martes, 9 de diciembre de 2008

El jinete plateado y el león

(Interpretación de un cuadro)

Una batalla inexistente se cernía sobre la mente extraordinaria del jovenzuelo que estaba tumbado boca arriba sobre la cama. Los ojos, como platos, deslumbraban el techo oscuro de la habitación en penumbra, y los brazos, en pos del cansancio, tiritaban de la emoción. Se difuminaban muros y ventanas para observar, como un ave en pleno vuelo, el combate del jinete plateado contra la manada de leones hambrientos. Nada tenían que hacer allí los súbditos del jinete, en retaguardia, ya que éste podía con todos los animales de una vez. Montado sobre su caballo negro, ataviado con mantos amarillos y rojos, que le hacían mucho más temeroso. Los rugidos no dejaban oír los gemidos de la gente que corría a su alrededor, y el salpicar de la sangre, cegadora y caliente a la luz del sol, no molestaba al valiente que blandía la espada para proteger a los aldeanos. Bajó del caballo. Un único rival quedaba ahora en pie. Los contrincantes empezaron un baile fugaz, mirándose fijamente a los ojos, moviéndose con sutileza y lentitud, arrastrando los pies. Cambio brusco, un paso adelante, un rugido inmenso al otro lado de la pared, un insulto rápido antes de producirse el sonido de la carne contra el filo, y el golpe que por poco hecha la puerta abajo. Silencio. El niño sentado en la cama, y el pomo ladeado abriendo paso al jinete plateado, sonriente y con la espada vencedora. Al fondo, la sombra de un león que ya no asustaría a nadie nunca más.


Blas Cabanilles Folgado

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