lunes, 7 de febrero de 2011

INOCENCIA

PSIQUIATRÍA

Tumbado en el sofá miraba el reloj mientras cruzaba los dedos. A veces pensaba que era un poco tonto, que el tío ese que se decía psiquiatra le tomaba el pelo y le sacaba el dinero.

Don Benito, con sus gafas sin montura, su chaqueta sin botones y sus zapatos sin cordones (a veces también pensaba que su cerebro sin emociones), ojeaba unos papeles a los que llamaba “su historial”. ¡Qué historial ni que niño muerto! ¿Qué sabría el chupatintas tan estirado de lo que le pasaba a él?

Cuando en la primera cita le contó que veía personas transparentes, que hablaba con espíritus que le contaban chistes y cotilleos de la gente del barrio y que podía leer el pensamiento a los animalitos de la calle, estuvo en un tris de que el hombre de las gafas invisibles le metiera en el manicomio. Sí, ya sabemos todos que ahora se llaman sanatorios mentales, pero a él no le engañan, sabe que son los mismos perros con diferentes collares.

El tipo rancio con diploma colgado detrás de su cabeza, hizo un gesto de paciencia infinita y se limitó a recetarle pastillas, quilos y quilos de pastillas. Pero él supo que tantas pastillas le iban a poner peor de lo que estaba, así que se limitó a tomarse las verdes, sólo las verdes, que además de saber a mojito, debían ser las más ecológicas, por el color, claro.

Y todo eso por no hacerle caso a su madre que desde muy pequeño ya se lo decía:”Hijo mío que eres el espejo de la inocencia, que tienes grandeza de alma y corazón de jilguero. Tienes que ser más listo y no ir contando por ahí tus intimidades”.

Le llevaron al loquero por primera vez cuando, en plena calle, discutía abiertamente con alguien invisible. La cosa no llegó a las manos porque una paloma blanca le avisó, digamos que telepáticamente, que si se enzarzaba a hostias con su contrincante, iba a salir muy mal parado. Y él podía ser muy inocente pero no le gustaba que le zurraran la badana.

En fin, no queda ya mucho tiempo, pensó. Así que en cuanto el Benito este acabe de apuntar todas las chorradas que le ha contado hoy, le pagará los cincuenta euros (¡qué lástima de capital!), se largará del asqueroso sofá que huele a gomina del pelo y a colonia de los chinos, y va a liarse con los espíritus graciosos que le alegran la vida.

Pero lo que no sabe es que hoy no habrá chistes ni chismes. Hoy jugaremos al escondite porque yo he encontrado una guarida donde le va a ser muy difícil encontrarme.

José Climent

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¡Ay! ¡Vaya con la abuela Inocencia!

Ella era una anciana activa, con su pelo blanco, muy trabajadora, que tocaba el piano y que sólo abría su boca para dar órdenes a su hija y a sus nietas.

Era tan inocente que sus acciones y mandatos produjeron la separación de su hija y yerno, hace muchos años, cuando nadie se separaba.

Era tan inocente que sólo ponía dificultades cuando sus nietas iban a pasar algunos días con su padre.

Todas las niñas que iban a jugar a su casa, la rodeaban cuando tocaba canciones al uso en su piano, incluso se atrevían a tararear alguna; de pronto, se levantaba, fruncía el ceño y ellas la miraban inocentemente, a veces con temor, por si se enfadaba cuando no le gustaba el juego que tenían, o le parecía que molestaban a los gatitos o hablaban demasiado alto; hasta el pobre Pirri, canario cantor, dejaba de piar cuando la abuela Inocencia pasaba por delante.

A la salida del Colegio, iba sonriente a llevarles la merienda a sus nietas y siempre tenía alguna palabra desagradable para las otras niñas:

— ¡Qué cochina vas!, ¡Dile a tu mamá que te corte el pelo!, ¿En tu casa no hay jabón?, etc.

Como era tan inocente no notaba la vergüenza que pasaban sus nietas y amiguitas y seguía sonriendo y saludando a todos los transeúntes.

Evidentemente, la abuela Inocencia no merecía llevar ese nombre.

Pilar Viñao

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COSAS DE LA INOCENCIA

Fernando estaba terminando de atender a una señora en su tienda de regalos. Pensaba colgar el cartel de “vuelvo en 5 minutos” e irse a tomar un café. Mientras terminaba de envolver algunos paquetes, observó que entraba una niña de unos diez años. No le dio importancia, no creía que le entretuviera mucho, seguramente su madre la había mandado comprar algo.

La señora seguía contándole dónde se iba de vacaciones y para quién eran los regalos que había comprado. ¡Qué pesada, cuándo iba a dejar de hablar! Necesitaba el café. Ya le había cobrado y empezaba a despedirse cuando miró a la niña justo en el momento en que ésta escondía un pequeño jarrón de cristal debajo de su jersey.

¡Ya lo que me faltaba una mocosa intentando robarme! —pensó. Salió de detrás del mostrador de un salto muy indignado, con muchas ganas de darle un bofetón por su osadía y la tomó del brazo antes de que llegara a la puerta.

— ¡Eh! ¡Suelta ahora mismo lo que te has escondido debajo del jersey!

La niña quedó paralizada por el miedo y por la mano que la sujetaba con fuerza.

— ¿Te parece bien lo que estás haciendo, no te da vergüenza? Me vas a decir inmediatamente el teléfono de tus padres y los voy a llamar para que vengan a buscarte, les voy a contar lo que has hecho.

La criatura no podía ni soltar palabra.

—Te vas a quedar aquí y no vas a salir hasta que me lo digas.

Llevaban díez minutos en silencio cuando estalló en sollozos.

Fernando, más tranquilo, sintió lástima —Al fin y al cabo es una cría no hay que asustarla más —pensó.

—¿Para qué quieres tú eso ? No se pueden coger las cosas sin pagar.

—Era un regalo para mi madre, por el día de la madre. Con el dinero de mi hucha no tenía bastante, sé que le gusta pero no se lo puede comprar —dijo entre sollozos, con aquella cara de inocencia que hizo que Fernando pasara a sentirse culpable por haberla tratado de aquella forma. ¡Vaya tarde que le había dado la niña!

Terminó por envolverle el jarrón para regalo y entregándoselo la dejó ir.

Por fin pudo colgar el cartel de “Vuelvo en cinco minutos”.

María José Almeida

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Desde que habían llegado a casa, Laura se dio cuenta de que algo rondaba a su pequeña, siempre alegre y dicharachera.

Su afán por saber no tenía límites. Su expresión favorita era por qué.

¡Había deseado tanto esa niña! Su sueño de ser madre se había cumplido con creces.

Ese día, María estaba inusualmente callada, sólo llegar se puso a dibujar en su cuaderno, apenas contestó con monosílabos a las preguntas de su madre cuando normalmente era ella quien le tenía que recordar los deberes mientras la niña, entusiasmada, se empeñaba en relatarle todo lo que le había sucedido en el colegio.

De vez en cuando levantaba la vista de la libreta y se quedaba arrobada mirando a aquella figura que lo era todo para ella.

Laura, observándola de reojo, esperó paciente la pregunta pero la pequeña bajó los ojos y siguió pintando. Después de bañarla peinó sus cortos y finos cabellos, su hija le miró muy seria a través del espejo y moviendo su cabecita dijo, como si hablara consigo misma, —no lo entiendo. Por qué Julia dice que no soy tu hija si somos iguales.

El comentario le pilló tan de sorpresa que Laura, con el cepillo en la mano, paralizada, no supo contestar.

Se quedó mirando la imagen que le ofrecía el espejo: ella, rubia, ojos verdes y con una nariz demasiado grande, sembrada de pecas; su hija, ojos negros y rasgados, con una suave cabellera morena enmarcando una hermosa carita redonda.

Recordó aquel día, cinco años atrás, cuando después de un largo y penoso camino, pudo entrar en casa con su adorable criatura de apenas unos meses.

Ahora, abrazada a su hija lo vio: la misma adoración, el mismo cariño, el mismo brillo en los ojos, la misma ternura en los labios.

Emocionada, apenas atinó a decir —sí, cariño, somos idénticas.

Una gran sonrisa de triunfo iluminó el rostro de la pequeña.

Laura lloró. En el espejo, mirándole con ternura, reconoció el hermoso rostro de la inocencia.

María José Frasquet

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LA INOCENCIA DE PANDORA

Pandora, deja resbalar sus dedos por la caja salpicada de esmeraldas.

— ¿Qué pretende el rey del olimpo regalando una misteriosa caja, a la bella joven que ordenó crear? —Y más aún, reflexiona — ¿Por qué le prohíbe abrirla?

Inocencia la observa, no puede reprimirse.

— Espera, no te dejes arrastrar por la codicia del futuro conocimiento —interviene—. Convendrás conmigo, que descubrir lo oculto supone exponerse, no sólo a la expectante ilusión, sino también al saber dolorosamente incierto. Una vez se conoce, ya no se puede olvidar. Y entonces, es el recuerdo el que nutre nuestra satisfacción o nuestro sufrimiento.

Pandora le dirige una mirada de descontento.

— Sin embargo, la ausencia de conocimiento, no implica precisamente sabiduría — replica Pandora en tono grave y con cierta sorna.

Inocencia esgrime una sonrisa turbia. Siente que Pandora está en lo cierto. Su existencia se halla supeditada a la sorpresa, a la capacidad de asombrarse, al desconocimiento. No obstante, calla.

Es la curiosidad el origen de tu esencia — puntualiza Pandora, mientras se dirige al estanque buscando su reflejo en el agua.

— Eres tremendamente hermosa —asegura Inocencia—. Pero tus ojos esconden

el parlamento de tu corazón. No te muestras. No sé quién eres. Y mi pregunta es: ¿y tú, lo sabes?

Pandora introduce los pies en el agua, con el talante teñido de ironía responde:

—Un bello y malicioso conjuro de los dioses, el regalo de Zeus, la primera mujer mortal, la esposa repudiada de Prometeo, la esposa aceptada de Epimeteo, la centinela de la caja, la esclava de la ignorancia, el albergue de la futura e inquietante culpabilidad.

— Si abres la caja…—comenzó a decir Inocencia de forma impulsiva.

— Si la abro, sabré. Y el tormento de la falta me perseguirá- confirmó Pandora.

— ¿Y si no la abres? —inquirió Inocencia con ingenuidad.

— Si permanece cerrada, la felicidad previsible y tosca en conocimientos, me robará la vida. Y a ti, te condenará a la monotonía y al tedio eterno —expresó con rotundidad, al tiempo que comenzaba a impulsar con los dedos la tapa de la caja.

Pandora lloró. Aunque, por más que sus ojos visionaron desgracias y aberraciones, no cejó en la voluntad de conservar lo único aún permanecía preso: la esperanza. Una esperanza ciega, sí. Pero por lo mismo, cercana a la desesperación, el miedo o el sufrimiento de cualquier humano. Gracias a ella, el anhelo de salir indemne ante la adversidad se sustenta y la Inocencia que le acompaña pervive.

Ana María Orta


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