miércoles, 28 de mayo de 2008

CINCO PELDAÑOS

No podía imaginar, cuando entré a ver aquella exposición de fotografía, los recuerdos que la misma iba a despertar en mí. Una de las secuencias de la exposición eran las escaleras, y esa visión me trajo a la memoria, con cierta confusión, una mezcla de sentimientos, tales como: amor, fidelidad, tristeza y rabia. En fin, creo que para poder hacer que esto se entienda, debo explicarme.
Teníamos un pequeño chalet en la sierra de Madrid, donde pasábamos los fines de semana. Un viernes de Enero, al llegar, tuve que hacer un brusco movimiento de volante a fin de no atropellar a una enorme perra que, confundida con la nieve, se encontraba tumbada a los pies de la escalera del chalet.
Tenía algunas heridas superficiales y, sin lugar a dudas, estaba desfallecida, por lo que la curamos y dimos de comer.
Una vez restablecida, su idea fija era entrar en la casa con nosotros. Nos costó bastante, pero la hicimos comprender que esas escaleras no se subían y que su sitio era una pequeña bodega, al lado del jardín, donde la temperatura era agradable.
Pasamos el fin de semana con ella paseando, jugando, pero siempre lo mismo, su obsesión era subir los 5 peldaños y entrar con nosotros en la casa. Su intención era, simplemente, y esto lo digo con mayúsculas, seguir a nuestro lado.
El domingo por la tarde, antes de irnos, le dejamos acceso a la bodega, con comida y agua. Ella creo que lo entendió y allí se quedó, viéndonos partir.
El viernes siguiente, Nieve (era el nombre que habíamos decidido ponerla) no estaba. La llamamos pero no apareció. Nuestra sorpresa fue al ver, en el quinto peldaño, al lado de la puerta de casa, un gran trozo de carne.
A Nieve no la volvimos a ver, por lo que estuvimos preocupados por su extraña desaparición, hasta que un día escuché una conversación, en el bar del pueblo, en la que el guarda del matadero explicaba como un perro había entrado y robado uno de los mejores trozos que estaban preparando para su venta y, aún cuando no había podido evitar que se lo llevara, comentaba los golpes que consiguió dar al animal, detallando como, al día siguiente, había sido visto muerto a los pies de la escalera de un chalet. Según iba oyendo un profundo sentimiento de rabia y tristeza me envolvió y, allí, en medio de aquella conversación, veía a Nieve subir los cinco peldaños para dejarnos, en la puerta de casa, su amor, representado en aquel trozo de carne, y bajar a esperarnos, posiblemente para pedirnos perdón, por haber desobedecido nuestra orden de que aquellos cinco peldaños no se subían.
José Luis Uriarte

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