban y giraban e imaginó semejante tamaño "perforando sus intimidades". ¿Y qué me dices de aquel vibrador que te lo introduces en el momento menos pensado, o en la comida más aburrida con tus suegros? le das al mando a distancia y ¡a gozar! ¡Que te tiemblen las piernas y taconeen los pies! bajo el mantel de la aburrida mesa, con los contertulios que verán como tu rostro enrojece, tu sonrisa se tuerce, tu respiración se acelera, jadeas y alguien pregunta.-"¿Qué pasa Irene, te encuentras bien?". Y tú, sonríes y contestas. -"¡Nunca había estado mejor...!"Así que, mientras sus pensamientos se desvanecían al oir a la dependienta preguntar: -"¿Lo tiene claro señora?"-, abrió su enorme bolso y decidió que todos esos juguetitos se iban a ir con ella, ya buscaría otro ratito pata comprarle a Laura otras "cositas", que lo del Sex Shop le había encantado.
-"¡Volveré, juro que volveré!- balbuceó al salir.
La sorpresa fue tan grande que no pude reaccionar. ¿Cómo podía ser? ¿No estaba muerto? ¿Era él realmente? ¿Mirando el escaparate de un sexshop? Sí, era él, el desgraciado pervertido que abusando de su poder, autoridad y confianza nos había violado a todos los que le gustábamos. ¡Maldita casa de acogida!
José Luis Uriarte, Ana Llopis y Gabriela Fernández-Yáñez
En esa ciudad marítima sólo había dos sex-shops. Uno estaba en la playa, cerca de los hoteles y el otro estaba en el pueblo propiamente dicho. Lo curioso de estos establecimientos era que nunca se veía a nadie entrar, ni salir. A pesar de esta curiosidad, sobrevivían económicamente, es decir, que no estaban en quiebra o fundidos. Sorprendente, ¿verdad?.
Decidimos indagar y entramos en el de la playa a dar una mirada como hacen los clientes de este tipo de negocio, antes de comprar. Para ser una tienda, estaba bastante pobre de luz, y una rubia descotada presidía un mostrador mientras fumaba un pitillo con actitud provocadora. Ojeamos distraídamente falos andantes; falos rojos, azules, grandes, pequeños… mientras nos hacíamos una idea del conjunto del local; no era grande ni tampoco pequeño, de forma cuadrada y recubierto de estanterías, excepto la pared del mostrador que tenía este mueble y cajones de diferentes tamaños. De pronto, al fondo descubrimos una puerta de color rojo con un letrero que decía: Final del Sex-Shop.
¿A qué se referiría ese letrero con “Final del Sex-Shop”? Pensamos que si fuera un puerta de salida debería poner “Exit”. Ambos coincidimos en este razonamiento y nos picó la curiosidad. Nos acercamos a la puerta misteriosa y roja. Dudamos en un último instante, ¿estaría prohibido pasar? La rubia que fumaba despechada no alcanzaba a vernos. De seguido escuchamos algo de ajetreo detrás de la puerta y una voz que cortando el movimiento gritaba -¡Silencio!- Abrimos la puerta y entonces caímos en la cuenta de que estábamos interrumpiendo una escena de una película porno.
Gabriela Fernández-Yáñez, Concha Peiró Sancho, Jesús Javier Juárez
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