—Pili, cuando eras pequeña, ¿cómo era la radio que teníais en la turbulenta España de la postguerra?
— Sí, En mi casa oíamos las noticias, música, obras de teatro de Benavente, hermanos Quintero, interpretadas por buenos actores y muchas cosas más. ¿ Y tú qué hacías?
— En mi infancia, en la Habana, mi madre me llevaba a los estudios C.M.Q. donde escuchábamos en directo a los artistas de la época. Era como un teatro.
— ¡Qué chulo! Aquí radiaban muchas radionovelas, empezaban un poco antes de las cinco y todas las chiquillas se iban corriendo al salir del cole a oírlas con sus madres, merendaban oyendo “Toda la sangre es roja”, “Ama Rosa”, “La huerfanita”, y otras por el estilo. Después, íbamos a jugar a la calle.
¿También teníais concursos radiofónicos?
— ¡Claro! Con premios como viajes a Miami o regalos de los almacenes.
— ¿Aún oyes la radio?
— Sí, cuando conduzco, cocino y para dormirme.
— Yo también; me gusta Radio 3, noticias de la comarca y las cadenas musicales como Kiss FM.
— La radio hace mucha compañía.
Alicia Moëller y Pilar Viñao
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Y el corazón se me dispara cada vez que llega el fin de semana y tengo que aguantar a los vecinos de arriba peleándose por el dial que tienen que sintonizar.
¡Ah! Y nos le das por escuchar política o actualidad. ¡Ellos a lo grande!. Radio Maria combinado con el goooool, del Tablero deportivo.
Doña Juana fanática de sus rezos, con el rosario entre sus manos, se pasea durante todo el día, arriba y abajo, esperando el despiste o el apretón de Don José, para chorizarle la radio. Una vez conseguido el objetivo, Juana huye a hurtadillas a su capilla particular, cerrando la puerta y echando la llave. Sabe que cualquier pequeño descuido puede costarle pasarse la tarde del domingo soportando una momia en el sofá junto a un locutor enloquecido.
Temo que algún día esto acabe como el Rosario de la Aurora, saliendo los dos como protagonistas en las necrológicas de las emisoras.
Doña Juana fanática de sus rezos, con el rosario entre sus manos, se pasea durante todo el día, arriba y abajo, esperando el despiste o el apretón de Don José, para chorizarle la radio. Una vez conseguido el objetivo, Juana huye a hurtadillas a su capilla particular, cerrando la puerta y echando la llave. Sabe que cualquier pequeño descuido puede costarle pasarse la tarde del domingo soportando una momia en el sofá junto a un locutor enloquecido.
Temo que algún día esto acabe como el Rosario de la Aurora, saliendo los dos como protagonistas en las necrológicas de las emisoras.
Lala Escrivá y María Rosario Máñez
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Hasta el momento, y quién no, había escuchado siempre la radio: novelas, programas deportivos, entrevistas, debates, pero ante todo, música.
Siempre había sentido curiosidad por saber cómo trabajaban los profesionales, conocer el espacio físico que ocupaban, qué elementos configuraban la sala de montaje. Nunca pensé que yo participaría en uno de esos programas.
Lo cierto es que estaba bastante nervioso. Tanto, que empecé a tartamudear respondiendo a las primeras preguntas. Al poco, me relajé y le fui cogiendo el gusto. Pero la periodista intentaba cortarme, parece que me extendía demasiado. Yo no quería soltar el micrófono. Ella, tras el cristal de la cabina de grabación, cerró la posibilidad de expresarme y ser escuchado.
Entonces, tuve una idea. Sigilosamente me escurrí hacia los cuartos de baño y esperé a que todos se marcharan.
Por fin, ante el silencio me atreví a salir. Estaba solo.
Siempre había sentido curiosidad por saber cómo trabajaban los profesionales, conocer el espacio físico que ocupaban, qué elementos configuraban la sala de montaje. Nunca pensé que yo participaría en uno de esos programas.
Lo cierto es que estaba bastante nervioso. Tanto, que empecé a tartamudear respondiendo a las primeras preguntas. Al poco, me relajé y le fui cogiendo el gusto. Pero la periodista intentaba cortarme, parece que me extendía demasiado. Yo no quería soltar el micrófono. Ella, tras el cristal de la cabina de grabación, cerró la posibilidad de expresarme y ser escuchado.
Entonces, tuve una idea. Sigilosamente me escurrí hacia los cuartos de baño y esperé a que todos se marcharan.
Por fin, ante el silencio me atreví a salir. Estaba solo.
Sin dudar, me acerqué a la mesa de grabación, comprobé que el micrófono estaba conectado y grité:
¡La radio me enloquece!
Rafael Lloret Martínez y Ana María Orta
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