viernes, 4 de abril de 2008

Liberación

Chantal fue cerrando cada una de las persianas que aún parecían conectarla con el exterior. Ya se había despedido de lo más importante en su vida: su marido y sus hijas, solamente quedaba lo que subsistía de ella. No se sentía sola, ellos habían formado parte de esa casa, estaban detrás de cada uno de los objetos que habían tocado, pero ahora los quería lejos.

Miles de recuerdos fueron actualizándose en su ámbito y fueron acomodándose seguramente con la intención de acompañarla para siempre.
¡Que guapo y joven veía a su marido! ¡Qué bellas eran sus hijas! ¡Cuánto dolieron en su nacimiento! Pero aquello tan lejano, estaba a la vez tan presente. Ese fue un dolor con esperanza…

Mientras se movía por la casa, cuando el dolor se lo permitía, repasaba mentalmente la sentencia en la que el estado le había negado su ayuda. Siendo maestra se había ceñido, como cualquier ciudadano, a los designios de la ley, sin cuestionamiento alguno y ahora le hablaban de derechos, de ética, de justicia, de moral. Lo único que había solicitado era el derecho de ese acto de libertad que cada ser humano posee sobre su vida, que la liberaran de ese dolor maldito y la dejaran morir en paz. También había escuchado a los así llamados religiosos, a aquellos que al parecer se olvidaban lo que significaba la palabra misericordia o compasión cuando se trataba de ayudar a los vivos a continuar con vida o a ella a querer su muerte.

Se sentó en el sofá, bebió su té y se recostó. Cerró sus ojos y le pareció ver a muchos que venían a entregarle el respeto que tanto pidió.

Iván Parra Ampuero

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