lunes, 11 de abril de 2011

EN MANOS DEL TIEMPO

Por la tarde, cuando el sol empieza a declinar, me gusta ir paseando hasta la playa. Me siento en una terraza y ante una taza de café, totalmente relajada, dejo volar mi mente, los pensamientos entran y salen de forma arbitraria e incoherente. Una vez que consigo apear de mi alma los problemas que me acompañan en la rutina diaria, aliviada, con el sonido del mar al fondo, me sumerjo en una dulce laxitud.

Ayer, sentada de nuevo bajo una sombrilla, disfrutando de mi momento de libertad, unos gritos infantiles consiguieron sacarme de mi ensoñación. Eran risas felices, contagiosas. Se trataba de un grupo de niños que correteaba por la arena. Me quedé absorta mirando a aquellos pequeños llenos de vida, sofocados por el juego, desprendían alegría por todos los poros de su piel. Sin poder evitarlo, me vi arrastrada a mi infancia, a aquel tiempo en que, mi vida recién estrenada, no sabía de tristezas ni sin sabores. Sin conciencia del pasado, el futuro se confundía con el presente.

Una niña chapoteaba en el agua. Con las manos en alto, saltando sobre las olas, no dejaba de reír. Llevaba mucho tiempo sin escuchar esa risa, mi risa.

El estruendo del tubo de escape de una moto me devolvió al presente. Había oscurecido, los niños ya no estaban. Aturdida miré el reloj. Una mezcla de tristeza y añoranza recorrió mi cuerpo. Me sentí como una marioneta en manos del tiempo. Una vez más había jugado conmigo tirando hábilmente de los hilos de mi memoria hasta llegar a mi infancia. El mismo tirano que con su paso se llevó mi inocencia dejando un enorme vacío en mi corazón.

Derrotada me levanté. Se había hecho tarde. El tiempo apremiaba.

Maria José Frasquet

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