viernes, 30 de mayo de 2008

MELÓDICA ESENCIA

La primera vez que me enamoré contaba tan solo con nueve años. Fue de una melodía que cruzaba el anochecer, callejeando por las sombras y el silencio de la favela en la que sobrevivía junto a mi familia. Desde aquel acontecimiento, cada noche antes de ir a dormir, estaba abonado a asomarme a la ventana, para escuchar lo que nacía de un violín lejano. Me envolvió con ensueño, me transportaba a lo cósmico acontecido en el cielo estrellado.

No sabría describirlo, porque la primera vez que me enamoré no era consciente de ello. Nannett jugaba en la puerta de su casa con su hermano. Se divertían escondiéndose y buscándose tras la ropa tendida al sol. En una de esas, Nannett apareció bajo unos pantis colgados de su madre. La melodía no sonaba, pero se intuía como si viniese tras ella. Mientras, todo iba anocheciendo.

La favela brillaba como las escamas de un pez nocturno buceando la noche clara. La luna parecía caerse del cielo de lo enorme que estaba, permanecía a flote en el viento, guardando para sí la intención de salir a navegar.

Ya con la mirada en el firmamento, aparecía la melodía que cada noche Nannett hacía sonar. Esta vez la música me sumergía en un coloquio de astros y estrellas. Filosofaban, partiendo del siguiente planteamiento existencial: si desde mi inmediata y momentánea perspectiva propia, su existencia era considerada sideral o marina. Les respondía que eso no tenía importancia, que tal vez eran de ambas esencias, ¿cómo nombrar en su lenguaje lo oculto de la magia en ese momento? Sólo sé que la melodía era una canción marinera.

La primera vez que me enamoré me traslada a este mismo instante. Algunos años han pasado y junto a ti y tu melodía he llegado hasta aquí, al palco de uno de los mejores auditorios del mundo, para escucharte como si estuviera asomado a una de las tantas ventanas nocturnas de la favela que nos vio nacer. El concierto de nuestras vidas.

Jesús Javier Juárez

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