domingo, 8 de enero de 2012

EL ALBORNOZ

Descubrió el albornoz en el cubo de la basura, parecía manchado de sangre. Eusebio quedó preso de pánico, lo asió lentamente para comprobar lo que había descubierto, lo desplegó desde la ancha orilla del cuello y ladeándolo de un lado a otro intentó comprobar si ciertamente aquella mancha era sangre humana. Esto no hacía más que acentuar sus sospechas, llevaba varias semanas observando desde la ventana de su habitación a la extraña pareja que tenía como vecinos.
Ella era delgada y rara era la vez que le daba los buenos días. Él, en cambio, parecía muy serio, autoritario y su mirada siempre estaba perdida.
Dos días después del hallazgo del albornoz, cuando Eusebio estaba desayunando recordó que había olvidado la redacción de Lengua que le había pedido la señorita Márquez. Volvió a su cuarto y mientras la buscaba oyó crujir las tablas del suelo y llamó a su madre. En ese momento recordó que no estaba en casa, hacía poco que había entrado a trabajar en el hospital. Se asomó a la escalera y vio a la vecina subir con una antorcha. Corrió a su habitación e intentó cerrar la puerta sin éxito, el pestillo estaba roto. Asustado, se zambulló debajo de su cama. La puerta se abrió con un rechinar de bisagras y una voz dulce empezó a llamarlo: “Eusebio, Eusebio, ¿Dónde estás?”, tras unos segundos de duda reconoció la voz de su madre y salió de debajo de la cama gritando: “Huye mamá, huye, es la asesina”. Para su asombro, cuando alzó la vista, un grupo de personas, entre familiares y amigos, comenzó a cantarle: “Cumpleaños feliz, cumpleaños feliz, te deseamos Eusebio, cumpleaños feliz”. La vecina sujetaba la tarta de fresas con las 8 velas encendidas.
Llorenz Bustos, José Manuel Castellá, Sheila Gómez Estruch,
Nacho Castelló, José Andrés Mayor, Irene Cantó

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