martes, 23 de noviembre de 2010

NUNCA ES TARDE

Una vez más, Juan llegaba tarde. Pedro no toleraba a los impuntuales, pero su amigo era punto y aparte. Era imposible estar enfadado con él más de diez minutos seguidos. Juan era un hombre feliz, capaz de contagiar su alegría a todo aquel que se encontrara cerca.

Inmerso en sus pensamientos, Pedro no reparó en la figura de su amigo que con paso ágil y su cautivadora sonrisa se acercaba. Cómo le envidiaba, todo él era vitalidad, fuerza, alegría Pero, ¿cómo lo conseguía? Vivía en una pobre cabaña, en un pueblo insignificante, con un mísero sueldo y, sin embargo, allí estaba, como si fuera el dueño del mundo.

Pedro abrazó a su amigo. Era un abrazo sincero, lleno de cariño, fruto de una profunda amistad que tuvo su inicio el día que ambos descubrieron su pasión por la naturaleza, y decidieron un futuro juntos. Sin embargo, sin saber exactamente cómo ni cuándo, sus caminos tomaron rumbos distintos. El, Pedro, dueño de una importante cadena de viveros, Juan, guarda forestal. Siempre había pensado que fue él quien tomó la decisión acertada, pues al fin y al cabo, todo el mundo le consideraba un hombre de éxito, conocido en los círculos más elitistas. En contra, Juan, pocos eran los que sabían de su existencia. Entonces, ¿por qué se sentía tan pequeño cuando estaba en su presencia? ¿Por qué se veía como un perdedor? Juan, levantó la mirada de su plato y encontró que Pedro le estaba observando con esa sonrisa suya, feliz, inocente. Y lo vio claro, en realidad siempre lo había sabido aunque, hasta ese instante, se negaba a admitirlo: nunca había hecho lo que realmente le gustaba, siempre había silenciado su corazón. Por primera vez en mucho tiempo, se sintió tranquilo, contento. Sonrió feliz a su amigo y pensó, ¡Aun hay tiempo!.

Maria José Frasquet Todolí

1 comentario:

  1. Este relato es genial!
    Cuántas veces actúamos sin tener en cuenta lo que realmente nos gustaría hacer?

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